Fuera de compás

El pacífico en llamas

el pacífico  en llamas

el pacífico en llamas / Fernando Soriano

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Como el rock and roll estaba considerado en la Unión Soviética una especie de cacofonía podrida, transmisora de los infectos y degradantes valores occidentales y corruptora de la rectísima moral que el marxismo había inculcado en sus jóvenes, poco les puedo decir de lo que la Segunda Guerra Mundial significó para esta música allí. Así que a rascar la balalaika.

Lo que sí les cuento es que, después del infame ataque de los japoneses a Pearl Harbor, los Estados Unidos pusieron en marcha su infinito poderío económico, humano e industrial para acabar con el dominio del régimen totalitario, belicista y ultranacionalista nipón en Asia y Oceanía. El cine ha sido el arte que más y mejor propaganda dio a las victorias yankis, así que la lista de películas sería interminable, pero pasado el tiempo, muchos de aquellos episodios también quedaron reflejados en unas canciones que quizá les suenen.

Lo mismo no saben situar en un mapa las Islas Salomón, ni les dice nada la combinación de letras y números «PT-109». Normal, pero a John Fitzgerald Kennedy lo conocen de sobra. Pues hete aquí que el gachó llegó a la carrera política siendo ya héroe de guerra. Cumpliendo con su deber con la patria, comandaba una lancha torpedera en agosto de 1943 en una misión de ataque a un convoy japonés en el archipiélago arriba mencionado cuando, en una noche sin luna, un destructor japonés le pasó literalmente por encima, partiéndola por la mitad. Viendo que en el islote donde se habían refugiado no había agua ni comida, el guaperas, que estuvo en el equipo de natación de Harvard, nadó tarzanescamente en busca de ayuda para su tripulación y consiguió llevarlos a otro lugar donde, al menos, había cocos que llevarse a la boca. Al final fueron rescatados y la machada quedó plasmada por triplicado en libro, en película y en una canción de Jimmy Dean titulada, obviamente, «PT-109». No es que sea Homero, pero el countryman da cuenta de la odiseica historieta en su balada la mar de bien.

Una de las más fieras y horribles batallas de la guerra en el Pacífico queda certera y terriblemente reflejada en las magníficas películas de Clint Eastwood Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Antes hubo una protagonizada por John Wayne, más patriotera. Al protagonista de la canción de los Drive By Truckers, «Sands of Iwo Jima», que se alistó para combatir en aquel infierno, no le pareció ver al actor de Hollywood pasando las de san Amaro en aquellas arenas sangrientas. Es lo que decía sarcásticamente en aquellas reuniones anuales con sus hermanos de sangre, sus viudas y sus nietos cuando alguien le preguntaba por las similitudes entre lo vivido y lo mostrado en la gran pantalla por aquel filme propagandístico.

La Incursión Doolittle también tuvo su canción. En la inquietante «30 seconds over Tokyo», Pere Ubu, banda de art-rock vanguardista, cuentan la misión casi suicida con la que los norteamericanos se vengaron de Pearl Harbor. En una acción que desafiaba a la lógica, 16 bombarderos B-25 sin combustible de regreso despegaron desde el portaaviones USS Hornet con el objetivo de incendiar ciudades e industrias japonesas e infligir un durísimo golpe psicológico a los ciudadanos nipones. Qué oscura y, sin embargo, qué humana paradoja: componer una bellísima obra de arte con los horrores de la guerra.

Y, finalmente, sobre la bomba atómica tenemos ese temazo de OMD, «Enola Gay», en el que se le pregunta a la madre del comandante Tibbets, piloto del B-29 que la lanzó, si se siente orgullosa de lo que ha hecho su chavalín, jugando con el nombre del artefacto, «Little Boy». Sus devastadores e inhumanos efectos sobre Hiroshima dieron forma a varias canciones, entre las que les recomiendo una de Barón Rojo, que es espeluznante en todos los sentidos, y otra de Wishful Thinking que, solamente con un par de imágenes reconocibles por todo el mundo y la aséptica voz de las noticias, deja constancia de un horror que se repetiría lamentablemente días después en Nagasaki y del que nunca parecemos estar demasiado lejos.