Crítica|Música

Arcadi Volodos, el piano místico

Volodos, en concierto.

Volodos, en concierto. / Live Music Valencia

Justo Romero

Justo Romero

RECITAL ARCADI VOLODOS (piano). Pro­gra­ma: Obras de Mompou y Scriabin. Lu­gar: València, Palau de les Arts (Auditori). ­­Entrada: 700 espectadores. Fecha: Lunes, 6 marzo 2023.

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En apenas unos días, València ha vivido y sentido el Arte con mayúscula de dos colosos del piano. Ambos, rusos, ambos petersburgueses. Si el 25 de febrero fue Grígori Sokolov (1950) con obras de Purcell y Mozart, el lunes ha sido Arcadi Volodos (1972) quien ha recalado en el mismo Auditori del Palau de les Arts de la mano del hermano Palau de la Música con obras de Mompou y Scriabin. Programas parejos, hermanados en su huida de lo fácil, de cualquier detalle que pueda desdibujar el esencial universo de pureza y verdad que distingue el pianismo de ambos. También el de Alicia de Larrocha, artista inolvidable, al que Volodos y el Palau de la Música quisieron dedicar este concierto, como homenaje en el centenario de quien -como ellos-fue, es y será eternamente uno y una de los grandes de la historia anchurosa del teclado.

Pianismo cargado de colores, sentidos, registros, ideas y respeto. Poderoso y sutil hasta el silencio. Fiel a la obra de arte, al público y a sí mismo. Volodos, como su paisano Sokolov -ambos radicados en España- toca en penumbra, con el mismo ceremonial, en un ritual que esquiva todo lo que distraiga la música. Uno y otro aparecen en escena y se dirigen directos al teclado. La concentración es absoluta. No hay público, ni toses ni gente que abandona la sala en mitad de un pianísimo que corta el aliento. Nada ni nadie perturba el ritual de la música. Oídos solo para el Arte.

Pasión, poesía, inteligencia, técnica, tradición y cultura se aúnan en la personalidad global de Arcadi Volodos y convierten sus recreaciones en acontecimientos únicos. Más ortodoxo que Sokolov, Volodos ha renunciado al virtuosismo espectacular que marcó los comienzos de su carrera y que tantos éxitos le deparó, para recalar en un universo íntimo, de transparencias y sugestiones, instalado en un paisaje acústico de silencio absoluto, ideal y quizá irreal, sobre el que habita la música. Sencilla y sin alambiques. Desnuda y libre. Atmósfera íntima y privada. De tú a tú; del compositor al ser sensible que habita la platea. Un espacio reservado en el que el más leve pianísimo cobra suprema fuerza expresiva. Fue este marco verdaderamente incomparable en el que el lunes habitó la música callada, silenciosa, de Fréderic Mompou. La “Soledad sonora” de Juan Ramón hecha sensación y expresión.

Las Escenas de niños y una selección de números extraídos de los cuatro cuadernos de Música callada fueron el centro de la primera parte. Alicia de Larrocha, intérprete inolvidable de estas miniaturescas músicas de Mompou, hubiera disfrutado y admirado las interpretaciones de Volodos. Su ternura y sugestiones, las campanas y nieblas, resonancias a lejanos aires populares catalanes. Torreones y golondrinas. Humedad, musgo y rocío… La memoria, también intuida y soñada, susurrada más que cantada, adquirieron realidad y certidumbre. La “esencia en lo mínimo”, por citar las palabras de César Rus en el programa de mano. Inolvidable.

Apunta también Rus, con su acostumbrada lucidez, las relaciones entre el misticismo de Juan de la Cruz y la creación sonora de Mompou, que Volodos relacionó en este programa cargado de sentidos y razones con la espiritualidad exotérica de Scriabin. Maravilla este vínculo, vital y estético entres los registros, armonías, timbres e identidades de creadores aparentemente tan disímiles como el ruso y el catalán. Siempre ambos con Chopin al fondo. Toda la segunda parte estuvo configurada por una selección de estudios, poemas y preludios del creador del Poema del éxtasis, Scriabin, redondeada con una en verdad antológica versión de la Décima sonata para piano, la “Sonata de los insectos”, como la definió el propio Scriabin, quien consideraba a los incordiantes artrópodos como “besos del sol”. Aquí, como luego en la maravilla Hacia la llama (Vers la flamme, en francés el original), última obra para piano de envergadura, basada en el célebre “acorde místico”, reapareció el Volodos más espectacular y brillante, el hipervirtuoso que renegó del circo del éxito y los “Viva Cartagena” para surcar caminos más únicos y espirituales. Juan de la Cruz, Juan Ramón, Mompou, Scriabin… ¡Arcadi Volodos! El piano místico.

El silencio y la quietud no evitaron que el público -que apenas alcanzó a cubrir la mitad del aforo del Auditori del Palau de Les Arts- estallara en un creciente arrebato de entusiasmo. Se notaba que abundaban pianistas y estudiantes de piano en este recital de culto. Como en Sokolov, la tanda de propinas casi estableció una tercera parte de programa. Ya muy al final, el hipervirtuoso que huyó del circo regaló su transcripción, honda, jonda y espectacular, de la Malagueña de Lecuona. ¡La leche!

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