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Fuster y la "festeta" del Nou d'Octubre

La "conquesta" fue para Fuster el "nacimiento" del pueblo valenciano, pero su significado se diluyó en la transición

Militares y manifestantes frente al Ayuntamiento de València el 9 de octubre de 1977. el cameraman

Todo hacía indicar que ese 9 de octubre de 1983 València volvería a acoger la «festeta» acostumbrada, advertía Joan Fuster: «Insultos a las autoridades civiles, ovaciones a los uniformes, la masa coral improvisada cantando el ‘para ofrendar’, un discursito anodino al pie de la estatua del rey don Jaume (¡pobrecito!), una traca, y posiblemente un tedéum». «La ceremonia oficial -continuaba el escritor de Sueca en su artículo de Qué y Dónde-, ya bastante triste, será aprovechada por las ‘tías marías’ y los ‘tíos maríos’ de la extrema derecha provincial, con la inhibición o la indiferencia del resto del vecindario».

Joan Fuster, tras el atentado que sufrió en su casa en septiembre de 1981. Ana torralba

No era la primera vez que mostraba su escaso entusiasmo ante el valor político y reivindicativo que había adquirido durante la Transición la diada valenciana. «Fuster había insistido en muchos artículos en que las cosas no se estaban haciendo bien, que la izquierda y el valencianismo se estaban desarmando ante el franquismo», recuerda el escritor y periodista Toni Mollà.

Mollà estuvo entre el medio millón de personas que el 9 de octubre de 1977 tomaron las calles de València bajo el lema unitario de «Ara, volem l’Estatut». Reconoce que se resistió a secundar la convocatoria porque unos días antes Fuster -que «era el santo en mi procesión»- había manifestado que él no iba a acudir para no mezclarse con «la tribu fascista, el búnquer barraqueta y Alianza Popular».

Años después, Fuster le aseguraba a Mollà (y así lo recoge éste en su libro de ‘Entrevistes inacabades’ con el ensayista) que, finalmente, sí estuvo en el acto multitudinario por el autogobierno, aunque se negó a ponerse tras alguna pancarta, tal como le pidieron los partidos de izquierda.

Pasados unos días de la histórica manifestación, Fuster aceptaba en un artículo que ese Nou d’Octubre de 1977 había sido «un acto de afirmación ‘valenciana’ sin precedente», pero también subrayaba sus aspectos «confusos y contradictorios»: «No todos los que dicen ‘¡autonomía, autonomía!’ dicen realmente ‘¡autonomía!’. Ni la ficción de una ‘autonomía’ equivale a las necesidades viscerales de un auténtico ‘nacionalismo’».

La respuesta violenta

Un año después, Fuster volvía a reflexionar sobre el Nou d’Octubre, en esta ocasión en Valencia Semanal, y de nuevo mostraba sus dudas. «La ‘alienación nacional’ de los valencianos estallará con banderitas con el azul -y me extraña que no hayan eliminado las cuatro barras restantes-, con ‘para ofrendar’, con ‘regionalismo bien entendido’ y con grotescas especulaciones gramaticales».

Las dudas no eran tanto por el desarrollo de la celebración (que también) sino por el significado que había adquirido. «Si el Nou d’Octubre sirve, al menos, para demostrar que la inmensa mayoría de los valencianos queremos ‘desalienarnos’ la festividad tendría una importancia decisiva (… ) Pero la victoria definitiva pide años».

En ese artículo, además, Fuster ya advertía de que los «actos de afirmación autonomista» pudieran tener alguna respuesta «conflictiva». «Después de tantos meses sembrando vientos, no sería tan improbable recoger tempestades», escribía.

Y no iba desencaminado. El 9 de octubre de 1978 el presidente del Consell Josep Lluís Albiñana tuvo que interrumpir el discurso institucional ante los insultos y el boicot de grupos anticatalanistas y ultraderechistas. Una bomba estallaba en los lavabos de la plaza de Toros de València durante la celebración de Aplec del País Valencià y la librería Tres i Quatre era atacada con cócteles Molotov. El 26 de octubre un millar de personas intentaba asaltar el Palau de la Generalitat exigiendo a los políticos que se retirara la cuatribarrada bandera «catalanista» con el escudo del Consell en el centro.

El 17 de octubre, un paquete bomba estallaba en la casa de Fuster en Sueca. «No ignoro que entre mis compatriotas soy un personaje conflictivo. ¿Tanto? Quiero decir: ¿para merecer ese trato? -se preguntaba días después- Al fin y al cabo, lo único que he hecho en esta vida ha sido leer y escribir, que son operaciones notoriamente apacibles».

La visión del Nou d’Octubre por parte de Fuster no siempre fue tan desencantada. Aquellos artículos eran fruto de un momento determinado, el de la Transición, «en el que la conmemoración de la conquista de Jaume I podría haber adquirido un significado que finalmente no tuvo». Así lo cree el filólogo Francesc Pérez Moragón, biógrafo del escritor, quien recuerda que para Fuster el día en el que se conmemora la conquista de València siempre fue «un símbolo fundamental porque es la fecha fundacional del pueblo valenciano».

Y lo mismo apunta el catedrático de Historia Medieval Antoni Furió, editor de la obra completa de Fuster. «En Nosaltres els valencians ya deja claro que, para él, la conquista de València en 1238 fue el inicio absoluto, el ‘acta de nacimiento’ del pueblo valenciano. Y es una simbología importante porque hay otra gente que asegura que los valencianos tienen una historia anterior a Jaume I, musulmana o incluso romana. La respuesta de Fuster es que, evidentemente había valencianos antes, los habitantes de Balansiya y de Valentia, pero como pueblo nacen con la Conquista y con la colonización que la sigue».

Fuster, como explica Furió, siguió defendiendo ese peso simbólico del 9 d’Octubre más allá de Nosaltres els valencians, sobre todo impulsando y participando activamente en los «aplecs» que se celebraron en el Puig y en otras localidades durante las décadas de los 60 y 70. Pero justo en la Transición, cuando esa visión del 9 d’Octubre tenía que haber adquirido todo el sentido, al «pueblo» no le llegó el mensaje. Los políticos -que, como apunta Mollà, habían «mamado» intelectualmente de Fuster-, se olvidaron del símbolo y se perdieron en otras luchas.

«Más allá de las divergencias políticas había cosas que podían ser compartidas por todos, y de ahí la importancia de la fecha -apunta Pérez Moragón-. Pero, como se quejaba Fuster, no se hablaba de esas cosas. Se canalizaba la atención de la gente hacia batallas como la de la bandera. mientras la razón fundamental por la que había que celebrar el 9 d’Octubre quedaba escondida o disfrazada».

Furió coincide con Pérez Moragón. «Cuando ya se ha producido la Transición y viene la institucionalización del acto, llega el desencanto. Ese es el Fuster de los artículos, decepcionado al ver que el Nou d’Octubre se ha convertido en una fiesta más del calendario que la derecha aprovecha para atacar a las autoridades democráticas. El día ha perdido la fuerza reivindicativa que había tenido durante el franquismo y la Transición».

Casi cuatro décadas después del artículo en «Qué y Dónde», Fuster posiblemente seguiría hoy hablando de la «festeta» del Nou d’Octubre. «Que no se celebre igual en todo el país le está dando la razón -concluye Pérez Moragón-. Sí, todo el país tiene fiesta ese día, todos saben que tiene que ver con Jaume I y con la conquesta, pero la conmemoración se ha quedado demasiado reducida a la ciudad de València y eso, después de tantos años, sigue siendo un fracaso».

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