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Día de la Comunitat Valenciana

Jaume I, ante el espejo

Los historiadores debaten si la estatua ecuestre de Jaume I, nacida de las donaciones populares a finales del siglo XIX, ha esquivado el efervescente contexto de discusión de monumentos y personajes históricos

La estatua de Jaume Idomina el Parterre de València desde el año 1891.

La oleada de protestas contra la brutalidad policial y el racismo que, en distintas partes del mundo, han desencadenado el ataque a estatuas de Cristóbal Colón, de padres fundadores de Estados Unidos como George Washington y Thomas Jefferson, de reyes belgas como Leopoldo II y empresarios esclavistas como Edward Colston, al vincularse desde una revisión contemporánea al colonialismo. En un contexto efervescente de cuestionamiento de monumentos y personajes históricos, ¿se puede discutir la estatua de Jaume I en el Parterre, que en cada 9 d’Octubre culmina la celebración del día de los valencianos?

Ya es una pista que la estatua, con más de un siglo de existencia, no nació como una obra de exaltación de gobiernos, sino que lo hizo a partir de la voluntad popular. Sucedió en un proceso que se prolongó durante quince años y que sufrió varios reveses por falta de financiación desde que la idea de erigirla surgiera en las tertulias organizadas en 1875 por Teodoro Llorente, director de Las Provincias, para conmemorar el sexto centenario del fallecimiento del monarca «conqueridor». La historia del monumento ecuestre de bronce ya dibuja una figura no solo devota, sino también permeable en su comprensión. Su fervor superó la abolición del Regne de València, la transición de la República al franquismo y hoy despierta unanimidad en bandos antagónicos desde la Transición.

Jaume I fue un rey sanguinario, como todos los de su época, y como rey cristiano luchaba contra el Islam, igual que los musulmanes luchaban contra los cristianos.

Vicent Baydal - Doctor en Historia Medieval y profesor de Historia del Derecho en la Universitat Jaume I de Castelló

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Entonces, ¿ha aguantado Jaume I los efectos de la nueva guerra cultural? «Jaume I ya ha resistido más de lo que lo han hecho otros personajes de su época. Desde los mismos sectores de la sociedad valenciana, se ha reclamado contra el 12 de octubre y contra la conquista de América. Ha aguantado la embestida porque sin él no puedes tener ninguna postura valencianista ni tratar de expandir una visión colectiva de todos los valencianos», señala Vicent Baydal, Doctor en Historia Medieval y profesor de Historia del Derecho en la Universitat Jaume I de Castelló. «Comprender es la clave», apunta Baydal, partidario de «mitificar desmitificando». «Jaume I fue un rey sanguinario, como todos los de su época, y como rey cristiano luchaba contra el Islam, igual que los musulmanes luchaban contra los cristianos. Pero explicarlo a partir de su deconstrucción es la mejor manera de entenderlo. Será la mejor manera de entender cuál es su importancia para los valencianos. Sin Jaume I, no habría habido identidad colectiva valenciana de Vinaròs a Orihuela. Si renegamos de eso, lo hacemos de todo valor construido histórica y socialmente a lo largo de los siglos».

En la misma línea, Abel Soler, historiador y doctor en Filología, afirma que todas las figuras históricas tienen una acogida «popular y cultural» que impregnan como referentes «a la población a nivel simbólico y emblemático». Jaume I convertido como rey fundacional «simboliza un hecho, pero no un carácter ni un comportamiento por su moral. Nos interesa como símbolo del nacimiento de un pueblo, de una fundación consciente que él propició trayendo juristas de Bolonia para crear unos Furs basados en el derecho romano. Nos benefició para crear un reino moderno y funcional que podría haber llegado hasta la actualidad de no ser por la Guerra de Secesión», añade Soler, descubridor de la autoría de la obra Curial e Güelfa por parte de Enyego d’Ávalos. «Hemos de elegir figuras que como pueblo nos den un sentido colectivo y conmemorativo. Fijarnos en detalles de la época hace que perdamos el conjunto. Con Jaume I no conmemoramos a un ser humano desde la perspectiva cristiana condenándolo porque tuvo amantes, por arengas antiislámicas o desde la perspectiva feminista porque fuese machista. Estaríamos incurriendo en una anacronía», afirma Soler, crítico con el sentido de las revueltas actuales. «Nos cargamos todas las disciplinas humanísticas y científicas. Los historiadores interpretamos el pasado para explicarlo, no para juzgarlo. Si alguien, en nombre del movimiento X, quiere erigirse en tribunal, la prensa debería ignorarlo y reírse».

Soler opina que las protestas actuales «no tienen ni base científica, ni académica, ni artística para valorar ni cuestionar estatuas» y se basan en «criterios emocionales» que son producto de una posmodernidad en crisis. «Se han perdido las utopías filosóficas que prometían un mundo feliz y mejor. Como ya no hay una doctrina general tipo ‘capitalismo o comunismo’ que oriente dos paradigmas del mundo. Ahora se buscan pequeños espacios sobre acciones que si son muy concretas tienden a radicalizarse y a tener comportamientos que no mejoran la convivencia social. Hemos pasado del ideal futurista que se proyectaba en los 60 en plena guerra fría a una posmodernidad que supone la fragmentación del discurso. Los partidos de izquierda ya no tienen un discurso unívoco».

Baydal, por su parte, observa «como espectador» una tendencia que va a más y que detecta «como una corriente de fondo que viene desde la filosofía y la sociología posterior al 68, pero que ahora, varias generaciones después, está empezando a expandirse socialmente a nivel mundial». Si bien considera viable que se revise la figura de Jaume I «conforme lo que fue en toda su extensión, ya que no fue ni el rey bondadoso, ni benigno», remarca que el problema reside en, antes del siglo XIX, antes de la Revolución Francesa, que es de donde proceden los valores contemporáneos, «sería imposible que ningún personaje encaje en el molde sociológico actual. Antes de 1789 cualquier personaje se nos caería de las manos. Se podría vivir sin referencias históricas, pero nos conduciría a un nihilismo utópico en el cual empezar desde cero».

Por ese filtro no pasarían, a su juicio, ni el rey Jaume I ni tampoco personajes como la escritora Isabel de Villena, que defendía el statu quo feudal en el siglo XV, o la primera alcaldesa de España, Matilde Pérez Mollà, de Quatretondeta, que fue elegida bajo la dictadura de Primo de Rivera.

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