LA CIUDAD DE LAS DAMAS

De virus e incompetencia

"Siempre en estas fechas se producen esos picos infecciosos ante los cuales se debería actuar con previsión. Para empezar, reforzando la prevención, es decir, la educación sanitaria de la población a la que se debería bombardear fomentando hábitos que protegen la salud pública"

Camas en los pasillos del hospital de Alicante la semana pasada.

Camas en los pasillos del hospital de Alicante la semana pasada. / Levante-EMV

Mar Vicent

Mar Vicent

Les ha costado a muchas personas mayores superar y desmontar falsas creencias con las que se criaron. Asumir que el frío no resfría, sino que en todo caso son los virus los que atacan porque con el frío están más cómodos que con el calor. Olvidarse de una vez por todas del mito de que andar descalzo es motivo de enfriamiento, cuando parece estar superdemostrado, no ya la inexistente relación causa-efecto entre pies desnudos y constipado, sino incluso el beneficio y la conveniencia de que las criaturas anden descalzas para formar bien las plantas de sus pies.

Son también la generación del vino quinado para las criaturas que les ayudaba a crecer o de la leche con coñac que curaba de sopetón y de resopón las congestiones nasales. Se han criado con la férrea convicción de que tragar un chicle podía poner en riesgo la vida o de la inexcusable necesidad de respetar dos largas horas de digestión antes del baño. Han creído a pies juntillas, para desgracia de muchas mujeres, en la incompatibilidad de la menstruación con las duchas y baños.

Son creencias que ahora causan risa y permiten mirar con cierta superioridad a los incautos que se creyeron esas idioteces. Pero lo cierto es que, aunque la ciencia y la medicina avancen una barbaridad, sigue habiendo agujeros negros de ignorancia que afortunadamente se van superando con la investigación y la educación sanitaria de la población. Poco le queda al muy extendido recurso de colocar cebollas manifiestamente olorosas cerca de criaturas que no paran de toser por la noche.

Estamos en pleno pico epidemiológico de enfermedades respiratorias que amenazan con saturar el sistema sanitario. Proliferan esos titulares tan poco tranquilizadores que parece que compiten en anunciar catástrofes planetarias. Pero los datos, la hemeroteca, dice que siempre en estas fechas se producen esos picos infecciosos ante los cuales se debería actuar con previsión.

Para empezar, reforzando la prevención, es decir, la educación sanitaria de la población a la que se debería bombardear —como se sabe hacer a la perfección cuando conviene a otros intereses— fomentando hábitos que protegen la salud pública, es decir, la de todos. El lavado de manos es herramienta que salva vidas, que evita contagios y economiza recursos. Lo aprendimos cuando el miedo nos metió en casa durante la pandemia y lo olvidamos con demasiada rapidez. La ventilación suficiente y permanente sabemos que se lo pone difícil a los virus, por no hablar de la vacunación que no es más que la carta de presentación a nuestro sistema inmunitario del virus que se han de cargar en cuanto se lo encuentren. La mascarilla fue y es aliada insustituible, y no hace falta que lo diga el Gobierno para dejarnos guiar por la sensatez y la solidaridad social.

Cuando todo falla —porque no es cierto que el ser humano sea el rey del planeta y cualquier bicho invisible es muy capaz de bajarle los humos— lo razonable e inteligente sería garantizar los medios y recursos suficientes para que las personas enfermas fueran atendidas con agilidad y eficacia. En lugar de eso, año tras año, los servicios y departamentos sanitarios afrontan como sorprendidos, pillados a traición, una situación complicada con plantillas reducidas porque a nadie le ha preocupado solucionar la endémica falta de personal que, sobre todo en Atención Primaria, convierte en un safari conseguir la consulta médica cuando la necesitas.

De ahí que resulte muchísimo más grave, de todo punto imperdonable, mantener año tras año, los mismos errores con sus terribles consecuencias, por falta de previsión y planificación. Porque el virus realmente peligroso es el de la incompetencia.

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