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Las contenidas pasiones de Marlango

Marlango. La Rambleta

Marlango presentó en el Teatre La Rambleta su nuevo disco, Technicolor: un compendio de canciones con tintes cinematográficos que se mueven en ese híbrido agridulce de pop, jazz y cabaret que dominan, melódico y apto para todos los públicos. Después de siete discos caminando entre esos senderos musicales, a los que a veces se añade la canción española, el blues o el soul todo el mundo sabía a lo que había ido, tal y como explicaba el tipo que se parapetaba detrás del teclado junto a una botella de bobal valenciana. Recuerden que, si hay emoción de por medio, un piano, una voz y el esbozo de una trama bastan para cautivar al público.

En directo suenan más puros y menos esquivos que en sus discos. A través del grupo fluye una energía que insufla una vida primitiva a las canciones, alejada de la detallista producción que remite por estética y sonoridad a los clubes de jazz o a los cabarets de entreguerras. De esa corriente vital se benefician piezas tan bien escritas como la maravillosa «Puede», la sentida «Los Desertores», con un complejo trabajo vocal de Leonor, o la rítmica «Baila», impulsada por un piano molón que acabó de desperezar el show. La actuación de la Watling es sobria y estática, pero exuda pasión contenida en los gestos de sus manos, sus balanceos o al matizar el carácter de las canciones con su preciosa voz de contralto. Te desarma cuando se mete directa y por graves en coplas como «Veinte años», «Pena penita pena» y «Si yo fuera otra», pero también en el pop brillante de «Dame la razón».

Marta Mulero al chelo y Ricardo Moreno a la batería se muestran generosos, dando color y profundidad al repertorio, pero es Alejandro Pelayo, fenomenal al piano y a los chistes, el motor y el timón del espectáculo, que durante algo más de hora y media se desarrolla con cierta teatralidad, gracias a la estrecha complicidad que ese enorme músico tiene con Leonor Watling. Ella me perturba sólo con sus pómulos, así que imaginen cuando la oí cantar, elegante y seria pero accesible a la vez. Sobrecogedora, desbordó al público con interpretaciones emocionantes de «El Veneno», «Semilla negra», «Desde cuándo pienso en ti» o «Un momento perfecto» y acabó el show sonriendo y bailando. Ligera y despreocupada sobre el enorme escenario todavía nos regaló «Lo que sueñas vuela», para que, después de tanta oscuridad (esa versión de «Copenhage», de Vetusta Morla), su cálida luz nos guiara a casa.

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