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Tribuna

Apoyos y quereres

Ramón Tebar

Era inevitable: Ramón Tebar no sigue al frente de la Orquesta de València. Su reemplazo se ha planteado y presentado con paños calientes. Como con miedo. Con palabras templadas y hasta huecas que eluden la realidad de una situación que era improrrogable y para todos irrespirable, incluido el propio maestro valenciano. Pero a diferencia de lo ocurrido en anteriores ocasiones, la situación no se ha enquistado y el Palau de la Música ha cogido el renqueante toro por los cuernos y ha optado por finiquitarlo. Bienvenidas sean las palabras vacías y topiconas –su «importante carrera internacional» no le deja tiempo, etcétera, etcétera…-, incluso el pactado petit prix de consolación de «Director principal asociado», si el resultado supone instaurar un periodo de renovación y apertura.

Más relevante que la salida de Tebar es la llegada del bávaro Alexander Liebreich (Ratisbona, 1968), favorito de los profesores de la Orquesta de València y músico –éste sí- de real proyección internacional, formado cerca de nombres grandes como Michael Gielen, Nikolaus Harnoncourt y Claudio Abbado. En septiembre de 2018 fue nombrado director principal y director artístico de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Praga, puesto que anteriormente ya desempeñó en la Sinfónica Nacional de la Radio Polaca.

Liebreich, director de amplia y reconocida trayectoria, con visitas reiteradas a algunos de los más prestigiosos podios, es director efectivo, con mano izquierda –en todos los sentidos, algo que le va a venir de perlas en València-, gesto elegante, bien forjada técnica y dueño de una extenso y muy diversificado repertorio. Solvencia en plenitud. A sus 52 años, y rodado en mil vicisitudes, podrá desarrollar un notable trabajo en València. Cuenta con el apoyo explícito de los músicos (a diferencia de Tebar, que como tantas veces ocurre en las orquestas españolas, entró por la puerta de atrás, y así le fue…). Un soporte esencial, aunque bien sabido es que estos apoyos y quereres –y Liebreich, como perro viejo de la batuta, bien lo conoce- son más volubles incluso que el calumnioso «venticello» de El barbero de Sevilla.

La llegada de Liebreich presupone aires frescos y novedosos para una formación que, salvo el paréntesis de Yaron Traub, ha sido titularizada desde tiempos ya casi inmemoriales -von Benda, Annovazzi, Unger- por batutas extranjeras. Savia renovada que sentará de maravilla a una orquesta demasiado enquistada en la cosa doméstica. Siempre y cuando anteponga los intereses de la orquesta y de sus abonados a los suyos propios, como tantas veces ha ocurrido en esta tierra de María Santísima. En este sentido, roza lo temerario haber reiterado el error de nombrar al director musical también “artístico”: no se puede poner la zorra al cuidado del gallinero. Y el Palau no está hoy precisamente en el mejor momento para fiscalizar una gestión artística. ¡Bravo!

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