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Violaciones en serie

No una, ni dos, sino tres violaciones múltiples se han producido en la Comunidad Valenciana en los cuatro últimos meses. Tres episodios diferentes en comarcas diferentes, en los que la víctima es una menor y los agresores un grupo de hasta veinte hombres, entre ellos menores, que utilizando drogas y violencia someten a abusos sexuales a tres niñas menores de 16 años.

Es un recopilatorio ingrato, del que preferiríamos no ser informados. Una realidad antipática que a nadie nos gusta tener que afrontar, porque es la exhibición más impúdica de lo peor del ser humano, con el añadido de que la juventud de algunos de los agresores no presagia nada bueno sobre el modelo de relaciones en las nuevas generaciones. Pero hace falta mirar al diablo de cara y desafiarlo abiertamente porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de que, mientras miramos a otra parte, se instale en la sociedad una resignación que es letal para las mujeres porque las condena a vivir en el miedo y la culpa.

Pongámosles nombres a las criaturas. No permitamos que sean solo unas iniciales, una estadística, una mención anónima e imaginemos que se llaman, por ejemplo, Desiré, Carmen y Victoria. Tres chavalinas menores de 16, alguna con 14 recién cumplidos, que como es propio de la edad, son atrevidas y confiadas y se creen invulnerables aunque, en realidad, necesitan todavía un recorrido vital más o menos extenso para captar las claves, los valores y cualidades que permiten crecer, disfrutar y convivir en paz. Pero a su edad es legítimo ser un poco locas, querer disfrutar a tope de la vida, hacer los descubrimientos por sí mismas. A su edad es de esperar que les guste la fiesta más que los helados, vestir como quieran, tomar sus propias decisiones y vivir todas las experiencias. Todo ello acompañado casi siempre de altas cuotas de responsabilidad que las convierte en chicas estudiosas y cumplidoras, llenas de amor propio y ganas de demostrar al mundo lo mucho que valen.

Pero, a veces, se les atribuye una responsabilidad que no tienen en la terrible experiencia vivida, quizás desde la irreflexión y la visceralidad. No tenía que haber ido a la fiesta, no tenía que haberse vestido así, no debería haberse dejado acompañar por gente que no conocía, no debería haber bebido, o fumado, o… Y aunque sea cierto que la prudencia es una cualidad que nos mantiene seguros, también lo es que se adquiere con la edad y la experiencia. Y lo que es una verdad absoluta es que el delito siempre es responsabilidad de quien lo comete, nunca de la víctima. Y que ser chica y querer vivir la vida con pasión y libertad no puede convertir a las mujeres en piezas de trofeo de depredadores sexuales.

Todos conocemos a muchas Desiré, Carmen o Victoria. Pueden ser nuestras hijas, nietas o sobrinas. Y sus decisiones, acertadas o no, sus elecciones y equivocaciones, como las de cualquiera no pueden disculpar, ni justificar la acción criminal de otros a los que también se podría poner nombre, que se forman en la violencia y creen que ser hombre es ser macho y que las mujeres son solo ganado, carne fresca a la que someter y de la que aprovecharse. Un mensaje reiterado que machacan desde la pornografía, a la que tantos chavales son adictos o desde los referentes sociales que presumen de virilidades violentas. Ellos son el resultado vergonzoso y amenazador de un sistema que los convierte en verdugos, al que hay que dinamitar como sea antes de que trunque más vidas.

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