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Aquella sinfónica setabense de 1926

tuvo Xàtiva su concierto de Año Nuevo a mediados del mes de enero de 1926. Después de aprovechar la Navidad para incrementar los ensayos, el maestro Terol presentaba en el Gran Teatro a la orquesta el Españoleto. Ahora, como las grandes urbes europeas, la capital de la Costera podría disfrutar de la alta música ofrecida por toda una filarmónica compuesta por músicos locales. Y todo gracias a Vicente Terol Gandía, el primogénito de los hermanos Terol, una saga de músicos formados en la sociedad artístico-musical La Nova con calle dedicada hoy en Xàtiva, y que triunfaron y vivieron profesionalmente de la música.

Hijo de los comerciantes del carrer Botigues Vicente Terol Perales y Nieves Gandía Sanchis, Vicente despuntó como músico en la sociedad musical la Nueva bajo la dirección de Mariano Iborra, y tras aprobar con el número uno las oposiciones a la banda de la academia de artillería de Segovia, se convirtió en músico militar. De allí fue destinado a Alcazarquivir, en el Protectorado español de Marruecos; luego a Salamanca, y mediados los veinte fue enviado al regimiento Otumba por entonces acuartelado en el antiguo convento de Sant Francesc de Xàtiva. De vuelta a su ciudad natal, decidió emprender el proyecto de crear una gran orquesta integrada por los mejores músicos de las sociedades musicales locales y del regimiento donde prestaba servicio. Y con la ayuda de sus hermanos, también músicos, formados bajo la batuta de Rafael Marco y José Ramírez, inició el proyecto. Ellos, junto a los Sanchis Morell, homenajeados en el presente año, constituyeron dos de las mejores sagas familiares de músicos que ha dado la Xàtiva del siglo XX, una formada por Vicente, Arturo y J osé Terol Gandía, y la otra, por Eduardo y Germán Sanchis Morell.

Suponemos aprovechó Vicente la disciplina cuartelera recibida para poner orden entre unos músicos, los de la Nova y la Vella, que vivían siempre enfrentados por ver cuál era la mejor banda, y que ahora por fin, tocarían juntos. Hasta ese momento, nadie lo había logrado. Además, tendrían financiación de Bruschetti para la compra de los instrumentos de cuerda, y la cobertura informativa del abogado, periodista, y activista republicano del semanal El Demócrata, José Fabra, que se convirtió en el cronista de los conciertos de la Sinfónica Setabense, y presentó el primero como resultado de la títánica labor del maestro Terol, y reflejo de que Xàtiva además de tierra de pintores, poetas, médicos, comerciantes, lo era también de músicos y artistas, que estaban dispuestos a trabajar únicamente por amor al arte.

Así un frío lunes de la cuesta de enero del nuevo año apenas iniciado, la orquesta del Españoleto hizo sonar en el coliseo de Sant Doménec la Quinta Sinfonía de Beethoven; el Andale Cantabile de Tschaikowsky, o el Preludio del tercer acto de Lohengrin, de Wagner, entre otras piezas que interpretaban por primera vez un conjunto de músicos amateurs. La entrada fue aceptable pero la afluencia de público comenzó a bajar estrepitosamente en los siguientes conciertos, a pesar de los precios irrisorios que se cobraban.

José Fabra no lo podía entender. Tras las fracasadas salidas a Canals y Carcaixent, se decidió no traspasar las fronteras locales. Y no era cuestión de precios, ni de horarios, ni de calidad de unos músicos que conseguían hacer sonar las partituras sino de una manera brillante, sí por lo menos digna. En su opinión, era fruto de la envidia. El hecho de que la orquesta estuviera formada por vecinos de localidad tan próxima, restaba público, cosa que no hubiera ocurrido si se hubieran publicitado como forasteros venidos de Madrid o Barcelona. Se intentó cambiar de repertorio, intercalando temas más regionales y conocidos por el público en general como Es chopà... hasta la Moma, de Giner, donde se hacía sonar la dolçaina i el tabalet; la Córdoba de Albéniz, con el maestro Ramírez al piano, o las Goyescas de Granados. Pero ni así. Las variétés, el teatro cómico o los inicios del cinematógrafo resultaban más atrayentes como espectáculo nocturno que no aquellos intentos por divulgar los grandes compositores de la música clásica. Resultaban aún poco conocidos para el poco educado oído de las clases populares. El miedo a lo desconocido era más fuerte que la curiosidad por escuchar algo diferente. Era una cuestión de tiempo y paciencia romper con los prejuicios.

Paciencia que no tuvieron unos músicos amateurs que desmotivados ante la falta de recompensa en forma de aplausos, fueron poco a poco desertando de los ensayos, o no poniendo la atención requerida para conciertos tan complicados. Y nada se les podía reprochar porque hacían todo aquello voluntariamente tras largas jornadas de trabajo sin recibir remuneración alguna. Y a ello se añadía la eterna rivalidad que existía entre los músicos setabenses, según el cronista de la Sinfónica, que aeaba «el partidismo inconsciente que se transmite de padres a hijos por una u otra de las dos bandas de la localidad y que ha llevado a unos y a otros a excesos deplorables. Se han suavizado algo las pasiones, efecto de una mayor cultura, pero en el fondo no hay más que capulettos y montescos en todo en cuanto al divino arte de se refiere», decía.

La vida de la orquesta fue efímera, y a pesar de que durante algunos años intentó salir adelante, la estocada que llevó a su disolución llegó el día en que el maestro Terol fue destinado a otro regimiento. Y no fue hasta finales del XX, con la proliferación y profesionalización de los estudios musicales vía subvenciones estatales, lo que permitió que las sociedades musicales y conservatorios tuvieran ya profesores e instrumentos para poder impartir docencia, y formar orquestas jóvenes, con lo que la alta música de los grandes compositores dejase de ser una rareza o un lujo al alcance de pocos, y se convirtiera su aprendizaje y disfrute en algo popular, accesible a todo el mundo que desease superar la barrera del desconocimiento. El mestre Terol contribuyó así a abrir camino para acabar con la brecha que separaba la alta música de la popular, y convertir el divino arte en un patrimonio de todos.

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