Autódromo de Altamont, 1969. Mick Jagger pide calma a la multitud. A muy pocos metros del escenario los Ángeles del Infierno han acuchillado a Meredith Hunter, un chaval que supuestamente empuñaba una pistola. Un asesinato en un concierto de rock, en plena efervescencia hippie, cuando la paz y el amor eran las monedas corrientes. Una anomalía totalmente fuera de la normalidad. Un momento maldito que se recordará por los siglos de los siglos.

Lo que les voy a contar no es, ni de lejos, lo mismo. Ni parecido. Pero sí nos ayuda a determinar donde estuvo el rock and roll una vez y dónde está ahora por culpa de una pandemia. En La Marina de València, Panxo, líder de la banda Zoo, se ha secado la boca no cantando, sino pidiendo sentarse a los casi 4.000 asistentes a uno de los primeros conciertos multitudinarios que se celebran en nuestra ciudad después de meses de restricciones, toques de queda y un sinfín de sacrificios conductuales para poder entrar en una nueva situación que, a raíz de lo ocurrido en el evento del mediodía del domingo 6 de junio, no puede estar más lejos de la normalidad.

Ya no es sólo que el grupo de Gandia no ofreciera bises como si temiera que una prolongación de su soberbio concierto fuera a calentar tanto los ánimos como para provocar un asesinato, no. Es que, en los momentos de más algarabía, jolgorio y desinhibición, con parte de la peña puesta en pie coreando y bailando su rock electrónico y hiphopero, la organización bajaba el máster del volumen para enfriar la inflamable actitud del personal. Gente que, a pesar de todo, consiguió mantener mínimamente la compostura para que aquello no acabara en un infame descarrilamiento moral. Pese al exceso de éxtasis del respetable y al exceso de celo de los empleados que velaban por el orden, la situación acabó en una pacífica exaltación del amor, la música y la reivindicación gracias al comportamiento de la mayoría de los asistentes, que hizo gala de una fabulosa contención, responsabilidad y solidaridad.

Arreciaba el palomo en los sectores de sillas, picnic y gradas, pobladas por una juventud con protección solar, sombreros de paja rescatados de pasadas fiestas locales y el conseller Marzá sentado en las primeras filas. El ambiente venía teñido de libertad blanca, sin miedo, sin culpas ni traumas arriba o abajo del escenario, de amor, felicidad y hermandad. Colores que explican el triunfo de esta banda en Madrid y otros lugares donde el idioma valenciano podría ser un obstáculo, al contrario que su lleno en el Estadio Olímpico de Barcelona, donde actuarán el sábado que viene habiendo vendido todas las localidades que permite la normativa.

La infecciosa y festivalera mezcla de rap, soul, ska, electrónica y rock bailable hacían difícil el esfuerzo de mantener pegado el culo al asiento. La relajación, quizá demasiada, también estaba propiciada por la buena situación socio sanitaria conseguida después de meses de contención, pero también a la buena marcha de las vacunas, a la responsabilidad y a la fidelidad a principios democráticos y solidarios que han llevado al País Valencià a ver la luz al final del túnel pandémico.

Acompañada por la fenomenal interpretación de «Llepolies», el último lanzamiento de Zoo, pero también por temazos rescatados de anteriores trabajos como «Esbarzers», «Correfoc» o «Estiu», la chavalada bailaba en las sillas, en las colas de las bebidas y en los pasillos del graderío. Bailaban en los servicios, bailaban mientras esperaban para cambiar dinero por fichas, bailaban con las manos limpias y las mascarillas puestas. Lo hacían sin complejos y con fe, en lo que sea que la tengan. Con la vista puesta en un verano prometedor y con unos ojos en los que, por primera vez en más de un año, vi reflejada la esperanza. Una sensación que, a pesar de la tensión observada en mi primer evento musical masivo en directo después de doblegar no sé cuántas curvas y surfear otras tantas olas, y de este estúpido y miedoso síndrome de Estocolmo que la pandemia ha inoculado en algunos de nosotros, hace que enfoquemos el futuro con el mismo compromiso que hasta ahora, pero con más alegría. Lejos de la normalidad, de acuerdo, pero con la confianza de estar en el camino que nos conducirá a ella.