Como si se hubieran puesto de acuerdo, el pintor Joaquín Agrasot y el Museu de Belles Arts se unen para reclamar la máxima atención. La mejor antológica del artista oriolano inaugura otra de las etapas pendientes de la pinacoteca, la de consolidación. Aunque Agrasot también se llamaba Joaquín, no es Sorolla, pero en las dos grandes salas temporales que el museo dedica a una exposición nunca vista, se atisba el principio de la estabilización precisa para atraer a público y crítica.

El cuadro pequeño «Caserío o Paisaje urbano» a medio hacer indica que el artista murió con los pinceles en la mano. La obra póstuma está firmada por su hijo. Joaquín Agrasot (Orihuela, 1836, València, 1919), además de pintor longevo también fue promiscuo en obras y en estilos.

Realismo, naturalismo y costumbrismo pasean a lo largo de las más de 100 obras de la exposición comisariada por los profesores de Historia del Arte de la Universitat de València, Ester Alba y Rafael Gil. «Era el costumbrismo que pedía la época», justifica Gil, mientras que Alba argumenta que su «pintura dignifica a las clases populares».

Para entender la importancia de Agrasot, Gil explica que la Encyclopaedia Britannica aseguró en 1902 que la pintura moderna en España comenzó con Mariano Fortuny, tarea que continuaron Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga, pero entre el maestro y los jóvenes emergentes se citaba a Joaquín Agrasot, entrando así a formar parte del póquer de ases de pintores inmortales.

Ester Alba valora la técnica del artista, su destreza cromática y el certero empleo de la luz. Además destaca su magisterio artística que influyó en la pintura de la primera mitad del siglo XX. «La esposa y el hijo del pintor», «Mujeres cogiendo flores», «Odalísca» y «Baco Joven» son algunos de los cuadros que sobresalen, propiedad de organismos públicos y titulares privados, como la Colección Pedrera Martínez, el Museo Nacional del Prado, el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) y el Museo Carmen Thyssen de Málaga.

Coetáneos

Para enmarcar el carácter internacional de Agrasot, los comisarios han organizado la retrospectiva por su variedad temática, poniendo las obras del valenciano a dialogar con otros artistas que influyeron en su pintura como Mariano Fortuny y José Benlliure. Así, además de los paisajes costumbristas de la huerta oriolana y de los campos de Benissanó, la muestra recoge el orientalismo tan de moda en la época y multitud de retratos.

Se puede ver por primera vez unos dibujos de Mariano Fortuny procedentes de la Biblioteca Nacional en los que se comprueba la relación de amistad entre los dos pintores, que pasaron largas temporadas juntos en la campiña napolitana. Hay que destacar los cuadros del Museo del Prado «Lavandera de la Scarpa» y «Las dos amigas», sus obras más populares, que nunca se habían exhibido en València

Hace dos años fue el centenario de la muerte de Agrasot, que se celebró con una primera retrospectiva en el MUBAG de Alicante el año pasado, aunque la exposición llega ampliada a València, y luego irá el Museu de Belles Arts de Castelló, un recorrido ideado por el Consorci de Museus que la pandemia paralizó.

Recuperar la figura del oriolano es el objetivo de los comisarios, que subrayan la repercusión internacional del pintor, que figura en catálogos de París, Londres o Nueva York. «No ha tenido la relevancia que se merecía, estaba excesivamente encorsetado dentro del barniz de pintor de costumbres valencianas», defiende Alba.

La exposición, que se podrá ver hasta el 23 de mayo, supone «un orgullo» para el Belles Arts como asegura su director, Pablo González Tornel, mientras el Consorci de Museus celebra esta retrospectiva que «parece caída del cielo», pero lleva mucha investigación detrás, en palabras de su gerente, José Luis Pérez Pont.

Algunos de los retratos costumbristas de la primera sala de la exposición del Belles Arts, y los comisarios de la muestra, los profesores Ester Alba y Rafael Gil.

La pintura de Agrasot sale a la luz