«No es cierto que la fiesta del ‘Gali’ fuese una cosa organizada como tal. Fue espontánea. Claro que a alguien se le ocurriría la idea, pero se puso en marcha ese mismo día, se corrió la voz de ‘vamos todos arriba’ y quien quiso, fue subiendo. Cada uno tenía que llevar su bebida o lo que quisiera. Uno puso un altavoz, otro, otro... Y la música, pues cada iba poniendo lo que le apetecía... Como otras veces, vamos...». Lo cuenta Ana y lo ratifica su actual compañera de habitación, María (ambos nombres son ficticios, ya que prefieren preservar el anonimato), que coinciden en que subir a la azotea era «algo normal. Nunca ha estado cerrada. La puerta principal de acceso a la terraza tiene acceso libre desde siempre, porque es una zona común. De hecho siempre nos han animado a usarla, para tomar el sol, hacer celebraciones, barbacoas... Ahí no he visto yo eso cerrado en la vida, vamos...».

La página web de la residencia de estudiantes Galileo Galilei, epicentro del mayor brote de covid-19 de la C. Valenciana desde la primera ola de coronavirus a raíz, precisamente, de esa fiesta ibicenca celebrada en su azotea el pasado 26 de septiembre, recoge un vídeo en el que, por voz de un estudiante, se promociona el uso de ese espacio abierto. El joven explica que «es una zona que los colegiales tenemos habilitada para organizar fiestas, barbacoas... Y en verano la usamos para venir a comer o tomar el sol», y remarca «es una zona habilitada para grandes grupos de personas y así poder organizar las actividades que queramos».

Ni Ana, ni María acudieron ese día, pero conocen todos los entresijos. Ese sábado, se juntaron más de 150, en su mayoría residentes del Galileo. «La gente empezó a subir a eso de las seis y media o siete, porque la idea era hacer un ‘tardeo’ e ir vestidos de blanco». Durante dos horas y media, nadie puso coto al evento. Peor acabó subiendo tanta gente, que un residente terminó por llamar a la recepción y quejarse.

«Es normal que no lo escuchasen, porque la recepción está en la planta baja y al lado opuesto de donde era la fiesta, arriba, en la sexta planta del ala contraria», reflexiona Ana.

"Antes no nos vigilaban mucho, pero ahora ya sí controlan la separación o que nos pongamos guantes para servirnos la comida"

Pasadas las nueve y media de la noche, «subió el de recepción y canceló la fiesta, echó a todo el mundo. De hecho, los vimos bajar a todos a la vez, más o menos. Y fíjate si no era una cosa muy organizada, que a primera hora de la tarde hubo un momento en que no se sabía si habría o no». Confiesan que la fiesta se promovió como tardeo, precisamente porque son conscientes de que «a esa hora más o menos llega el de seguridad, y estaba claro que iba a echar a la gente».

Ana y María aseguran que la mayoría de los residentes «nos sentimos mal por lo que ha pasado. No queríamos hacer daño a nadie. Nos dejamos llevar y ahora somos conscientes de las consecuencias».

«Pero tampoco es para que nos crucifiquen. Están pintando al Galileo como el foco de todos los males, y tampoco es eso... », considera María.

De hecho, ambas coinciden en las mismas críticas que ya han realizado públicamente otros residentes del colegio mayor: «La verdad es que ahora la residencia se ha puesto las pilas en lo que a las medidas sanitarias se refiere. Antes también había gel en los espacios comunes y guantes para que nos los pusiésemos para servirnos la comida de buffet, pero no se controlaba si cumplíamos con eso. Ahora ya sí nos ponemos guantes para manipular los utensilios de servir la comida. Además, han puesto pegatinas en las mesas para que nos sentemos en zigzag, limpian constantemente y enseguida que te juntas mucho o no cumples con alguna medida, te llaman la atención», expone Ana.

Antes del brote, dicen, «nos sentábamos juntos y, con fiesta o sin fiesta, era fácil que hubiese un brote: en los sofás, en el gimnasio,... Nadie nos decía nada». Admiten, eso sí, que, al margen de que la vigilancia fuese escasa o nula, han fallado en el cumplimiento de las medidas desde la responsabilidad individual. «Sí, eso también es verdad».

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Afirman haber «aprendido la lección». «Lo hemos pasado mal. Con mucha ansiedad y asustados. Al principio, porque no sabíamos quién estaba contagiado y quién no; después, porque los resultados de las PCR iban llegando con cuentagotas. Yo bajaba cada poco a recepción, porque era esa la persona que nos lo decía conforme iban llegando».

Ese sentimiento ha dejado paso ahora al de la «preocupación», tanto por las consecuencias sanitarias por la dispersión del virus a partir de la fiesta del Galileo, como para quienes participaron, por los contagios y por la investigación abierta por la Policía Autonómica y la cascada de multas que saben les esperan.