El concierto que ofreció Wilco en Burjassot en la tarde del viernes comenzó con tensión. Muchos pensaban que comenzaba a las nueve, pero a las ocho y media los de Chicago estaban sobre el escenario tocando «I am my mother». Por lo visto el horario no era el mismo según miraras las webs de venta de entradas o la página del ayuntamiento, y muchos todavía estaban haciendo cola o rematando la última cerveza en el bar cuando salió la banda.

Presentaban su último disco, ‘Cruel Country’, aburridillo, acústico en general, rural, y algo deprimente. Según algunos se trata de una vuelta al country rock de sus primeros tiempos. Es doble, y yo creo que le sobran seis o siete temas. Si se los quitas no sería mejor que uno regular de Cracker. Suponiendo que lo tuvieran. Es una opinión tan infame como cualquier otra. La incontinencia artística de Jeff Tweedy no me apasiona y no comprendo las desaforadas muestras de aprecio y entusiasmo de sus fans, a los que envidio por ser guardianes de no sé qué arcanos, hacia cualquier cosa que hace este buen hombre. Por otra parte, nunca he dudado de su talento. Bebo bourbon con hielo, pero reconozco que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Soy un hombre sencillo, con Radiohead me pasa lo mismo.

Así que, con el corazón en la mano, les confieso que fui a ese concierto para reconciliarme con la banda, con sus fans y con la idea de que, sin sus discos de principio de siglo, la música americana no sería la misma. Incluso guardaba la secreta esperanza de que Nels Cline iba a estar tocando la guitarra, recuperado del covid, para ayudarme a pasar el trago. No ocurrió tal, pero cuando vi al fulano del sombrero con su guitarra acústica envuelta en cuero como Elvis, y a Pat Sansone con una eléctrica de doce cuerdas, y empezaron a caer «I am trying to break your heart», «Kamera», «Hummingbird», «Sunken treasure» o «Passenger side», noté un escalofrío sudado entre los riñones y la rabadilla que me dijo que, sinceramente, no iba a tener nada malo que decir de esta banda.

Me pareció un show magnífico, honrado, divertido, potente y emocional. Sus fans contagiaban el respeto y el fervor por poder escuchar cada detalle musical, cada extraño patrón rítmico, cada shaker, glockenspiel, o el arsenal de teclados, guitarras y efectos que necesitaban los músicos para reproducir con toda fidelidad, en un encantador arrebato de profesionalidad y testarudez, los delicados matices que convirtieron en magia algunas de sus canciones. Una bendita Telecaster trucada de pedal steel, unas baquetas forradas, unas escobillas, un Wurlitzer, unas maracas, un banjo. Todo pulsado y golpeado con una clase y una pasión que tiraba de espaldas.

En cuanto al repertorio, prestaron mucha atención a ‘Yankee Hotel Foxtrot’, que a partir de hoy escucharé con otros oídos, y quitaron algunas de las canciones más tranquilas que están tocando en esta gira, como «Ambulance», quizá por el exceso de volumen en las conversaciones del personal, cosa que desgrada y mucho a Tweedy. Lo demostraba su cara al principio de «At least that’s what you said», pero lo solucionó con la electricidad vengadora de un furioso punteo achantacapullos.

Y así, cabalgando entre la bucólica vena country de «California stars» y «A lifetime to find» y las enérgicas descargas melódicas de “Heavy metal drummer” y «I’m the man who loves you», el concierto llegaba al final en medio de un ambiente fabuloso en el que la peña se rompía las manos aplaudiendo y se dejaba la garganta aullando. Tras un corto receso, Wilco volvió en tromba para vaciarse con una memorable tormenta eléctrica centrada en su maravilloso doble ‘Being here’. Tweedy era consciente del calentón colectivo, nos tenía contra la pared, así que, tras «Outtasite» y «The late greats» hizo la señal de «seguid dando leña, no paramos» y nos regaló una abrasadora «I’m a wheel» que me mandó a casa con un dolor en las posaderas como el de Saulo cuando se cayó del caballo, pero también con la brillante y febril luz del converso en la mirada.