Vetusta Morla nunca falla en Les Arts

Vetusta Morla reúne a más de 20.000 personas en la primera jornada del Festival de Les Arts, que también contó con La Casa Azul, Rufus T. Firefly y Second

Sienna, Jimena Amarillo, Varry Brava y los DJ Ele y Wisemen Project fueron las propuestas valencianas del evento 

Voro Contreras

Voro Contreras

Es complicado hablar de música festivalera. ¿La música festivalera es la reivindicación del hedonismo hortera de Varry Brava o la grandilocuencia indie de Vetusta Morla? ¿Es la ortodoxia pop de la Casa Azul o la heterodoxia militante de Jimena Amarillo? ¿Se puede bailar con Second y con ELYELLA casi a la vez y no estar loco?

La respuesta, quizá, la encontramos al mirar así por encima a las 20.000 personas que ayer volvieron a abarrotar el recinto de la Ciutat de les Arts i de les Ciències en la primera de las jornadas del Festival de les Arts.

La respuesta, quizá, es que da igual quién esté en el escenario como daba igual quién iba a estar cuando los abonos de esta edición casi ya se habían agotado sin haberse anunciado todavía a los artistas que compondrían el cartel. Les Arts es un hoy valor de ocio seguro y divertido, poco volátil, de riesgo cero.

El Festival de les Arts nunca falla (no como otros que, por mucho Blur que tengan, les caen cuatro gotas y se les va todo al garete), y esa seguridad pesa más que aquello tan antiguo de amar u odiar este o aquel género musical o temer que ese artista cuyos discos adoras con devoción sea una castaña en directo.

Los que suelen cobrar por ponerle adjetivos a este tipo de eventos suelen hablar de «experiencia»: «vive la experiencia», «siente la experiencia», «disfruta de la experiencia». Así que lo importante, más allá de la música, debe ser la «experiencia».

La «experiencia» la transmitían los muchos grupos de amigos (a estas cosas, como a cualquier actividad de ocio, ya casi nadie va solo) que desde las primeras horas de la tarde se acercaban al recinto festivalero con sus pulseras ya activadas y dispuestas a entrar docilmente en esta noche inquieta.

A los primeros, a los más audaces, les esperaba desde las 18.00 horas Sienna, una de las pocas pero resultonas presencias valencianas –y más allá de las sesiones de Ele DJ y Wisemen Project (que pincharon ayer) o Toxicosmos y Bocachicco (que pincharán hoy)– que aparecerán durante el fin de semana en los dos escenarios de Les Arts. Pop clásico con ropajes electrónicos, bien cantado, con su equilibrada proporción de melancolía e ilusión, bonito y aplaudido con ganas por los fans que acompañaron el bolo.

Todas las fotos del Festival de Les Arts

Todas las fotos del Festival de Les Arts

No eran las 19.00 horas cuando Varry Brava desvirgaron el escenario principal y ya se veían sobre el lago tapiado de Les Arts los primeros cubalitros de cerveza, los primeros bailoteos, las primeras camisas de manga corta (y menos estampadas que en años anteriores), gafas de sol, abanicos contra el agobiante calor, purpurina y sudor en la cara y tatuajes del palo.

Los oriolanos tienen ya una edad y una experiencia (claro) en este tipo de saraos y saben darle al público lo que el público quiere: italodisco con toques makineros para postadolescentes de entre 40 y 50 años en el que cada nota del teclado te desbloquea el recuerdo de un sábado por la tarde en la edad del pavo. Pero hay un momento en el que te desentiendes de lo que te están ofreciendo y que da la sensación que hasta a ellos se les hace largo el asunto. Al final la nostalgia da para lo que da.

Jimena Amarillo también le da a su público lo que quiere: su persona y su personaje. Pero su público no es el de Varry Brava, su público es especial, devoto de cada palabra y de cada historia y de cada acorde de cada canción de la valenciana, que igual te mete un ritmo sintético y oscuro, que hace sonreír a los más machuchitos porque tiene un no sé qué que te recuerda a los Pixies, que te coge un violín y te interpreta el "Canon" de Pachebel mezclado con el "Get lucky" de Daft Punk y se queda tan pichi.

Como a veces hace Jimena, La Casa Azul logra (en su caso, todo el tiempo) disfrazar de pop luminoso y acogedor historias de desazón sentimental y angustia adolescente. Por que ahora se puede ser adolescente con cualquier edad. Lo suyo son los himnos –«La revolución sexual» es una barbaridad– y el público, ya metido de lleno en la «experiencia» desde el primer “momento” (otro adjetivo habitual) multitudinario de la jornada, responde con agradecimiento a las serpentinas y los papelitos y los arreglos de campanas (máximo respeto a los artistas que ponen arreglos de campanas en sus canciones) y, en definitiva, a las melodías bien hechas, que es de lo que se trata. No fallan, se las saben todas.

Rufus T. Firefly le dieron al festival cierto carácter clásico que ya a estas alturas del fenómeno se podría decir que es incluso historicista. Es ese carácter que te dan el bajo y las guitarras eléctricas y golpeadas con rabia y el teclado rabioso también y la batería y la percusión ensamblados perfectamente y también rabioso, porque parecen reivindicar algo que cada vez vemos menos en los bailes veraniegos. Un carácter que, para unir los sonidos americanos de los 60 y 70 con lo que quiera que sea el rock en el siglo XXI, se salta todo lo que suelen hacer sus compañeros de cartel festivalero.

Y a continuación, de nuevo en el escenario principal, irrumpieron Vetusta Morla como la figura más esperada de la jornada, como si nunca antes hubieran estado allí (lo llevan haciendo año sí año no desde 2019). Abrieron con «No seré yo», de su último y celtibérico disco Cable a tierra, un show limpio y sin fisuras, de un entusiasmo profesional, enjundioso y honrado. El repertorio de la banda madrileña es enorme, probablemente imbatible en este tipo de espectáculos.

Y Pucho, su cantante, que cuando se mueve por el escenario da la sensación de que le mola Iker Jiménez, tiene el don de decir la frase adecuada en el momento pertinente -"los fascista fuera", "basta de normalizar el fascismo", dijo cuando "Sálvese quién pueda"- para que por un momento pienses que esto no es solo un festival. Un show resultón, épico incluso, pero tan poco arriesgado y sorprendente como el resto del festival.

La jornada la concluyeron Second, un clásico de esa generación de indies de principios del XXI que va despidiéndose de los escenarios, y ELYELLA y su perfecto remate electrónico y bailable ante un público entregado y con pocas ganas de marcharse de ahí. Otras 20.000 personas, más o menos las mismas que ayer, volverán a llenar hoy de nuevo el recinto festivalero para la segunda y última jornada de Les Arts.