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El paredón de la Casa Blanca de Xàtiva

El paredón de la Casa Blanca de Xàtiva

Casablanca junta letras para convertirse hoy en espacio de vida. A caballo entre Novetlè y Xàtiva, constituye en el presente una zona residencial, de paseo y actividades lúdicas, que desplazan poco a poco los bancales de cítricos. Ya muy pocos conocen que en el fatídico año de 1939 se convirtió en espacio de muerte. La finca agraria de la Casa Blanca fue muy conocida por los setabenses de principios de siglo. No por la calidad de sus cosechas, sino por ser un campo de tiro. Así leemos en la sección de noticia del Heraldo, de un 4 de agosto de 1910 «el lunes realizó ejercicios de tiro al blanco, en el azagador del camino de la Bola, a espaldas de la Casa Blanca, la fuerza de carabineros de la localidad».

Un espacio alejado del bullicio urbano y tradicionalmente poco frecuentado por miedo a sufrir un involuntario balazo de guardias o cazadores en prácticas, donde el blanco y enorme muro de una de sus fincas se convirtió en improvisado paredón para hacer justicia. Allí se ejecutó a 22 setabenses presuntos culpables de la represión revolucionaria acaecida en la primavera y verano de 1936.

Corría el 30 de marzo de 1939, cuando Xàtiva quedaba bajo el yugo de los militares comandados por Enrique Lucas Mercadé. Las actas consistoriales definieron la nueva era como un cambio de régimen gracias a la victoria del Generalísimo Franco y el hundimiento de la revolución marxista. Aunque Xàtiva no fue nunca comunista, sino más bien ácrata, seguidora de aquello de ni Dios, ni amo, ni patria, ni estado, ni burgueses, ni monarquía, ni república. Impusieron los revolucionarios la igualdad económica y social a punta de pistola, ejecutando a vecinos que representasen a la iglesia, o el poder económico.

Con la entrada del ejército franquista, Xàtiva clamó venganza por los asesinatos del 36, y las fuerzas de ocupación la concedieron de la forma más rápida y brutal. Pero primero reconstrucción, detenciones masivas, cambio de nombres de calles, nombramiento de una comisión gestora, y sobre todo, depuración social y de servicios públicos, de elementos izquierdistas, con especial atención a los miembros del Comité Revolucionario Unificado, y a los que llevaron a cabo los paseíllos, las ocupaciones, requisas de bienes, la destrucción de patrimonio religioso, y asesinatos de vecinos. Mientras se normalizaba la vida cotidiana, los vencedores prepararían la celebración de una gran fiesta, la de Victoria, que honrara a los que habían caído por Dios y por España.

Ante tal situación, el reciente partido de Falange Tradicionalista y las JONS, sin votantes en Xàtiva, creció como la espuma. No había otro. Había que posicionarse en la Nueva España, bien por motivos de venganza, trabajo o favores, y con ello aumentaron a su vez los delatores, dispuestos a señalar a los presuntos autores de desmanes durante los años de efervescencia revolucionaria. O también había que buscar amigos entre los falangistas para lograr el salvoconducto, o vestir la camisa azul, para salvar el cuello. La prisión del partido de Xàtiva se llenó de presuntos culpables de adhesión a la rebelión. La fiscalía del ejercito de ocupación instalada en el ayuntamiento, por entonces en el convento de Sant Agustí, se encargaría de instruir juicios sumarísimos de urgencia, aprovechando que el país continuaba bajo un estado de guerra, a pesar del fin de la contienda. El estallido de la II Guerra Mundial facilitaría el proceso de impartir justicia sin respetar los derechos humanos. En la guerra, todo vale.

A la espera de juicio se hacinaron en las cuadras del antiguo cuartel, hoy centro médico de especialidades, decenas de reclusos, que dormían sobre un colchón, semidesnudos, ahogados en el calor sofocante de un ambiente fétido, plagados de sarna, y a la espera de acudir al improvisado palacio de justicia para recibir sentencia.

Según la crónica de Sarthou, 28 de aquellos reclusos, no volvieron a ver la luz del sol. Un domingo 21 de mayo de 1939, publicaba en el diario de Las Provincias: «…en los días 24 de abril y 17 de mayo se han celebrado los primeros consejos de guerra contra autores de asesinatos y robos cometidos durante la revolución, resultando 28 condenas a muerte, algunas de las cuales ya se van ejecutando…». Única noticia que cuenta lo que estaba pasando. Después, silencio informativo.

Mientras Xàtiva celebraba la Semana Santa, el día de la Victoria o el Corpus, fueron fusilados en la Casa Blanca 22 milicianos, según datos publicados por Vicent Garbarda. No nos cuadran con la referencia de Sarthou, tal vez hubo muchos más. Todos hombres adultos, en su mayoría casados, afiliados a la CNT, humildes trabajadores del sector servicios, dado que los grandes líderes y miembros principales del Comité Revolucionario Unificado fueron ejecutados en Paterna. Cuatro sacas. Todas se realizaron en un plazo de tres meses, iniciado uno después de la llegada de las tropas franquistas a Xàtiva. Todo un récord. Más que justicia fue una venganza para satisfacer la sed de justicia por los asesinatos de 1936.

La orgía de sangre se inició el 15 de mayo con seis ejecuciones: José Alacot Barberà, Jose María Blanch Maynou, Antonio Boluda Barberà, Rafael Taengua Pla, Ricardo Terol Benavent y Antonio Tribaldo García. Durante la celebración del Corpus, el 7 de junio de 1939, se eliminó a 6 más: Ramón Cortes Villar, José García Nadal, Vicente Marzal Fuster, Ricardo Mora Sánchez, Aurelio Rubio y Vicente Sanchis.

El 8 de julio fueron exterminadas 8 personas más: Valentín Díez Olivera, Cristino Fernández Manzano, Rafael Gonzálbez Cortés, Ernesto Mateu Murillo, Vicente Montagud Martínez, Francisco Tormo Martínez, Antonio Ubeda Martínez y José Vidal Sanchis. Y, por último, la más tardía y menos numerosa fue la del 13 de octubre, con solamente dos ejecuciones: Rafael González Pla y Vicente Boluda Quiles.

Todos ellos fueron condenados a penas de muerte por asesinatos en base a delaciones. Entre ellos, verdugos y víctimas inocentes. Sus cuerpos fueron trasladados y arrojados a fosas comunes ubicadas en el cementerio. Nunca hubo constancia escrita del lugar exacto. La ley del silencio se alargó hasta nuestros días. Las ejecuciones quedaron silenciadas como una historia que nunca se tendría que escribir, enterradas en el olvido.

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