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Xàtiva y el fascismo

La entrada de las corrientes ultranacionalistas defensoras de los valores patrios en las instituciones políticas valencianas, españolas y europeas, justo cuando se cumplen cien años del nacimiento de los grandes totalitarismos que desangraron el viejo continente, nos lleva a evocar su nacimiento desde la perspectiva de un setabense ilustre, como lo fue el pintor y poeta José Guiteras Soto, con calle dedicada en Xàtiva, y que fue seducido por sus principios, después de ser testigo directo de la marcha fascista sobre Roma en 1922.

1919 fue un año crucial para el futuro en la historia de Europa, porque nació la milicia de los fascio di combattimento en Italia, Hitler se afilió al partido nacionalsocialista en Alemania, mientras la revolución bolchevique en Rusia proclamaba la III Internacional, que llevaba a los comunistas a apartarse de la socialdemocracia, y a intentar extender la revolución proletaria al resto de la humanidad, mientras el país se ahogaba en una cruenta guerra civil entre rojos y blancos. Se sembraban las dos caras del totalitarismo por la derecha e izquierda del pensamiento, que nos llevarían en poco tiempo a repetir por cinco los errores de la Primera Guerra Mundial. Diez millones de muertos para una, y cincuenta para la otra. Y una catástrofe de semejante dimensión nació de la fe que ambas ideologías despertaron en millones de seres humanos. Hoy evocaremos el poder de seducción del totalitarismo de derechas sobre mentes cultivadas amantes de su patria chica, Xàtiva, y de la grande, España.

José Guiteras Soto estudió derecho por tradición familiar pero pronto se dedicó a las Bellas Artes. Formado en la escuela de Carchano, sintió una inmensa pasión por leer, escribir y pintar, hasta que el afán por captar la luz le llevó a desarrollar la última faceta siguiendo técnicas impresionistas. Su posición acomodada le permitió vivir de rentas, dado el patrimonio rústico que recibió por herencia, e iniciar una vida dedicada a la captación de paisajes al aire libre, que le llevó a conocer entre otros, a Santiago Russinyol. Permaneció soltero a pesar de que quería a las mujeres, aunque después del mar, del cielo, de las montañas y del arte, que él estableció como las prioridades por las que la vida merecía vivirse. Y políticamente se definió como un liberal demócrata amante de la justicia social, y que ante la imposibilidad de cambiar el mundo, se evadió del mismo con una pintura que buscaba la paz espiritual a través de la captación de la naturaleza.

Un viaje iniciado por Europa para buscar inspiración en los grandes del Renacimiento y del impresionismo francés, le llevó a descubrir por casualidad toda la parafernalia fascista en Roma, que perturbó su búsqueda de la ansiada paz. Por unos días colgó los pinceles y se convirtió en corresponsal involuntario de cómo Benito Mussolini conquistó el poder en Italia, experiencia que dos años más tarde trasladó a la revista de la que fue director y colaborador, la Unión Cultural Setabense, una publicación financiada por la clase media local en tiempos de la Dictadura de Primo Rivera, un militar que impuso una dictablanda a semejanza de lo que el fascismo quería hacer en Italia, pero sin el grado de violencia y represión que sufrieron los transalpinos.

Se encontraba Guiteras a caballo entre Tívoli y Roma cuando el sosiego de su viaje se vio perturbado por la llegada de una riada de paramilitares llegados de todas partes que desfilaban por las calles lanzando vítores a Italia, ataviados de camisas negras, saludándose con el brazo en alto, a modo de las legiones romanas. Venidos de todos los rincones de Italia, se concentraban para pedir a la monarquía de Víctor Manuel III que el Partido Nacional Fascista tomase las riendas del gobierno ante la amenaza de una en teoría inminente revolución bolchevique que se escondía tras la convocatoria de una huelga general. Muchos excombatientes, malcarados, armados de pistolas, con puñales en el cinto, y tatuados de calaveras se liaban a tiros con los comunistas, sin que las fuerzas de seguridad ni el ejército interviniera con contundencia para restablecer el orden. Finalmente, el rey de Italia claudicó y les permitió formar gobierno. Los fascistas penetraban en las instituciones, y en poco tiempo, convirtieron la democracia en dictadura, y a su presidente en el todopoderoso Duce, conductor de una masa desesperada por la crisis económica de posguerra.

Pero José Guiteras no pensaba en el futuro y quedó seducido por la inmediatez de los acontecimientos. A pesar de sentir algo de repulsa por la violencia desatada, también sintió admiración por el profundo amor que mostraban los fascistas por Italia. Observó a las familias sin recursos, que gastaban parte de lo poco que tenían, para comprar una enorme bandera de Italia y colgarla en el balcón de su casa, del joven intelectual que recitaba versos de Leopardi, o del veterano de guerra que enseñaba sus heridas de combate. Todos tenían el pensamiento puesto en Italia, y en los ojos las lágrimas, al pensar en el decaimiento de la nación. Y Guiteras se emociona también al contemplar todo aquello, a pesar de que no era italiano, y al regresar a Xàtiva, sintió vergüenza porque en España no se respiraba tanto amor a la patria como en Italia, y no le fue suficiente la movilización del regimiento Otumba, que con base en el cuartel de Sant Francesc, se preparaba para partir hacia Melilla, a combatir contra las tribus bereberes del Rif, que no querían formar parte de España.

Dos años más tarde la prensa local de corte liberal demócrata, y en la pluma del abogado y político José Fabra, denunciaba que Mussolini, el dictador sostenido por las almas negras, había decretado leyes que negaban la nacionalidad a los antifascistas, y permitían la confiscación de sus bienes. Muchos italianos se vieron obligados a huir a Francia. Comenzaba la historia de horror de la irrupción de los totalitarismos, y la del poder de seducción de los nacionalismos excluyentes que llevaron a la humanidad a la Segunda Guerra Mundial.

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