Algo personal

Valentín

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valentín / Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Cuando tenía siete años, me rompí la nariz. Quería ser músico. Un día subí con mi tío Vicente el Rocho a buscar un método Eslava que guardaba en el porche. Él tocaba en la banda de Gestalgar y había sido maestro de escuela. Lo depuraron cuando acabó la guerra y regresó al Magisterio, creo que en los años sesenta del pasado siglo. Lo destinaron a Oset, un pequeño pueblo de la Serranía, y allí ayudaba a la gente en la labranza y me viene a la cabeza que también en la música.

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valentín / Alfons Cervera

El caso es que aquel día bajaba yo del porche con mi flamante cuaderno en las manos, resbalé en la escalera y fui rodando como una bola de trapo hasta el final. La tía María llamó asustada a mi madre, me abocaron a una palangana y cuando dejé de echar sangre me limpiaron la cara y arreando con los colegas a la calle. Desde aquel día, sólo respiro por media nariz y la tengo una miaja torcida. En lo que se refiere a mi carrera musical fue breve. Apenas duró un par de semanas: el miedo a las corcheas acabó con ella. Todo lo contrario de lo que le pasó a mi amigo Antonio Muedra, que anduvo casi toda la vida enganchado a la música en Pedralba, su pueblo.

El director de la banda de Gestalgar, que se llamaba don Hermenegildo y era de Benissanó, se disgustó un poco por mi abandono. Pero desde aquí le digo que la música no se perdió gran cosa con mi deserción. Seguro que no. Las bandas de música son el alma de muchos sitios. En la Popular empezó Antonio hasta que años más tarde una escisión -por motivos más ideológicos que musicales- llevó a la disidencia a formar una banda cómica y tiempo después, creo que en 1979, a la fundación de la Banda Democrática. Chaqueta roja, camisa blanca, pantalón negro y sombrero canotier. Eran tiempos de grandes ilusiones. En los años de la Transición, Pedralba fue de los pueblos punteros en reivindicaciones democráticas. Y la banda musical que surgió de esas reivindicaciones no se quedaba atrás. La llamaban de todas partes. Por donde iba estaba la fiesta asegurada.

Participó en muchas campañas electorales. Algunas veces animó la fiesta anual del diario El País. Yo mismo fui secretario de su Junta Directiva unos años, creo que cuando estuvo de presidente mi largamente recordado Luis Sesé, al que llamaban Cadenas nunca supe por qué y lo saco como personaje en mi novela Maquis. Como tampoco supe por qué Antonio siempre fue Valentín para la gente de su pueblo. Seguro que esas cosas tienen explicación, pero a mí me suena a algo mágico cambiar los nombres de la gente y que esos nombres acaben borrando los suyos de verdad. De aquellas celebraciones madrileñas hay una foto en la que, junto a otros músicos, sale Valentín con el bombo y mirando a Carmen Maura en plan te voy a echar los tejos cuando acabe la fiesta. Siempre lo conocí enganchado a la tierra, a la lectura de este diario o algún libro sentado a la mesa de un café, montado en su bici eléctrica de tres ruedas cuando las fuerzas ya no daban para más. Ah, y también recuerdo cómo alargaba hasta la extenuación del oyente las historias que había vivido realmente o se inventaba. Hace unos días, la Banda Democrática le rindió un homenaje. Creo que fue el mejor concierto que le he escuchado desde sus inicios hace ya tantos años.

Un gozo de veteranía y juventud en el escenario bajo la dirección de César Rubio, que heredó el puesto de Miguel Porta, una de las personas más buenas y entrañables que he conocido. Una vez más, me acordé del método Eslava y de mi nariz hecha pedazos, de mis aspiraciones frustradas a heredar el trono saxofonista que mucho después dejaría libre John Coltrane, del tiempo en que la Banda Democrática alegraba con su música el runrún entusiasta de las ilusiones. El tiempo de las cerezas, como en la canción comunera revolucionaria por las calles de París. No sé cuántas de aquellas ilusiones se han quedado por el camino. Seguramente muchas. Pero la memoria de la gente a la que hemos querido no se acaba nunca.

Los poemas de Miguel Hernández y el ruido que hace la tierra cuando se la remueve para que no deje de respirar se mezclaban en esa memoria la otra tarde: como un ritual abierto a la esperanza en que construir un mundo mejor que el que vivimos no sea imposible. Y cuando hablo de memoria no hablo del pasado, sino de ahora mismo. Seguro que Valentín estaría de acuerdo con lo que digo. Seguro.

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