Santander. Palacio de Festivales. Orquestra "Llíria, Ciutat de la Música". Obras de Vivaldi, Haydn y Mozart. Solistas: Miguel Cerezo y Vicent Olmos, trompetas. Director: Vicent Pelechano. 21 mayo 2022.

Entre los más emergentes, dinámicos e inquietos directores de orquesta de la nueva generación de músicos valencianos, Vicent Pelechano (Alfarp, 1979) ocupa lugar prominente. No solo por sus méritos como promotor y alma de mil y una iniciativas artísticas, sino, sobre todo, por su estricto hacer sobre el podio. El sábado, en el Palacio de Festivales de Cantabria, lo dejó claro ante un programa de alto riesgo, en el que tras la música siempre bienvenida de Vivaldi -hoy tan ignorada en las programaciones sinfónicas-, llegaron hermanados los genios de Haydn y Beethoven. Del primero, la genial y veterana Sinfonía 104, “Londres”; del segundo, la joven y aún clásica Segunda sinfonía, que el Coloso de Bonn compone apenas siete años después, entre 1801 y 1802.

El último Haydn y el primer Beethoven. En el umbral del clasicismo, a las puertas del romanticismo. El músico cultivado y sensible -que es el actual director titular de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y de la Banda Municipal de Santander- emplazó ambas sinfonías en ese punto crucial de la historia de la música y de todas las artes. Subrayó los matices más clásicos y transparentes de una y otra, cantando y cargando de pulso y latido el minueto de la sinfonía de Haydn y el ya “scherzo” de la de Beethoven. Hubo lirismo, aromas populares y, también, ese refinamiento instrumental que tanto distingue ambas partituras.

Haydn, tan equivocadamente eclipsado por Mozart, firma en su Sinfonía Londres una de las páginas claves del género. Pelechano la trató con ambición expresiva; dejó respirar sus cuatro movimientos y los dinamizó y calibró con cuidado énfasis, como hizo en la matizada lenta introducción, en re menor, en la que tuvo el acierto de subrayar sin demagogias los dobles puntillos. Remarcable también la gracia y ligereza que imprimió al paródico trío, con su confluencia evidente con el Così mozartiano y sus “medicinales” trinos.

La Orquesta “Llíria, Ciutat de la Música”, que contó entre sus atriles con abundantes profesores ajenos, se convirtió, de la mano invitada del maestro alfarbino, en la mejor embajadora de una ciudad en la que la música es tan esencial como respirar y vivir. Desajustes e imprecisiones ocasionales no lograron empañar el atractivo ni el éxito del programa. Una pica en Santander en la que, tras el Haydn luminoso de la Sinfonía Londres, la Segunda de Beethoven se percibió y disfrutó con asombrosa naturalidad, casi como si fuera continuidad natural, como dice Klaus Mäkelä que ocurre entre las sinfonía sexta y séptima de su paisano Sibelius. Luego, pronto, llegará la Sinfonía Heroica y nada será ya como antes.

En la primera parte, los trompetistas Miguel Cerezo y Vicent Olmos, ambos también valencianos, uno de Llíria y otro de Paiporta, se lucieron en la Sonata para dos violines y continuo, en Si bemol mayor, Rv 76, de Vivaldi, en la adaptación para dos trompetas firmada por el propio Olmos. Orquesta y maestro ajustaron sus sonoridades para servir fielmente la barroca e inconfundible escritura vivaldiana. Virtuosismo instrumental y sentido camerístico marcaron una versión vivamente aplaudida, que aún se prolongó fuera de programa con el bis inesperado pero delicioso de la célebre habanerita de "Don Gil de Alcalá", del también valenciano Manuel Penella. Cuando sobre las 21:30 horas concluyó el concierto, todavía habitaba la tarde en el horizonte único y marino de Santander. Fue la guinda de un velada en la que reinó el placer y la ilusión de la música y sus músicos.