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Tribuna libre

Después de «Todos los santos»

Tengo la costumbre desde hace muchos años de hacer la visita al cementerio ya pasados unos días de la celebración de Todos los Santos. El motivo de salirme de la norma no es otro que verme en este lugar santo con mayor recogimiento íntimo y meditación, distinto al que hubiese sido con aglomeración y encuentros con nos y otros conocidos.

Voy caminando yo solo por le camposanto fuera de fecha, en horas de poas visitas, buscando los lugares ya familiares para mí, donde están mis padres, mis hermanos o aquel otro ser querido que cada año le recuerdo íntimamente frente a su tumba. En el recorrido no puedo evitar ver el nicho del amigo o conocido que casualmente me encuentro, como también de los de aquellos otros que nos han dejado recientemente de forma rápida, inesperada, brutal, y sin pode despedirse de nadie. También alguno con el que has convivido tan solo hace unas semanas o incluso días antes de morir, como Rafael Conejos, que por deseos de él fue trasladado desde Blanes (Girona), para estar enterrado en su inolvidable Xàtiva, después de 50 años alejado de su lugar de nacimiento.

No podía dejar de visitar nantes de finalizar el recorrido (como también es costumbre mía) el lugar donde están depositados los cuerpos de Ramón Simarro y su mujer, Cecilia Lacabra. Padres de Luis Simarro Lacabra, famoso médico neurólogo al que Xàtiva le tiene dedicado un instituto y una calle.

Para quien aún no lo sepa, Ramón Simarro Oltra, nacido en Xàtiva en 1827, fue un pintor de nivel, con formación académica en los centros de San Carlos de Valencia y San Jorge de Barcelona, a quin la Diputación y su ciudad natal le becó a Roma con una estancia de 5 años; con la mala suerte de contraer tuberculosis a los 3 años de estar en Italia con su mujer y su único hijo, de 1 año, que ya nació en Roma.

Los tres regresaron a Xàtiva al enfermar el artista, pensando en una recuperación, pero no fue así, dado que a las pocas semanas de estar en Xàtiva falleció con tan solo 33 años, tomando su mujer la fatal decisión de suicidarse al día siguiente de la muerte del marido, salvándose el hijo milagrosamente, pues aunque lo llevaba con ella al precipitarse desde el balcón pudo protegerlo con su cuerpo.

¡Pues bien! Narrando cuando acontece, añadir que en esta reconfortable visita a mi familia y por último al pintor y a la poetisa, tuvo en esta última parada una grata satisfacción, al ver que estaba pintado recientemente de blanco todo el tramo de la pared, donde están los dos nichos y sus dos bellas lápidas; más una flor situada en cada una de las repisas, todo realizado tal vez por admiradores. Por cierto, que estas referidas lápidas fueron labradas por Mariano Benlliure y situadas en los nichos —pienso— unos 30 años después de los enterramientos, pues la fecha de la colocación de las lápidas no aparece en ningún registro del ayuntamiento, pero se desprende las encargó el hijo ya siendo famoso, con grandes relaciones con Sorolla o el mismo Benlliure, sin olvidarnos del premio Nobel Ramón y Cajal, de quien Simarro en cierta forma fue el maestro.

Esto es todo lo que unos días después de Todos los Santos he podido experimentar una tarde en el camposanto de nuestra ciudad, que junto con los momentos espirituales he podido disfrutar de la parte histórica y artística que nuestro cementerio nos ofrece.

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