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Un museo sin vigilancia

días atrás la Sexta ofrecía un excepcional documental para celebrar el 200 aniversario del Prado, considerado el museo más importante del mundo con un fondo de 8.000 pinturas y 9.000 dibujos así como un millar de esculturas. El documental recogía el quehacer diario de la institución y buceaba en las entrañas de todo aquellos que no vemos: la restauración de obras, valoraciones, préstamos, catalogaciones; cómo se cuelga y con qué criterios, el transporte de obras de y hacia otros países para exposiciones universales, vigilancia, copistas, y en definitiva todo un mundo que los profanos desconocemos.

Cada obra, cada cuadro, tiene una vida propia en el Prado. Son como niños pequeños que requieren de un cuidado constante y no perderlos de vista ni un solo momento. El cariño y los besos que les damos provocan que cada uno de ellos tenga su personalidad; sea capaz de enamorar; posen como modelos para los copistas y se observen en silencio para conseguir una empatía perfecta con el espectador; una complicidad excitante; un amor duradero.

Me llamó poderosamente la atención la vigilancia de las obras. Si un visitante estornuda delante de un cuadro, es posible que mínimas gotas de saliva vayan a parar al lienzo. Aunque lo más seguro es que apenas se note; sea inapreciable a los ojos y no pasaría de ahí. Pero no es así. Ese cuadro será analizado por el equipo de restauración casi de inmediato para retirar cualquier resto mínimo de suciedad que pudiera existir. Es el mimo llevado a la máxima expresión.

El Museu de Belles Arts de Xàtiva, en la Casa de la Enseñanza, según figura en la página web municipal «cuenta con una de las colecciones pictóricas públicas más importantes de la Comunitat Valenciana. La restauración del inmueble ha permitido la exhibición, en inmejorables condiciones, de la magnífica colección municipal, que abarca desde el gótico del siglo XVI hasta el arte contemporáneo». Y añade: «destaca la presencia del barroco, con los cuadros de Josep de Ribera y el conjunto de obras coetáneas cedidas por el Museo del Prado. Aquí brillan con luz propia lienzos de grandes maestros como Luca Giordano, Carducho, Palomino o Juan Bautista Mazo. Destacan los retratos de reyes, entre los que resalta el de Fernando VII, de Vicente López, autor también de una Santa Cena excepcional. Expone obras de Benlliure, Rusiñol, Pérez Contel y otros artistas contemporáneos como Manuel Boix, Artur Heras, Enric Solbes, Antoni Miró y Adrià Pina», se añade.

Impresionante, pensaran ustedes. Pero sin animo de dar ideas, resulta que usted puede acceder a las obras con una navaja de Albacete o un spray de pintura que esos que se usaban para reclamar Llibertat amnistia i Estatut d'autonomia en las paredes. Puede acceder a cualquier cuadro que le plazca y hacer con él lo que quiera. Nadie le estará viendo. Nadie le llamará la atención simplemente porque no hay nadie que vigile, que cuide, que mime este rico patrimonio. Los dos conserjes se limitan a ejercer su labor solamente en la entrada.

Quizás al teniente de alcalde Nacho Reig se le pasó poner un nombre más para contratar en esa famosa lista olvidada en la fotocopiadora de "amigos y enemigos" para enchufar. Un enchufito de más para colocarlo de vigilante/a en las salas del museo no hubiese sobrado. Y el que avisa no es traidor. No se puede tentar a la suerte de esta manera. A menos que sea desidia, abandono y desinterés.

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