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El horror inquisidor en València

Un libro analiza cómo eran las prisiones del Santo Oficio y las torturas a judíos, brujas, herejes y homosexuales, entre otros

Albert Toldrà i Vilardell, en una conferencia. | A.T.

El médico morisco Alatar el viejo empezó a reír cuando el Santo Oficio de la Inquisición le leyó su acusación una vez retenido. Recriminado por el inquisidor contestó: «Ha tanto questoy preso y no me tengo de reyr?». Una actitud como esa podía repercutir negativamente en su condena, pues la Inquisición tenía en cuenta no solo la gravedad de la infracción a ojos de la institución, sino también la actitud de arrepentimiento. «Los escribanos anotaban las palabras del reo en el interrogatorio pero también sus gestos, sus miradas, sus lloros, sus plegarias y si suplicaban o se mantenían dignos». Este es uno de los detalles que revela el libro «El monstre. Les presons de la Inquisició a València», de Albert Toldrà i Vilardell y editado por Alfons el Magnànim-Centre Valencià d’Estudis i d’Investigació. Un volumen que analiza el tribunal de la Inquisición y la sociedad valenciana a través de sus prisiones. Unos espacios represivos que se implantaron a finales del siglo XV. Allí, se producían «interrogatorios y torturas con violencia inhumana», destinadas «a destruir la voluntad».

Una prisión, varias sedes

La prisión en València tuvo varias sedes.  Primero se situó en el Palacio Real, después en el Arzobispal y finalmente en un palacio, hoy derruido, situado en el cruce de la calle de Navellos con la de las nueve Rejas (actual calle de la Unión), al lado de la plaza de la Iglesia de Sant Llorenç y el actual palacio de las Corts Valencianes. En un primer momento, las víctimas se centraron en judíos convertidos y una vez exterminados, la atención pasa a los moriscos y los herejes protestantes, brujas, homosexuales y otros muchos colectivos.

Preguntado por si había diferencia en los castigos a hombres y mujeres, Toldrà apunta que «el tratamiento era el mismo, aunque se regulaba la intensidad de la tortura según la constitución física de la víctima, que era completamente desnudada, un añadido de violencia contra la mujer que la sufría». E cuanto a la violencia sexual en las prisiones, «la documentación encontramos alguna mención, alguna pista, pero pocas, aunque eso no significa que no hubiera», dice el autor.

El Santo Oficio tenía dos modalidades de prisión: «las penitenciarias, es decir, como castigo de reos ya procesados y por otro lado las ‘prisiones secretas’, que era donde estaban encerrados mientras tenía lugar su proceso», cuenta el historiador a Levante-EMV. Esta última tipología era especialmente terrible por los maltratos y la absoluta incertidumbre a la que se sometía al prisionero. «No sabe quién lo acusa ni de qué y acaba desesperado y confiesa lo que ha hecho y lo que no ha hecho, que es lo que pretenden los inquisidores; como dice Foucault, una ‘fábrica de obtención de la verdad’». «La tortura inquisitorial formaba parte de un interrogatorio, un proceso de destrucción de la voluntad del detenido», explica Toldrà.

Para ello, el Santo Oficio utilizaba tres instrumentos de tortura. La Garrucha (se colgaba al reo atado por las manos a la espalda y se levantaba, a veces con una piedra atada a los pies); la toca o «tormento del agua» (se introducía un trapo por la garganta de la víctima y vertían agua, lo que producía sensación de ahogamiento) y el potro (comprime los miembros con cuerdas). Algunos de los encierros acababan con una condena a muerte. En ese momento llegaban las ejecuciones (normalmente en la hoguera) que, aunque ordenadas por la Inquisición, las llevaba a cabo la justicia civil, porque «el derecho eclesiástico prohíbe el vertido de sangre y solo las sufre una parte de los procesados».

Corrupción y decadencia

Desde su implantación en València, a finales del siglo XV hasta el XVI, el Santo Oficio está en formación y consolidación, pero desde entonces hasta las aboliciones del XIX, lo que hay, más que cambios, «es una larga decadencia, marcada por la incompetencia, la desidia y la corrupción del personal inquisitorial». Aunque no hay una cifra exacta de cuántas personas fueron procesadas, se calcula que la Inquisición castigó en total a 150.000 personas y quemó cerca de 34.000.

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