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50 AÑOS NO ES NADA

50 AÑOS NO ES NADA

s i, como dice Mario Benedetti, «el olvido está lleno de memoria»... ¿cómo estará el recuerdo? A rebosar, deberíamos responder. Pero tampoco hay que exagerar, ni que fiarse. Fellini hablaba de sus recuerdos, sus amarcords, advirtiendo de que en ellos no siempre está clara la frontera entre la memoria real y la inventada. «Yo la vida me la he inventado», reconocía en alguna entrevista. Y explicaba cómo había inventado sus recuerdos infantiles. Fellini se ha ejercitado tanto en la reconstrucción de las memorias, de sus propias memorias inventadas, que ha terminado por hacernos creer que toda su filmografía es autobiográfica. Tal es, por otro lado, la ingenuidad algo infantil de cualquier espectador de cine que necesita además creer. El creador de Amarcord no ve fronteras entre fantasía y realidad en el proceso creativo ficcional, sea literatura o cine?

Algo más difícil es que eso ocurra con la fotografía, pues ésta reproduce hasta el infinito lo que solo tuvo lugar una vez, "lo que fue" en el momento en que se hizo. Es un prueba casi testifical de ello, aunque a veces el cine moderno nos quiera hacer dudar como el Blow up de Antonioni. Por eso su relación con el tiempo es compleja: muestra una imagen y a la vez el signo de una ausencia, selecciona un momento del tiempo y lo congela. La fotografía tiene un elemento nostálgico, elegíaco, inevitable, es un arte "crepuscular" como decía Susan Sontag. Atestigua la despiadada disolución del tiempo. Y ahí radica también la fascinación que provoca. Y más cuando, con el suficiente paso del tiempo, las fotografías adquieren un "aura". Y también el punctum, es decir, aquello que, como decía Roland Barthes, llama la atención como un pinchazo o como un chispazo.

La proliferación de lo instantáneo y momentáneo, el exceso de imágenes en un mundo tecnológico como el actual, de selfies, "posados" y fotos colgadas continuamente en las redes, parecen ser una tentativa de abolir el tiempo pasado, por convertirlo todo en presente. Todo parece ir en contra del tiempo, de la memoria, como si pudiera alcanzarse paradójicamente una efímera presencia en un eterno presente. Tal intento está condenado al fracaso, pues tales imágenes inmediatamente empiezan a convertirse ya en pasado y, una vez se conservan durante cierto tiempo, vuelven a producir esos efectos?Otra cosa es que no se recuerden, no se conserven y sean rápidamente sustituidas por otro aluvión de fotos. Por si ello ocurre ya nos lo recuerda el facebook que todo lo guarda.

Una celebración de la memoria, una evocación de un evento único, puntual, anclado en un momento histórico, ya sea familiar, público o privado, de amigos o compañeros, personal, o generacional, no deja de plasmarse todavía en fotografías, fijas o en movimiento. Es tiempo pasado que a la vez "se inmortaliza".

Esa ha sido la idea, aunque no con esas altas pretensiones, que hemos tenido al producir el vídeo de la promoción de 69 del Instituto de Xàtiva cincuenta años después. Juega con el tiempo de una doble manera, como en una caja china: es un pasado fotográfico que quiere hacerse presente, visible de nuevo, es evocador, rescatado del baúl de los recuerdos, como decía una canción de aquella época y como lo será el propio video de presente cuando pase el tiempo. Tiene un tiempo cronológico marcado por las fotografías utilizadas, intenta recomponer ese mundo "en pedazos". No es una mera sucesión de fotos, sino que a la vez está estructurado de acuerdo con un orden, un sentido. No es un relato, pero tampoco deja de serlo, no es un ensayo, pero hay una cierta ideación en el mismo, una contextualización, un punto de vista. Es "documental" al estar montado con imágenes reales, no falsas o trucadas; con fotografías que de ese modo son testigos y plasmación de un momento temporal irrepetible. Pero a la vez contiene algunos momentos de invención, citas, comentarios o guiños visuales que se añaden a las fotos reales biográficas que aparecen, lo que puede provocar cierta desorientación, perplejidad o sorpresa.

Es un vídeo sin voz en off, por tanto totalmente deudor del cine mudo o silente, por lo que a veces se sirve de intertítulos para guiar al espectador. Pero también en su textura se introducen fragmentos de películas que hacen que se produzca una cierta combinación entre la imagen fija y la imagen en movimiento. En principio las imágenes en movimiento son cinematográficas y las fijas no lo serían. Pero las fronteras no son tan nítidas, pues de por sí el montaje de las fijas lleva consigo una labor que va más allá del mero efecto documentalista. Hay lo que se llaman "efectos Burns", es decir, un trabajo de montaje y edición sobre las propias fotos, desplazándose por ellas, deteniéndose en una parte de ellas, como se hace veces en los documentales de obras de arte, guiando la mirada del espectador, utilizando zooms y paneos (desplazamientos) que le dan un ritmo, de por sí dinámico a un imagen fija limitada ya que carece por si misma de modulación, sin que por ello se convierta en imagen animada ni en imagen en movimiento. Todo ello hay que agradecerlo al gran trabajo de montaje de Carmen Larriba.

Pero sobre todo es un trabajo audiovisual, pues la imagen no se separa en ningún momento de la música y de otros efectos sonoros. La música modula, dibuja y colorea emocionalmente las imágenes. Refuerza a veces y potencia el carácter nostálgico y melancólico que ya tienen por sí mismas como "postales de la memoria". Otras veces introduce comentarios o tonos cómicos, que intentan crear una cierta distancia, amable, nunca sarcástica, aunque a veces sea tan sutil que puede no captarse a primera vista, como ocurre muchas veces con la ironía. Hay también un cierto trabajo de investigación sobre algunos aspectos de las trayectorias de algunos profesores que en su momento evidentemente no podíamos conocer ni darle la importancia que tenían y que ahora, con la distancia, podemos poner en valor como se dice ahora en la jerga economicista de moda.

Ha habido una voluntad clara y determinante de aprovechar el abundante material fotográfico del que disponíamos. Ha contado su realización con esta ventaja, pero a la vez tal avalancha planteaba más retos que los vídeos al uso, al tener que darle un orden, un ritmo, y elegir las músicas adecuadas de acompañamiento y comentario, "voces distantes" que hemos procurado que fueran las de la época, o muy próximas en el tiempo, de manera que el trabajo audiovisual consiguiera mantener la atención, la curiosidad y el interés del espectador. No sabemos si se habrá logrado, pero se ha intentado?

Un producto visual. En cualquier caso, nos encontramos ante un producto visual que viene a ser un cierto relato, no en el sentido narrativo como hizo Bergman en El rostro de Karín de una historia familiar, sino de los compañeros de una promoción que coincidió durante unos años de su infancia y adolescencia en del Instituto de aquella época y de sus profesores. Es un trabajo de memoria, no inventada, sino fiel, una visión emotiva hecha con mucho amor y con algunos toques de humor; un retrato conmemorativo de grupo, no estático, como aquellos que posaban siempre al final de curso en la escuela primaria con los profesores, como el que vemos en Amarcord, sino en movimiento y en su devenir cronológico, desde la entrada en el Instituto hasta la graduación?e incluso hasta momentos temporales conmemorativos posteriores. Y de unas fotos que muchas veces "nos miran", desde otro tiempo, no tan lejano, como hacían las pinturas del Satyricon de Fellini. De ese modo se crea un vínculo entre "aquéllos" y "nosotros". Los de hoy nos convertimos en una mirada que sustituye a la del fotógrafo que en su momento las hizo y que introduce una nueva forma de ver, muchas veces en abismo, cuando de manera especular miramos a aquellos que son/eran nosotros mismos y que a su vez también no miran e interpelan. Otras simplemente miran a un off, a una espacio exterior, que adquiere ahora un mayor potencial melancólico del que podían o podíamos prever?

En cualquier caso rescatar esas fotos, darles una vida, aun fantasmal, aunque no deja de ser una operación voyeurista, es un necesario ejercicio de memoria y recuerdo, una vuelta a un pasado que nos permite recuperar de manera gozosa, no siniestra, una parte de nosotros mismos que había quedado sepultada en las múltiples capas que el tiempo ha ido formando en nuestro devenir histórico.

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