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Cicatrices que quedan once años después

Los ecologistas lamentan que el fuego en la Vall d’Albaida no aumentó la inversión en prevención

Una vecina de Agullent refresca el suelo ya quemado para prevenir que el fuego resurja, en 2010. Perales Iborra | PERALES IBORRA

El lunes 6 de septiembre de 2010, sobre las diez de la noche, vecinos de Alfafara (en el Comtat) observaban los primeros reflejos en el cielo nocturno. Un cuarto de hora después, la luz ya era visible desde Ontinyent, y a las diez y media los habitantes de Agullent salían de sus casas para comprobar lo que ya parecía una cadena provocada de incendios forestales. El fuego surgió con fuerza de varios focos desde la zona del Repetidor, en la sierra de la Ombria que comparten los términos de Agullent, Ontinyent y Bocairent. Las condiciones climáticas de aquellas horas, y el surgimiento de otro incendio en Simat de la Valldigna que obligó a dispersar los recursos de extinción, se combinaron para alimentar el que fue el último gran incendio que ha vivido la Vall d’Albaida. Veinticuatro horas después ya habían sido calcinadas 2.500 hectáreas, y para el miércoles, cuando el fuego se pudo dar por controlado tras dos días de intensa lucha, la superficie quemada ascendía a las 3.500 hectáreas. Hoy, once años y once días después de la aparición de los primeros focos, la tierra de las sierras que comparten las tres poblaciones parece un tanto recuperada: la naturaleza ha puesto de su parte y el verde vuelve a reinar en el paisaje. El recuerdo, no obstante, aún está muy vivo, y no pasa un verano sin que una sirena de bomberos furtiva haga temer lo peor. No obstante, varias voces demandan que ese miedo se convierta en más implicación y prevención.

Cicatrices que quedan once años después | PERALES IBORRA

«Fueron días duros y noches de no poder dormir. La situación fue muy dura, y llegamos a sentir el peligro en nuestra casa», rememora Jesús Pla, diputado de Compromís, quien entonces era alcalde de Agullent. La escuela del municipio llegó a verse amenazada por las llamas, pero los bomberos impidieron daños mayores. El diseminado de casetas de la localidad sí fue invadido por los incendios y cinco personas llegaron a ser atendidas por heridas leves; entre Agullent, Bocairent y Ontinyent, alrededor de un millar vecinos fueron desalojados. El hecho de ver el peligro tan cerca de sus casas, y el de atestiguar en directo la enorme pérdida patrimonial que conllevaba el fuego, hizo que la ciudadanía se movilizase aquellos días, hasta el punto de que las autoridades tuvieron que pedir que se retirasen pues llegaban a obstaculizar las labores profesionales de extinción, poniendo en peligro sus vidas.

Para Pla, el suceso «dejó una cicatriz muy profunda» en Agullent, y no duda que el comportamiento de la ciudadanía ha aumentado en la concienciación. Asociaciones ecologistas de la comarca, por su parte, ponen en duda esta impresión. «La que se vivió aquellos días fue una implicación momentánea, llevada por la emoción. Pero pasan los meses, los años, y la gente se va olvidando. Es inevitable», declara Toni Berenguer, de la Coordinadora Ecologista de la Vall d’Albaida, que considera que la participación en voluntariados y grupos ecologistas es aún «escasa» en la comarca. No obstante, la lupa a la hora de valorar la política antiincendios se posa más en la administración que en la ciudadanía: «La prevención ha de suponer la puesta en marcha de varias medidas a la vez: el aumento de los medios oficiales de prevención, el apoyo al voluntariado, la implicación de los ayuntamientos, una mejor educación ambiental... Y la eliminación del uso del fuego en el tratamiento de los restos de poda, que es increíble cómo sigue vigente», denuncia. Si bien «es más necesario invertir en prevención que en extinción», Berenguer también apunta en el «debe» la falta de pozos e hidrantes en la Ombria, «cada uno de un propietario, y sin ninguna coordinación», lo que puede suponer «un auténtico problema» a la hora de sofocar el próximo incendio que venga. ¿Lo habrá? «Por supuesto, esperas que no, pero la experiencia habla de grandes fuegos cada una o dos décadas».

Cicatrices que quedan once años después

Tras la que ya ocurriese en el fuego del 94, el incendio del 2010 provocó otra pérdida de masa arbórea, que aún no ha podido crecer. Jesús Pla recuerda que «durante cinco años se llevaron a cabo tareas de reforestación» y que en algunas zonas «ya vuelven a crecer pinos jóvenes» F

Cicatrices que quedan once años después

Contra la creencia de que son peligrosos en los incendios (se dice que la sierra está «sucia» si hay muchos de ellos), Toni Berenguer reivindica su papel en la conservación del ecosistema: «El 80 % de la fauna vive en él y es positivo que se haya recuperado» F

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