El nuevo disco de Maronda es una anomalía en su carrera. Después de diez años regalando melodías, estribillos y electricidad, Pablo Maronda y Marc Greenwood cambian de tercio y facturan un elepé titulado ‘Canciones de vino y siembra’ con los pies hundidos en el terreno del folk de modalidad adornada. Si cuando hablamos de ellos no tardan en salir nombres como Planetas, Brincos, Chinarro o Lori Meyers, ahora aparecen John Cale, Nick Drake, Love, Tim Buckley, Serrat o Donovan. Referencias que la pareja maneja con soltura gracias a su vasta cultura musical y a su innegable talento. Folk pop reflexivo, intimista, con letras inteligentes e introspectivas, que ofrece media hora de belleza áspera y honrada. Tan desnuda, valiente y directa como para pensar que es lo más cerca del arte puro que han estado alguna vez.

Ni el coronavirus ni el ictus que sufrió Pablo hace unos cuatro años han tenido nada que ver en este viraje. «Son canciones compuestas a lo largo de toda nuestra carrera, que hemos grabado y metido en un disco que sí obedece a un concepto determinado. Gracias a que no son fruto de un momento puntual son muy variadas y por eso el disco no es una letanía ni un coñazo», explica Maronda. Otra de las razones que lo iluminan es el preciosismo en los arreglos. Teclados, cuerdas, percusiones y efectos que crean un ambiente denso pero dinámico. «Quisimos arropar las canciones, con la mirada puesta en discos como ‘Bryter Layter’, ‘Paris 1919’ o ‘Happy Sad’ embellecerlas, pero sin caer en lo recargado ni llegar a un punto hortera», confiesa. Llevarlo a los escenarios podría revestir cierta dificultad, pero es algo que tampoco les quita el sueño porque, con el panorama actual, y después de haber trabajado tanto en el estudio, han descubierto que se lo pasan mejor allí que en los escenarios.

Los mensajes que se visten tan brillantemente también se apartan de lo habitual. Los textos se arriman a la depresión, al alcoholismo, a la melancolía y a la muerte. Sin ironía ni humor negro, pero tampoco con gravedad o afectación. Ahí va otra anomalía: Marc canta por primera vez. Se trata de un poema de Dylan Thomas, adaptado bajo el título de «Este pan que yo parto». Pablo recuerda riendo lo que costó convencer a su compañero, bajista de La Habitación Roja y residente en Murcia, de que se pusiera delante del micro. «Durante los momentos más duros de la pandemia decidí salir de casa lo mínimo posible, me afectó el clima de terror que se respiraba y me venía muy mal viajar, así que se encargó Marc», agradece el guitarrista.

El resultado, tan bueno como el resto del disco. Y eso es mucho. Una colección de maravillosas canciones de carácter otoñal que ha visto la luz en mayo para celebrar el décimo aniversario del grupo. Un trabajo que dará lo mejor de sí en una tarde oscura de noviembre, con una botella de contemplativo palo cortado (otra anomalía más, esta vez vinícola) y que supone un paso artístico de gigante en el camino de un fabuloso orfebre de canciones.