Al recibir la noticia de la muerte de Carles Pastor sentí un latigazo en el corazón: el destino, la injusticia y el dolor, un enorme dolor. Hacía poco de nuestra última conversación. Hablamos de cómo buscarle al proyecto “Destino perdido” un camino a la producción. Quedamos en hacerlo en la Vilella, el pueblo del Priorato que había elegido tras cerrar la casa de Pedreguer.

Tras velarlo con su familia y sus amigos en Tarragona, taché una llamada en las agenda: visitar a Carles. Pero subrayé la segunda mitad de la anotación: encauzar “Destino perdido”. Carles ha sido para mí, y para muchos de los que lo conocimos, un grandísimo amigo, un tipo fantástico y un cineasta de la cabeza a los pies. Uno de los pilares del cine valenciano que, —con la aportación de tantos compañeros y compañeras—, se levantó contra viento y marea en los años 80 y 90.

Lo había conocido coincidiendo en los sitios por los que circulaba la movida en la segunda mitad de los 70 y los primeros 80. Él había hecho su particular entrada en el cine y en el audiovisual paseando por la Barcelona de la gauche divine de la mano de Xavier Mariscal. De aquella experiencia nació su primer corto, “Makoki”. Se había traído de Barna un punto de modernidad, de cosmopolitismo, que lo hacía singular y diferente.

En los 90, cuando Canal 9 era ya una realidad y una esperanza frustrada para muchos, siendo yo director de la Filmoteca puse en marcha, —con la ayuda de la SGAE y de la UIMP—, la Escuela de Guionistas de la que saldría la FIA y en la que nació también EVA que luego sería EAVE, la asociación de guionistas.

Junto con Pepe Cano, Enrique Navarro y Toni Canet, Carles fue una ayuda permanente en la creación de la escuela y en su gestión durante casi veinte años.

La conversación con él era una fuente de inspiración inagotable, casi todas las aventuras nacidas en la FIA las habíamos hablado antes en el patio del Palau de Pineda. Hablábamos de Frank Daniel y su teoría del paradigma de las ocho secuencias, de la idea del concepto que defendía en las aulas de la FIA José Luis Borau o de la “teoría de los resistentes a la lejía” de Lola Salvador y Manolo Matji.

Se movía por el entusiasmo, con una energía maravillosa para vencer obstáculos y un sentido infalible de la imagen y de la verosimilitud. Verosimilitud no referida a la realidad común sino a su realidad estética, a una interpretación del mundo que iba desde el lado comedia de la vida “moderna” hasta la espiritualidad del Vipassana o del Ayauasca.

En 2004, me pidió que reescribiera el guion de “Camp de Maduixes” una tv movie que estaba preparando para TV3 y Canal 9. No le gustaba la versión que tenía y reescribimos el guión por completo. Fue una delicia trabajar juntos, con un epílogo sorprendente. Como director él estaba siempre pendiente de que el final de cada secuencia creara en el espectador la necesidad de saltar a la siguiente, no le importaban ni los tres actos ni los “impulsos” de Linda Seger: todas las secuencias tenían que terminar “en punta”. Era un insobornable guardián de las transiciones.

Tanto le importaban que en la mesa de edición “descartó” unos cuantos minutos de más y el material rodado se le quedó corto. Acabada la edición, hubo que rodar siete minutos más. Pero el reparto ya se había dispersado y solo podíamos contar con cuatro de los actores. La nueva acción tenía que suceder toda en el hospital donde han llevado al chico que se ha intoxicado en una rave con una “maduixa” alucinógena.

"Carles, te llevas una parte de mi corazón y de muchos otros y otras y el compromiso, ojalá que afortunado, de dedicarte la película que soñaste como 'Destino perdido'"

Yo estaba de vacaciones en la playa de Oliva. Cada mañana, me sentaba en la terraza de un bar y discutía por teléfono con Carles el material que le había mandado la tarde anterior. Al tercer día, la dueña del bar me dijo que tenía las consumiciones pagadas: no podían cobrarle al guionista que tantas emociones les hacía sentir con esa maravillosa serie que era Hospital Central. Cuando se lo conté a Carles nos partíamos de la risa.

La anécdota tenía sentido. Al cine que hicimos en aquellos años, una década prodigiosa de la cultura en Valencia, le faltó medios y apoyos para darle alas y salir a vender lo que hacíamos. ¡Fue tan difícil encontrar a nuestro público!

El sábado pasado, cuando en el tanatorio me acerqué al cristal desde el que se veía a Carles con el rostro sereno y una concentración total, propia del meditador consumado que era, tuve la sensación de que estaba invocando una imagen para ,como diría Bob Dylan, “knocking on the heaven doors”.

Era verosímil pensar que la imagen que debía estar mirando seria el último plano de la nueva versión de “Destino perdido”. Sentí la necesidad de darnos un abrazo como tantas veces tantos otros que fueron y ya no serán. Carles, te llevas una parte de mi corazón y de muchos otros y otras y el compromiso, ojalá que afortunado, de dedicarte la película que soñaste como “Destino perdido”. Hay una butaca para ti el día del estreno. 

Descansa en paz, querido Sefer..