El Cid tiene grabado en la mente un VHS de Fernando Achúcarro sobre las mejores faenas de Paco Camino „uno de sus referentes junto a Rafael Ortega y Antoñete„ del mismo modo que las cornadas cicatrizan sus muslos tras 20 años de matador de toros que llegaron a su fin el pasado 2019. El espada de Salteras (Sevilla), de 45 años, tiene tanta buena memoria que no olvida la tarde de su debut en València en 2002 ni la mejor tarde en Madrid en 2004. Mañana sábado reivindicará el toreo en Xàtiva (19.30 horas, restaurante Cuarteró) en un acto organizado por el Club Taurino Punteret: «La incertidumbre aporta grandeza a esta fiesta», manifiesta.

¿Por qué se retira un torero?

Porque ha llegado el momento de poner punto final a un ciclo de mi vida en el que he conseguido muchos sueños y ahora tengo inquietudes por otras cosas. Que me haya retirado no quiere decir que vaya a dejar de torear. Me acartelaré en algún festival porque torero seré hasta que me muera.

Cada nueva temporada el torero tiene un año más pero el toro siempre tiene la misma edad.

Eso es, ya no me recuperaba con la misma rapidez de las cornadas ni de las lesiones y creo que un torero tiene que saber su momento de madurez para marcharse. Este 2020 quiero descansar pero en los próximos años no quisiera desvincularme por completo del mundo del toro con el objetivo de acompañar a algunos amigos en sus carreras profesionales.

Habla de otras inquietudes en su vida, ¿cuáles son?

Sobre todo, pasar tiempo con mi familia. Mis hijos me han solicitado que pase más tiempo con ellos pero nunca me han pedido que deje de torear. Tienen 15 y 13 años y, en temporadas atrás, me perdí casi toda su niñez entre tanto viaje porque el toreo me absorbía mucho. Los dos son aficionados a los toros, pero ninguno me ha pedido ser torero y eso me da mucha alegría porque los familiares de los toreros sufren muchísimo.

El año 2019 nunca lo olvidará.

Fue una temporada soñada por el cariño que he recibido del público. Los días de Madrid y Sevilla nunca los olvidaré. La tarde de la Feria de Otoño, sin cortar orejas, fue muy emotiva porque el público de Madrid se volcó conmigo y me demostró que tiene memoria. El Tendido 7, que marca la diferencia en Las Ventas, fue el que me aupó en hombros para dar la vuelta al ruedo. La tarde en la Maestranza, durante la Feria de san Miguel, también fue muy especial porque toreé a placer el primer toro y me entregué en mi segundo para cortarle una oreja y también me dieron la vuelta al ruedo en hombros.

La tarde de Zaragoza fue la última corrida de toros y salió por la puerta grande.

Sí, esa puerta grande retrata toda la trayectoria de veinte años de lucha en el mundo del toro. Me tocó en suerte un toro con una condición que siempre ha elevado mi tauromaquia a un nivel superior. Fue un animal exigente, porque había que poderle para dominarlo, con el que realicé una obra que es el fiel reflejo de mi tauromaquia.

Sin embargo, ¿por qué El Cid no se ha podido despedir de València?

La empresa no consideró oportuna mi presencia ni en la Feria de Fallas ni en la de Julio. No nos llamaron. Fue mi apoderado quien les dijo que tenía ilusión de despedirme de esta tierra y no nos pusieron porque, según los empresarios, «otros toreros tenían más interés que yo en aquel momento».

¿Qué tardes recuerda en el ruedo del «Cap i casal»?

Me quedo con el cariño de su afición. Hay una tarde que nunca olvidaré. Fue en 2005 durante la Feria de Julio porque salí por la puerta grande con tres orejas junto a El Juli frente a una corrida de El Pilar. César Rincón también triunfó pero cayó herido. Hay otro festejo, que fue un mano a mano de ganaderías entre Victorino Martín y Miura, en el que lidié por primera vez un toro de Miura y tampoco me olvido de mi debut en València durante 2002, cuando se hacía corrida de toros en la Feria del 9 d'Octubre, junto a Ortega Cano y Antonio Ferrera frente a toros de Carlos Núñez. València es mucho más importante de lo que los toreros se piensan porque un triunfo da mucha fuerza para el resto de la temporada.

Dígame un toro de su trayectoria que nunca olvidará.

Hay uno de Victorino Martín que pinché en Madrid una Feria de san Isidro de 2004, de nombre «Bombonero», que me aportó muchísimo profesionalmente porque me dio el pasaporte para torear mi primera Beneficencia, que se reservaba por completo para los triunfadores. En ese corrida de la Beneficencia corté una oreja a un toro de Alcurrucén y, tras esas dos tardes, empezó mi idilio en Madrid.

¿Cómo definiría el toreo al natural de El Cid?

Intento que el muletazo dure el máximo de tiempo posible con esa verticalidad que, en ocasiones, se pierde por querer someter la embestida. Es fundamental la cintura y la muñeca para que el natural adopte esa profundidad y esa hondura, es decir, enganchar al toro delante y soltarlo atrás de la cadera. Cuando esto ocurre, el que no entiende de toros se emociona igualmente porque salta la magia. La verdad de la expresión del muletazo nace cuando el torero se olvida del cuerpo.

¿Su faena al toro «Verbenero» de Victoriano del Río en 2013 es esa máxima expresión de la que habla?

Sí, creo que estéticamente es la mejor faena que he hecho en Las Ventas por la naturalidad y la verticalidad con la que me expresé.

¿Cuáles son sus referentes?

Rafael Ortega, Paco Camino y Antoñete porque han sido unos adelantados a su tiempo. Ortega hacía la suerte suprema mejor que nadie y toreando al natural tenía esa expresión que el toreo moderno adoptaría 30 años después. Camino tenía esa gracia sevillana y Antoñete una sobriedad y profundidad que marcaban la diferencia.

Mañana dará una tertulia en Xàtiva, un municipio en el que ya no se celebran corridas.

El toreo es apolítico porque es universal. De hecho, la mayoría de artistas, de cualquier signo político, han acudido a la fiesta taurina para inspirarse. La incertidumbre aporta grandeza a esta fiesta porque es el único espectáculo del siglo XXI que tiene ese misterio. El coso de Xàtiva tiene cien años y esto da la talla de la afición que hay en esta tierra.