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El maquinista de la Xàtiva ancestral

El tren turístico de la capital de la Costera cumple veinte años de rutas por el casco antiguo y el castillo

Es viernes, poco después de mediodía. Septiembre acaba de empezar en Xàtiva, aunque la calina del verano setabense no parece que quiera, por lo pronto, abandonar ya las calles de la ciudad. La Albereda Jaume I ofrece, por suerte, un agradable respiro a la sombra de sus árboles. Desde allí, al amparo de la Font del Lleó, grupos de turistas de variopinta procedencia aguardan a que el trenet de Xàtiva emprenda otra vez, como hace cada día desde hace veinte años, la ruta por los lugares más emblemáticos del casco antiguo hasta el castillo que aún reina sobre la comarca de la Costera. El tren turístico de Xàtiva es ya un vecino más de la comunidad setabense y no suele valorarse como posible excursión por los vecinos de los municipios cercanos, a pesar de que representa una buena oportunidad de transitar por la Xàtiva histórica, muy diferente del ensanche comercial rutinario.

Pasan unos minutos de las doce y media cuando el tren empieza su recorrido, después de las pertinentes advertencias previas de una azafata turística en formato cassette que acompañará a los viajeros durante todo el paseo. El convoy aún no ha recorrido veinte metros cuando el maquinista vuelve a pararlo para un grupo de turistas que se apuntan a subir a última hora. El servicio de trenet, propio de ciudades costeras o grandes capitales, es una rareza en municipios como Xàtiva, de menor demanda turística. Esto permite, no obstante, un servicio mucho menos rígido, como comprueban estos últimos pasajeros. Con ellos son unas veinte personas las que han subido al viaje, entre los que se incluyen algunos italianos y un nutrido grupo de iberoamericanos. Dos parejas de jubilados comentan con un fuerte acento manchego cada lugar que nombran por los altavoces del trenet: el Jardín del Beso, la plaza de Sant Pere, el antiguo convento de los monjes trinitarios, la calle Moncada... El trenet poco a poco se adentra en el casco antiguo de la localidad; el alquitrán da paso al adoquín y el traqueteo dificulta escuchar las explicaciones de la azafata sonora. No importa: el viajero se sumerge así en el ambiente del núcleo histórico, el que impregnan sus coloridas casas y sus estrechas calles.

El castillo, plato fuerte de la ruta

El tren comienza el zigzagueo de subida al castillo y poco después de la una llega a la cima. Los turistas tienen hasta las dos de la tarde para realizar la visita a la fortaleza, plato final de la ruta por la antigua Xàtiva, antes de que el tren desande el camino hecho. El aire corre más fresco ahí arriba, y los viajeros lo agradecen. A la puerta de la fortaleza se unen a más visitantes de otras procedencias. Hay una familia castellana, cada miembro con los cristales de las gafas de un color distinto, que aprovechan el magnífico paisaje para sacar unas cuantas fotos. «Awesome», murmuran una pareja de ingleses sentados en lo alto del castillo mayor. Al contrario de lo que cabría esperar, el número de visitantes del castillo no es muy alto, por lo que cada uno puede detenerse a disfrutar en soledad de la capilla gótica de Santa María o de la mazmorra del Conde de Urgell, un lujo que no permiten otros emplazamientos turísticos de esta clase.

Pasadas las dos la veintena de turistas vuelven a ocupar sus asientos. El maquinista los conduce a través de la plaza del Trinquete y la del Españoleto, y unos minutos después vuelve a encarar la avenida de la Albereda mientras el cassette menciona las bondades de las terrazas que la ocupan. Cuando el tren se detiene, todos marchan ávidos a probarlas.

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