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Mis comienzos en la caza

l a mayoría de los cazadores que conozco empezaron a cazar por vínculos familiares. Normalmente, era el padre quien cazaba y eso se iba transmitiendo de padres a hijos, generación tras generación. Hoy el relevo generacional en la caza se ha perdido casi por completo porque hay poca gente joven que se inicie en la caza. En mi caso, no fue así. Mi padre no pegó un tiro en su vida. Ni cuando hizo el servicio militar, que ya es difícil en la mili de entonces no empuñar un cetme.

Dos tíos míos sí que fueron muy cazadores. Mi tío Vicente Simó hizo innumerables viajes a África de safari a cazar leones y elefantes, pero cuando ir a cazar a África era otra cosa bien distinta y no como ahora. Me estoy refiriendo a los años 50-60. Entonces se practicaba un tipo de caza más auténtica y menos enlatada. Mi tío Carlos Gisbert también fue cazador, pero solo de caza menor. Más tarde se lo dejaría. Cambió la escopeta por los paseos por el campo. Tampoco es mala opción.

Yo comencé relativamente tarde, con 18 años. Vicente, el casero de la finca era un cazador nato. Entonces en Fontanars era fácil colgarse media docena de perdices en un rato cuando salías a cazar. A los tordos no se les tiraba porque el cartucho era muy caro. No hacía falta, además, habiendo tanta caza. Las escopetas y la munición de entonces no tenían nada que ver con las de ahora. Muchos se recargaban los cartuchos. Nosotros teníamos en casa una máquina recargadora. Comprabas la pólvora, el pistón y los perdigones. Las vainas podías recogerlas de un campo de tiro y eso que te ahorrabas.

Vicente cazaba con una paralela. Más tarde se cambió a una semiautomática porque era la moda. Yo le acompañaba alguna vez a cazar. Recuerdo todavía cómo descolgó un tordo que iba a gran altura. Perdí el miedo disparando a un envase de metal que él me lanzó al aire. No recuerdo si le pegué. Me imagino que no, aunque eso poco importaba. Era la primera vez que disparaba y había que perder el miedo. Tenía pánico al ruido y al retroceso del arma. De hecho, cuando mi tío Carlos venía de cazar, yo me escondía en el cuarto para no verle. La finca els Pinarets, que era de mi abuelo, está en Banyeres de la Mariola. En esa finca y en otras de mi tío Miguel, cazaba mi tío Carlos, con un íntimo amigo suyo, que ahora no recuerdo su nombre, que siempre le acompañaba.

Mi padre me compró una repetidora Franchi, que era de mi cuñado Wenceslao. Costó 25.000 pesetas. Más tarde se la vendí por el mismo precio a Gabriel, mi vecino, que aún la tiene y caza con ella. Entonces las repetidoras podían llevar hasta cinco tiros, alguno más si le ponías un prolongador. Las Beretta, solo cuatro. Luego ya hubo que ponerles una varilla para limitar los cartuchos a un máximo de tres. Si por mi fuera cazaría con dos tiros. Cuando de verdad empezó a picarme el gusanillo del tiro y la caza, compramos entre mi cuñado Wences y yo una máquina de lanzar platos . Era manual y tenía diversas posiciones. Montamos un pequeño campo de tiro en la finca, y en verano organizábamos un concurso. Solo teníamos que ir con cuidado de que no pasara ningún coche por la carretera en ese momento para que no llegaran los perdigones. En aquella época de la que estoy hablando era una carretera muy poco transitada, así que no había demasiados problemas con el tráfico.

Mi primer viaje fue a Calamocha, en Teruel, a la codorniz. Yo entonces no tenía perro. Iba con Paco Sanchis y su perro Adolfo, que cogía muy bien el rastro. Allí conocí a Ramón Ferrero, con el que me uniría tiempo después una gran amistad y con quien compartiría innumerables jornadas de caza.

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