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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Mujeres y ciencia

Mujeres y ciencia

La pandemia ha supuesto una oportunidad de oro para valorar en su justa medida el valor de la ciencia y la investigación. Ese ámbito que parecía algo ornamental, futurista y concitaba pocas pasiones a pesar de ser necesidad básica de una sociedad con futuro. Porque es la ciencia y no otra cosa, lo que ha posibilitado, y lo sigue haciendo, la existencia de las vacunas que son las mejores herramientas contra el virus a día de hoy. Su aparición supuso que laboratorios y hospitales de todo el mundo se pusieran a trabajar exclusivamente en la Covid aparcando proyectos en marcha, lo que también va a tener consecuencias.

De hecho el esfuerzo ha sido descomunal, hasta el punto de que la propia comunidad científica se maravilla por haber obtenido en 11 meses resultados en algunas disciplinas que antes necesitaban una media de 10 años para ver la luz. Todo ello no por casualidad, sino porque cuando la necesidad aprieta se producen las condiciones necesarias como la inversión económica y la colaboración de gobiernos, compañías y organismos.

Lo que no ha cambiado demasiado es la situación de las mujeres científicas, que existir, existen, ahora y siempre, aunque sea difícil para el común de los mortales dar un solo nombre más allá de la Curie . Resultado de una realidad injusta que ha hecho de la ciencia y la investigación espacios no aptos para las mujeres.

La bata blanca a la que aspiraban las niñas casi siempre estaba relacionada con tareas de cuidado en función de roles estereotipados de difícil erradicación. A ello se suman los techos de cristal y los suelos pegajosos, es decir, las dificultades que las científicas tienen para compatibilizar la investigación con su vida personal y familiar. De hecho, en estos tiempos de confinamiento y teletrabajo la producción científica de las mujeres ha disminuido ostensiblemente, mientras que la de los hombres se ha incrementado. 

Pero es que además el reconocimiento y valoración del trabajo realizado por las mujeres científicas tampoco es fácil de obtener lo que ha dado lugar a la campaña llamada #NomoreMatildas originada por la activista Matilda Joslyn Gage que ya en 1870 denunció las dificultades de las científicas para ver reconocido su trabajo. La mayoría solo firmaba sus descubrimientos con el nombre de un compañero de laboratorio, mientras veían como sus méritos eran merecedores de un Premio Nobel que siempre recaían en hombres.

Este fenómeno social, conocido como «efecto Matilda», ha hecho que sistemáticamente los méritos de las mujeres se hayan silenciado o visibilizado tras el rostro de un hombre, lo que no solo perjudica a las científicas, sino que tiene un efecto perverso sobre las niñas que crecen sin referentes femeninos en los libros de texto, de historia o en los medios de comunicación.

Por ello sería interesante que cuando hablemos a los niños y niñas sobre la vacuna del coronavirus y el mundo de la ciencia perciban la existencia de las mujeres científicas. Quizás podríamos memorizar el nombre de algunas como Jane Goodall, Augusta Ada Byron, Rosalind Franklin, Ada Lovelace, Rita Levi-Montalcini, Hedy Lamarr, Vera Rubin, Valentina Tereshkova, Josefina Castellví, Sara Borrell, Margarita Salas, María Blasco, Rosa Menéndez, Marta Macho, Paloma Domingo, Alicia Calderón Tazón, Elena García Armada y tantas otras.

Por ello, hay que celebrar las iniciativas que persiguen atraer a un mayor número de mujeres a la ciencia, visibilizando el trabajo que han desarrollado en este ámbito, y fomentando el interés de las niñas por las áreas tecnológicas, las matemáticas o las ingenierías. Ese sería un buen balance del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la ciencia.

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