Crítica de música

La Orquestra de València pierde su talón de Aquiles

Justo Romero

Justo Romero

Daba gusto escuchar a la Orquestra de València abordar un programa clásico -Mozart y Haydn- con una calidad en sus cuerdas absolutamente inimaginables hace apenas unos años. El talón de Aquiles que siempre han sido las cuerdas en la orquesta titular del Palau de la Música ha dejado de serlo, hasta el punto de poder defender un programa como el que interpretaron el viernes con dignidad más que notable. El trabajo del titular Alexander Liebreich reluce particularmente en estos ámbitos tan afines a su cultura y geografías.

Lástima que tan buena velada de abono quedara deslucida por la colaboración solista, correcta, discreta, tímida y un punto cándida del violonchelista finlandés Jonathan Roozeman (Helsinki, 1997), «una estrella en ascenso» que a sus no tan jóvenes 26 años dibuja un tibio sonido de corta proyección y carácter. Todo lo contrario que el violinista Frank Peter Zimmermann, indispuesto por covid y a quién reemplazó en el último momento. El lento fragmento de la suite de Bach ofrecido por Roozeman como estudiantil propina adoleció de la misma cortedad que el Haydn sin chicha que le precedió.

No pudo tener mejor inicio el concierto, con una obertura de Las Bodas de Fígaro viva, transparente y cuajada de sentido dramático. Sin partitura ni podio, Liebreich dirigió con fluidez, dominio, ligereza. Obtuvo una respuesta transparente, cálida e imaginativa de los atriles, que bordaron una de sus más calibradas interpretaciones de un repertorio que siempre les resultó adverso. Luego, en la segunda parte, profesores y maestro corroboraron este Mozart notable con una Sinfonía Júpiter en la que los dos trompas naturales -Santiago Pla, Juan Pavía- lucieron sonido y estilo. Tras el prodigio del segundo movimiento -Andante cantabile-, delinearon con efusión, pulso rítmico y cuidada línea melódica la base del minueto y se abrazaron armoniosamente a sus colegas en el brillante y contrapuntístico fugato final.

Una versión, en definitiva, de cuidado calado instrumental, más ágil y muy distinta a la protagonizada por los mismos profesores en noviembre de 2005 con el inolvidable Walter Weller, pero de parejo fuste instrumental y estético. Cuando concluyó la sinfonía, ya casi nadie recordaba el sombreado Haydn llegado desde Finlandia. Y no era porque el luminoso concierto del creador de La Creación fuera obra inferior a las de su admirado y joven colega Wolfgang Amadeus.

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