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Los "peones" que disputaron la partida de la Historia en 1962

A partir de la célebre partida entre Bobby Fischer y el exniño prodigio del ajedrez Arturo Pomar disputada en 1962, el periodista valenciano Paco Cerdà rescata en "El peón" otras "vidas minúsculas" que fueron sacrificadas en el tablero de la Historia

Los "peones" que disputaron la partida de la Historia en 1962

Ahí está Bobby Fischer, de Brooklyn, «arrogante, genial, impredecible», según lo describe el periodista Paco Cerdà (Genovés, 1985). Su fama le precede, solo tiene 18 años y ya es uno de los mejores ajedrecistas del mundo. Dentro de unos años también será un peón sacrificado en la partida que disputa Estados Unidos contra la Unión Soviética sobre el tablero de la Guerra Fría. Pero eso él todavía no lo sabe y en el invierno de 1962 en el que empieza esta historia, Bobby solo piensa en ganar al «español, de corta estatura, calvicie pronunciada y dentadura de posguerra» que tiene frente a él.

Su rival de boca entreabierta y actitud cuasi abúlica es un gris auxiliar de Correos de 31 años que acabará desesperando al genio norteamericano del ajedrez cuando, 77 movimientos después, la partida acabe en tablas: «Pobre cartero español -le espetará Fischer a Arturo Pomar, su contrincante-. Con el enorme talento que tienes y tendrás que volver a una oficina de Madrid a pegar sellos».

Antes de ser Arturo -el pobre cartero español que casi derrota a Bobby Fischer-, Pomar había sido Arturito, uno de esos niños prodigio (en su caso, del ajedrez) que, como Marisol o Joselito, el régimen de Franco utilizaba para darse cierta patina de bonhomía, ternura y talento ajeno. Como Fischer, Pomar también fue un peón, en su caso de una dictadura que, a su vez, fue pieza minúscula en la partida entre soviéticos y 'yankees' por la hegemonía mundial.

A partir de este enfrentamiento, y siguiendo el ritmo que marcaron en aquella histórica partida del Torneo Interzonal de Estocolmo de 1962, Cerdà ha escrito El peón (Pepitas ed.), una crónica sobre la vida de estos y otros «peones» que sacrificaron su vida en nombre de un bando. Por el lado español, el bando del comunismo, del anarquismo, del maquis, del obrerismo, del socialismo, del terrorismo etarra o del falangismo de la moribunda estirpe joseantoniana. Por el lado americano, los peones lucharon contra el racismo, el pacifismo antinuclear, la Nueva Izquierda universitaria, la defensa de los pueblos indígenas o la guerra anticomunista al servicio del Ejército en Cuba o la URSS.

«Del ajedrez siempre me ha fascinado su parte épica y política y el cruce entre cultura popular y uso político», cuenta Cerdà, autor también de Los últimos, una crónica sobre la España despoblada que va por su cuarta edición y que en breve será traducida al francés . «Y aunque siempre me había despertado interés la figura de algunos ajedrecistas, la de Pomar no la conocía. Cuando descubrí esa mezcla entre el niño prodigio, Franco, su partida contra Fischer, con todo lo que después fue Fischer, fue para mí como una explosión».

La idea primitiva de Cerdà de escribir un libro sobre el antiguo niño prodigio del ajedrez español y su enfrentamiento con el nuevo joven prodigio del ajedrez norteamericano pronto se desbordó. «Me di cuenta de que fueron dos caras de una moneda similar, que fueron usados por sus respectivos regímenes como peones que servían a una causa, que eran útiles para disputar una partida en un tablero diferente».

Y en ese tablero de la Historia (así, en mayúscula) hay historias (en minúscula) que jugaron otros peones y que Cerdà ha rescatado para su libro. «Me preocupa como periodista mirar al individuo pequeño, al que no entra en el titular pero sin el cual no se puede explicar la gran historia». En 77 movimientos, El peón nos trae otras historias de «peones» que sucedieron el mismo año en el que en Estocolmo se enfrentaron Fischer y Pomar.

Ahí está el fusilamiento del comunista Julián Grimau, último muerto de la Guerra Civil; la trastienda emocional de Francis Gary Powers, el espía estadounidense atrapado por la URSS; Robert F. Williams y el Black Power armado; el falangista Román Alonso Urdiales y la resaca de su «bomba» en el Valle de los Caídos; los mineros de Asturias con Amador Menéndez García; Blanche Posner y la lucha del Women Strike for Peace; la salida de prisión de Marcos Ana; James Meredith rompiendo la segregación en el campus de Misisipi; los caminos de Dionisio Ridruejo hacia el Contubernio de Múnich; el vuelo de Rudolf Anderson, única víctima de la crisis de los misiles de Cuba; Marilyn Monroe y su papel de juguete roto; la melancolía en el exilio de Diego Martínez Barrio, presidente interino de la II República; la América pobre que retrata Michael Harrington; el esperpéntico robo de un cuadro de Franco en la Facultad de Medicina de Barcelona...

«Hay historias de prisión, de exilio, de muerte, de olvido -resume Cerdà-. Es lo que le ocurre a los peones: todos saben que si llegan a la octava casilla pueden convertirse en dama, pero intuimos que eso no pasa nunca. Su único destino es ser utilizados». Por eso, El peón es una reivindicación del individuo en la historia, pero también una reflexión del compromiso personal en una causa y las consecuencias que de ello se derivan: «El destino de la partida depende del pequeño papel que hacen los peones, pero al acercar la lupa ves las consecuencias nefastas que ha tenido para ellos haber jugado ese papel». No en vano, y tal como recuerda Cerdà, el peón es la única pieza del ajedrez que nunca puede volver atrás.

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