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Obispado valldalbaidí

Este último fin de semana aparecía en algún medio este titular: «Cañizares inicia el proceso para canonizar al obispo Pla». La información aludía al cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, quién iba a presidir la apertura de la causa de canonización del que fuera obispo de Valencia, nacido en Agullent, Jesús Pla (fallecido en el año 2000). La noticia especificaba que «la documentación se enviará a Roma para que allí el Vaticano estudie su declaración como beato y santo». Como avales no se citan milagros ni desprendimientos. Eso sí, se señalan sus ascensos en la pirámide eclesial, hasta llegar a Obispo. Sin embargo, extraña en una eminencia tan bien informada, que luce unos atuendos de envidia, que igual se permite atacar a las máximas autoridades democráticas valencianas, Ximo Puig y Mónica Oltra, sobre todo porque el 18 de julio no se le arrugó la capa para dedicarle una misa a Franco.

Por todo ello, causa perplejidad que, seguramente en la aplicación de la justicia divina, a Cañizares se le haya pasado por alto detenerse en la figura de otro obispo, ontinyentí para más señas, fallecido apenas 3 años después de Pla. Con un currículo que a su señoría no le cabe ni un libro, y no solo por sus 30 años al frente del obispado mallorquín. Se trata del obispo Teodoro Úbeda Gramaje, quién todos los meses de agosto venía a la tierra de su nacimiento, consciente que «qui perd els origens, perd identitat». En Ontinyent no le dolían prendas a la hora de enfundarse la chilaba mora de los Mozárabes. Ya ve, un apóstol del cruce de civilizaciones. Claro que lo que no se sabe, respecto a Úbeda, es si el ser considerado como «uno de los últimos obispos aperturistas de la transición, en la línea del cardenal Tarancón», o que su última comparecencia pública fuese para «encabezar una concentración-rezo por la paz por las calles de Palma, convocada por él poco antes de que estallara la guerra de Irak», por no rememorar el protagonismo que tuvo en la transformación de la Iglesia moderna insular, son motivos suficientes para alcanzar la santidad ante los iluminados ojos de su señoría. Aunque al final no pudo culminar su gran proyecto cultural, la intervención del artista Miquel Barceló en la catedral de Mallorca.

También suscita dudas saber si «el apostolado y la práctica política de los curas obreros» son considerados méritos o deméritos por su aura púrpura. En esa línea de vacilaciones se inscribe su activismo cultural y un compromiso cívico evidente. En 1975, con Franco vivo, reclamó «La responsabilidad de los cristianos en la promoción de nuestra lengua y cultura».

Pero donde Teodoro Úbeda dio el do de pecho fue como albacea de María Nadal. Un asunto que al parecer de algunos de sus allegados le llevaría tempranamente a la tumba. Primero obligado a delegar la gestión de la herencia a una suerte de comisión «gurteliana», creada e impuesta por la Conferencia Episcopal Española. Después de su muerte, y de haber conseguido que se respetase la voluntad de la testamentaria respecto a Ontinyent, más de 23 millones de euros legaron a Ontinyent. Sin embargo, por arte de birlibirloque volaban hacia el arzobispado de Valencia. Desde entonces las peticiones reclamantes ontinyentinas se han revelado estériles. Incluido el acuerdo del pleno del Ayuntamiento de Ontinyent en septiembre de 2011.

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