Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Balmis-Zendal: el viaje de la salvación

La expedición constituyó un avance científico sin precedentes, demostrando que en términos sanitarios no hay barreras si el hombre se lo propone.

La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

Hoy la gente acude a grandes vacunódromos como quien hace la compra o respira, pero hubo un tiempo en el que las primeras dosis de vacunas atravesaron el océano Atlántico en una corbeta, inoculadas en los cuerpos inocentes de niños que, asustados, se escondían entre los sacos de trigo para vencer al mareo y a las ratas. Fue en la primera década del siglo XIX. España estaba a punto de perder un imperio, asfixiada por las demandas de liberación de las colonias americanas e incapaz de parar la fragmentación de su legado en el mundo. Resulta curioso que aquel país en descomposición mandase a sus tierras más distantes una expedición científica para acabar con la viruela, en lugar de ejércitos para detener a los Bolívar de turno. La metrópoli se quedó en península europea, atrasada, pero se ganó el privilegio de la bondad. Al menos en lo referente a la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

Balmis-Zendal El viaje de la salvación

Francisco Javier Balmis e Isabel Zendal no son todo lo celebrados que debieran en la historia de nuestro país. Hay pocos casos en el mundo que encierren la nobleza y el sacrificio que impulsaron los líderes de la expedición. Se proponía, de forma simple y directa, salvar la mayor cantidad de vidas posibles. El contexto era terrible. A principios del siglo XIX, la mortalidad infantil mellaba los índices de desarrollo del mundo entero, sobre todo en aquellos países sin asistencia sanitaria. Pero sin duda era la viruela la que causaba estragos en los niños menores de diez años, elevando la lista de fallecidos a cifras insoportables. Era el día a día de una historia que avanzaba de forma desigual dependiendo del lugar en el que se naciese. Edward Jenner había descubierto la vacuna años antes y la población europea ya disfrutaba de un remedio que a los ojos inocentes del siglo XIX podía parecer brujería. Pero funcionaba.

La expedición de Balmis tenía como objetivo vacunar al mayor número posible de niños en aquellos territorios pertenecientes a la corona española y fundar puestos de vacunación fija. El principal problema era técnico. Durante el trayecto atravesando el Atlántico, las dosis podían echarse a perder sin una conservación adecuada. Por eso se ideó un método revolucionario, no carente de temeridad. Semana a semana, un par de niños serían vacunados durante la expedición. Dentro de ellos llevarían la cura para el resto de la humanidad. El viaje científico traspasaba las barreras del conocimiento y la aventura. Sería también una expedición salvadora.

Compuesta por 37 personas, Balmis se hizo acompañar de cuatro médicos, dos prácticos, tres enfermeras y 22 niños, inoculados ya con el remedio, portadores de la esperanza para el resto del mundo. Isabel Zendal, rectora del orfanato de La Coruña, desempeñó un papel fundamental como enfermera y cuidadora de los niños.

La corbeta que hizo posible la expedición científica se llamó María Pita y se alejó de las costas españolas desde el puerto de A Coruña. Bordeando Portugal, la primera parada fue en las islas Canarias, siguiendo al pie de la letra un viaje repetido durante los tres siglos anteriores, cuando las carabelas y los galeones dejaban Cádiz para arribar al Caribe. La María Pita llegó a San Juan de Puerto Rico y después a Venezuela. La expedición se dividió, para llegar al mayor número de personas posibles. El doctor Salvany remontó el río Magdalena, hacia el Virreinato de Nueva Granada, en la actual Colombia, y recorrió Ecuador y Perú hasta Bolivia, fragmentándose a su vez para llegar, por la costa chilena, a los confines del continente. Mientras tanto, Balmis puso rumbo hacia Cuba y tocó tierra continental en el Yucatán, adentrándose en México, con pequeñas expediciones independientes que llevaron la vacuna hacia Texas y Guatemala.

Pero el viaje de la vacuna no acabó allí. Balmis cruzó el Pacífico en dirección Filipinas, el extremo más alejado del Imperio Español. Una vez allí, los niños se distribuyeron entre Zamboanga, Mindanao y Cebú. Balmis se dirigió a Macao y Cantón, llevando la solución vírica a China, lo que suponía un acto humanitario que no entendía de fronteras y no solo se limitaba al territorio español. Isabel Zendal volvió a Acapulco en 1809, junto a su hijo, para continuar la labor de vacunar a indígenas, mientras que Balmis atravesó el Índico, como en su día hiciera Elcano, deteniéndose en Santa Helena y vacunando a la población local, justo al mismo tiempo en el que un joven general francés ponía en jaque la historia. Ironías del destino.

La expedición de Balmis y Zendal supuso la supervivencia directa de cientos de miles de personas, imposible de delimitar, pero también constituyó un avance científico sin precedentes, demostrando que en términos sanitarios no hay barreras si el hombre se lo propone. Si Balmis y Zedal hubiesen sidos hijos de la Gran Bretaña, tal vez este artículo sería innecesario. Pero no lo son.

Por fortuna para los vacunados.

Compartir el artículo

stats