Los días en prisión son siempre igual. Te levantas cuando sale el sol e intentas mantener la cabeza ocupada durante horas para no acabar perdiéndola. La cárcel te cambia y cuando sales no estás preparado para afrontar la nueva realidad que te rodea ni el mundo está preparado para recibirte. Salir de prisión muchas veces es otra condena.

A Eduardo Zaplana la cárcel le ha cambiado. El expresidente de la Generalitat sigue sin estar condenado, pero ha pasado nueve meses en el centro penitenciario de Picassent tras desmantelar la Guardia Civil la presunta actividad criminal que habría dirigido durante 20 años a la sombra del PP.

El hombre fascinante, respetado y con poder, que era capaz de seducir a testaferros, Vicente Fox o Julio Iglesias, es como si hubiese mudado de piel mientras espera resignado a que su juicio se celebre. Es más Eduardo que Zaplana.

El expresidente de la Generalitat mantuvo este lunes una breve charla con Levante-EMV en los alrededores de la Ciudad de la Justicia de València. Ayer tenía que volver a la oficina de personaciones que está junto al juzgado de guardia, frente al centro comercial de El Saler que él mismo inauguró, para cumplir con la condición que le impuso la jueza Isabel Rodríguez a cambio de salir de prisión.

Llegó poco antes de las diez de la mañana, con abrigo negro, pantalón vaquero y una bufanda alrededor del cuello para protegerse del frío de la mañana. Como un imputado más que está en libertad provisional, esperó su turno y firmó. «Sabe que no puedo decirle nada, vengo a personarme y me marcho».

Este caso le ha condenado al ostracismo político y civil pero a Zaplana todavía le quedan amigos. Uno de esos fieles cómplices le acompaña con su vehículo hasta el juzgado la semana que le corresponde firmar en València.

«No le voy a dar mi opinión de lo que pienso del sumario porque no quiero que se publique. Lo único que le digo es que como esto tiene un fin, afortunadamente, ahí hablaremos. Le he dicho lo que tenía que decir, en el juicio penal ya hablaremos», dijo Zaplana.

La desesperación de ver su apellido vinculado a la corrupción le nubla muchas veces la mente, aseguran sus allegados. Las nuevas revelaciones de las diligencias derivadas de la Operación Erial le sitúan frente a un escenario judicial muy incierto, comprometido y espinoso, cuyas consecuencias son impredecibles. Ha asumido que se sentará en el banquillo.

La nueva vida de Eduardo Zaplana discurre entre el juzgado, los papeles del sumario y la lectura inquieta de periódicos. Le ha cambiado tanto la cárcel que hasta se reunió en diciembre con Francisco Camps, ahora que parece que la justicia ha unido sus destinos.

Lo contó la periodista Amparo Tórtola en El País. La cita se preparó con cariño y mucha discreción, en la clandestinidad más absoluta para garantizar un tranquilo reencuentro tras 12 años sin verse, según la información recabada por este diario.

Zaplana llevaba tiempo dándole vueltas, la soledad de la prisión había dejado atrás aquella relación tormentosa. Un día, camino al juzgado para firmar, se decidió. Camps, a través de una tercera persona, aceptó.

El encuentro tuvo lugar en un inmueble del centro de València, sin testigos incómodos, y ambos se fundieron en un abrazo. La justicia y las imputaciones por corrupción obraron el milagro. Estuvieron solos 60 minutos, conversando sin reproches de política y de la sucesión del PP CV. Hasta salió un nombre. Nunca habrá sintonía, pero Camps ya no es una preocupación para Zaplana.