La reciente polémica sobre la exhumación y traslado de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos a la parroquia de la Almudena, para retirarle los honores de ilustre personaje histórico a caballo entre sanguinario dictador y brillante general defensor de las tradiciones patrias y vengador de la represión roja, nos hace evocar otras históricas exhumaciones de Xàtiva que recorrieron el camino contrario al de en otro tiempo todopoderoso Caudillo de España. Mientras al Generalísimo se le quiere desterrar de su mausoleo, a María Climent se le otorgó la condición de beata por ser una víctima de la Guerra Civil. Y con tal objeto se exhumaron sus restos dos décadas después de su asesinato, para trasladarlos desde el cementerio de la capital de la Costera a la parroquia de la Merced de Xàtiva, y abrir una capilla donde actualmente leemos sobre placa de mármol que María Climent fue martirizada el 20 de agosto de 1936, y proclamada beata por el papa Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001. Pero, el feligrés o curioso, joven o de mediana edad, suele preguntarse quién fue María Climent Mateu, y desconoce que en el cruel martirio también le acompañó su madre, Julia Mateu Ferrer, cuyo nombre en nuestra opinión también debería aparecer en este improvisado espacio de memoria de carácter religioso.

María Climent nació a finales del XIX, en el seno de una modesta familia de labradores de la plaza Sant Jaume de Xàtiva. Sus padres fueron José Climent Benavent y Julia Mateu Ferrer. Fue una obrera cristiana gran devota de la causa social de la iglesia, y militante de un sinfín de agrupaciones dedicadas tanto al culto religioso como a la ayuda del necesitado. Precursora del movimiento obrero femenino por la rama del sindicalismo católico, contribuyó a fundar el Sindicato de la Aguja en Xàtiva, y fue también miembro activo del teatro cristiano organizado por Clodomira Bernabé con la finalidad de ayudar a recaudar fondos que sirvieran de caja dotal a aquella inmensidad de mujeres trabajadoras que se dedicaban a coser en talleres. Complementó estas actividades formando parte del apostolado social de la mujer, y colaboró con la cofradía del Santísimo Ecce Homo en la confección de ornamentos, vestas y organización de los actos de culto.

Además, también estuvo muy vinculada a la Colegiata como tesorera de la Cofradía de Jacinto Castañeda, de Nuestra Señora de la Seo, feligresa de la Adoración Nocturna, ayudante en la cofradía de Nª Señora del Perpetuo Socorro, celadora de los Jueves Eucarísticos y devota del Rosario Perpetuo en el vonvento de la Consolación. No casó, y dedicó su vida a promover el catolicismo social desde todos los ámbitos hasta que estalló la guerra. La violenta oleada anticlerical desatada en el verano del 36 acabó con su vida por ser una mujer que no quiso renegar de su fe ante un grupo de desalmados que acudieron en la madrugada del 20 de agosto de aquel año a sacarla de su casa con la excusa de interrogarla. Su madre se negó a dejarla sola y la acompañó.

Las mataron a las dos. A las siete de la mañana del día siguiente, dos de sus primos, el pintor Francisco Climent Mata y el abogado Joaquín Climent Fayos fueron avisados de que en la carretera que une Xàtiva con Llosa de Ranes, a doscientos metros del cementerio, yacían los cuerpos sin vida de María Climent y su madre, amoratados por los golpes recibidos, llenos de heridas por arma blanca, y rematados luego con un tiro en la cabeza. Los Climent amortajaron los cadáveres que llevaban horas allí tirados, y se personaron ante el Comité Revolucionario para obtener el permiso de poder enterrar a las víctimas, sin que nadie alzase un dedo para buscar a los culpables de tan cruel asesinato. Una ola de indignación recorrió Xàtiva, y Franco ya no fue para muchos un general golpista.

Los informes emitidos por la iglesia para iniciar el proceso de beatificación de María Climent argumentan que el martirio y posterior asesinato de ambas se debió a su negativa a lanzar vítores a favor de la República o del comunismo, a lo que María respondía con un «Viva Cristo-Rey», lo que acrecentaba el instinto asesino de sus captores. Nos preguntamos de dónde se sacó aquel testimonio, de las delaciones o de las declaraciones de los presuntos culpables, que fueron posteriormente ejecutados en la Casa Blanca a la llegada de las tropas franquistas.

Años más tarde, se procedió a la exhumación de los restos que se hallaban en el cementerio. Corría el 12 de junio de 1958, y los médicos locales José Cuquerella Codina y Salvador Úbeda certificaron que los restos allí existentes correspondían con las ejecutadas, y que los huesos hallados presentaban múltiples fracturas, consecuencia de haber recibido todo tipo de golpes. La emisión de un informe y biografía que demostraba su fuerte activismo en el catolicismo social, y la reconstrucción de los hechos, avaladas por la exhumación de los restos, demostraron el martirio. Pruebas suficientes para justificar en una publicación su candidatura a la condición de beata junto a otras 18 víctimas femeninas valencianas más de la represión del 36. El informe circula por las parroquias desde 1998 sin que „incomprensiblemente„ haya visto la luz que sepamos en forma de libro, y sirvió de base para justificar la beatificación de María Climent junto a cientos de víctimas de la persecución religiosa, proceso del que „incomprensiblemente también„quedó fuera su madre, al igual que del espacio de memoria que tiene su hija en su parroquia natal.

Más allá de motivaciones religiosas o políticas, de los prejuicios ideológicos o de los rencores suscitados por tener antepasados ejecutados por rojos o azules, uno no acierta a comprender la polémica creada por lo que se refiere a la aprobación de una ley de memoria histórica que, como todo en este país, se convierte en arma arrojadiza en manos de intereses partidistas. El estudio del pasado y el exhumar fosas para dar sepultura digna a las víctimas de la Guerra Civil o de cualquier otro conflicto es algo que se viene haciendo desde hace mucho en España. No es un invento del presente ni busca abrir heridas. Persigue dignificar a los que fueron torturados y ejecutados. Sólo que ahora hay subvenciones, adelantos tecnológicos y la libertad suficiente para que el peso de la Cruz de los que secuestraron a Dios y a España no ahogue el derecho de los que perdieron la guerra, hijos también de Dios y españoles, a identificar, biografiar y dar sepultura digna a sus muertos ya que todos fueron víctimas del peor conflicto armado de la historia de España.