El lunes empezó la primavera climatológica, esa que se define por consideraciones empíricas de temperaturas o lluvias y no por la astronomía, aunque al final esta última sea la que dicte las estaciones oficiales. Para los que adoramos la meteorología en su versión más instrumental, interprétese la percusión de los truenos y el zumbido de la lluvia, el equinoccio del día 20 no representará más que la máxima aceleración en el incremento diario de minutos de sol. Los amaneceres se manifiestan cada vez más pronto, justo al contrario que los crepúsculos vespertinos, que con el paso de los días se muestran más holgazanes, retrasando de forma notable su llegada. Ese proceso determina que las temperaturas vayan subiendo, un repunte que viene condicionado también por el impacto más perpendicular de los rayos emitidos por el astro rey. Todo esto crea un suplemento vitamínico perfecto para las nubes de tormenta. Así empiezan a brotar los cumulonimbos sobre todo en el sistema Ibérico, donde la primavera resulta ser la estación más húmeda.

Hace unos días, Nikolaos Mastrantonas, un científico del Centro Europeo de Predicciones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF), publicó un informe junto con otros colegas sobre los eventos de precipitación extrema en el Mediterráneo. El estudio constata cómo y cuándo están aumentando los episodios de lluvias torrenciales, en relación con el calentamiento global. La conclusión ya la sabemos: van in crescendo; y la distribución en el calendario casi que también. En el este de la península básicamente se producen en otoño (el 60% de estos eventos), cuando el mar está más caliente y esa energía interactúa con el incipiente aire frío que va llegando a las capas medias y altas de la troposfera. ¿En toda la fachada oriental? No, tenemos nuestra particular aldea gala.

La investigación del ECMWF aporta un mapa donde se aprecia la distribución estacional de los chaparrones más intensos. El gráfico verifica que el sistema Ibérico tiene un régimen peculiar, justo entre las provincias de Castellón, Teruel, Cuenca y Albacete. Allí se producen rebeliones primaverales, muchas veces acompañadas de rayos y truenos, que traen buena parte de la precipitación anual, al menos en el Ibérico oriental. Viendo los mapas de densidad de rayos, intuyo que el Maestrazgo cayó en la marmita del druida, porque no tiene rival en España. Empezando ya en marzo e incrementando su actividad en abril y, sobre todo, mayo. Aunque el final del verano trae el mayor número de descargas eléctricas, la cantidad de precipitación que aporta es muy inferior a la recogida en primavera. Si empieza a hacer cábalas para Semana Santa en la ‘montaña ibérica’ incluya en ellas un buen chubasquero. Aviso con tiempo.