Un vendaval de energía, ritmo y libertad sacude estos días la escena de la ciudad. Un cuarteto de mujeres creadoras presenta en Les Arts una obra de danza y música en directo llena de estímulos visuales y conceptuales. La invitación que el director artístico de la entidad hizo a la valenciana Sol Picó para que creara un nuevo espectáculo se ha convertido, tras varios meses de preparación, en realidad. Significativo el grito que se oye en su arranque, metáfora de cómo deben hacerse oír las mujeres cuando alcanzan la madurez, ya casi invisibles en muchos ámbitos de la sociedad. También en el de la danza, disciplina que en gran medida confía su alquimia a aquellos cuerpos jóvenes que mantienen al más alto nivel sus cualidades físicas. Las protagonistas de Titanas son la antítesis de este canon, mujeres que superan los 50 y siguen activas a pleno rendimiento, adaptadas a sus amplias condiciones presentes. Las bailarinas llevan gorros-máscaras durante parte de la obra hasta que, casi al final, se liberan de ellas, ¡la de prótesis que hay que cargar por aquello de las apariencias! Aparte de las tres bailarinas-coreógrafas-directoras (Picó, la sueca Charlotta Öfverholm y la catalana Anna Ventura, Natsuki) es vital la presencia y creación de la compositora Judit Farrés, la cuarta titana. Su propuesta musical es explosiva, fluye con los cuerpos y la narrativa de la pieza, aumenta y disminuye la intensidad y transita de la electrónica a los más cálidos sonidos del clarinete. El mapa musical de este viaje cuenta con una docena de mujeres del Cor de la Generalitat, un recurso que genera contrastes y juego escénico. Sus apariciones puntuales redimensionan la parte coreográfica, aportan profundidad, gancho estético, a la vez que refuerzan la sororidad que impregna la pieza. ¿Qué es Titanas sino una alianza de mujeres con el objetivo común de sacar adelante un proyecto artístico de nivel? Se han entregado a ello, y en el camino han ido sumando elementos que en ocasiones saturan la creación de estímulos. Las proyecciones visuales de Milosh Luczynski aportan espectacularidad, remiten al universo, despliegan haces de luz o figuras geométricas, aunque mejor dosificadas habrían cumplido mejor su objetivo. El vestuario, en tonos rojos, dorados y plata, tiene su intencionalidad, si bien no resulta efectivo en la primera parte. Deslumbra, pero no acaba de parecer suelto en los cuerpos de las bailarinas. Cada una de ellas baila una escena en solitario exhibiendo un lenguaje propio que a veces se fusiona con el de sus compañeras. Todas guardan en su cuerpo la memoria de lo bailado y vivido, son ellas mismas expresándose, su rostro no se ve, su cuerpo habla. Hay un solo de Sol Picó muy especial: ritmos flamencos, zapatillas de punta y unas cintas rojas sujetas por las mujeres del coro. Las bandas, que primero le impiden avanzar, se convierten después en complemento de su baile más singular.

En el transcurso de la pieza descubrimos que nos conducen hacia el caos, a un espacio de libertad en el que ya no importan las formas. Despojadas de las máscaras (muy poético el video previo) las protagonistas se permiten ser ellas mismas. El vestuario deja el brillo y se convierte en funcional, el disfraz pasa a ser una peluca grotesca que funciona como patada estética. En la coreografía, los saltos y rebotes recuerdan pasos clásicos recién salidos de la trituradora. Eso es lo que hacen con un puñado de momentos desenfadados, estridentes y divertidos, reírse de lo que debería ser usando la exageración, como ese grito inicial con el que arrancan: «aquí estamos y esto es lo que queremos hacer».