Fuera de compás

La certidumbre del azar

Paul Auster

Paul Auster / L-EMV

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Descubrí a Auster en un chat de Terra. Telita. Había una habitación dedicada a la música alternativa en la que solía meterme para intentar quedar con alguna chica que viviera en València o alrededores. Me excitaba lo de conseguir una cita a ciegas a golpe de arroba y me pasaba el rato dando la chapa sobre tal y cual grupo, echando anzuelos como loco, haciéndome pasar por quien no era. Alguien misterioso, interesante, molón. Una de ellas me siguió bastante el rollo hablando sobre garitos de moda en la ciudad, libros, bandas y tendencias. Quizá esté leyendo esto ahora y se acuerde. Me recomendó que leyera a un tal Paul Auster, porque era un autor fundamental. Utilizó esa palabra.

Los feos tenemos que usar esas herramientas. El morro, el verbo, el humor, la inteligencia. Si las tienes, claro. Escuchen «4-3-3», de Els Amics de les Arts, un tratado sobre las estrategias con las que buscamos plan ciertos chicos sensibles y tímidos, aficionados al melodrama, con miedo al rechazo, mirada triste y sonrisa adolescente. El protagonista de la canción sabe que el nombre del escritor recientemente fallecido podía abrir una grieta por la que colar nuestros escasos encantos. Auster ayudaba a ligar. Me encantaban sus elegantes fabulaciones, su manera de contar cosas. Sobre todo, me fascinaba su capacidad para utilizar el azar, las coincidencias, los accidentes, las casualidades y otros detalles cotidianos, pero a la vez inesperados e improbables, para insuflar magia en existencias bloqueadas, dolientes, aburridas, solitarias y convertirlas en inquietantes aventuras con toques de surrealismo. Sus novelas tenían algo de ese concepto jungiano llamado ‘sincronicidad’ que The Police plasmó poéticamente en la vertiginosa canción que abría su elepé final.

Qué bien lo explica Joan Manuel Serrat en «Es caprichoso el azar». Veinticinco años pensando en la chica por la que bebías secretamente los vientos en el instituto, sin saber nada de ella. Sabiendo por qué no ocurrió, pero imaginando cómo pudo haber sido. Estás barriendo el suelo del curro, levantas la vista hacia la puerta y, en ese preciso segundo, la ves pasar, flotando como un hermoso fantasma. Podrías haber mirado a cualquier otro sitio, al recogedor, a la papelera, a la bola de pelusa debajo del mostrador. El destino. El rayo que cae sobre el chico que te precede en la fila. La certidumbre del azar. De lo único que puedes estar seguro es que no sabes qué te va a pasar mañana. Al menos, no completamente. Las posibilidades son infinitas y siempre están ahí. La muerte, el amor, el cambio, la desgracia, la felicidad. Lo cantaba Neil Hannon en «The certainty of chance», una de sus obras maestras que comienza invocando el efecto mariposa.

La casualidad y la coincidencia. Escribí esta canción dos horas antes de conocerte, sin saber qué pinta tenías. Podría haberme quedado en casa o haber ido al cine, y tú podrías haber salido con tus amigas y así nunca nos hubiésemos conocido. Posiblemente hoy estaría cantándole esta canción a cualquier otra chica pero, como salió así, besémonos para celebrarlo en lugar de hacernos preguntas demasiado trascendentales. Es «Something changed», mi canción favorita de Pulp. 

Con su magnífica escritura, Auster otorgaba visos de verosimilitud a lo onírico, a lo irreal, a lo fantasmal. Convertía lo imposible en «solamente» improbable. Construía relatos tan profundos y misteriosos como la vida misma, mezclando ensayo con ficción, difuminando fronteras literarias, utilizando emocionantes juegos de espejos. En El libro de las ilusiones teje la biografía de Hector Mann, un artista de cine mudo desaparecido, pero es que además imagina y cuenta las películas que interpretó casi plano a plano. Un torrente de creatividad e imaginación que aprovechó Duke Special para levantar un disco titulado The Silent World Of Hector Mann, un compendio de músicas populares previas al nacimiento del rock and roll con aroma a tango, blues, ragtime, cabaret, music hall, vodevil, Tin Pan Alley y hot-jazz. Estos días ando escuchándolo apenado, con los ojos puestos en el lomo de 4 3 2 1 todavía por leer, pensando en aquella clase que me pelé en el CEU para atender a la lectura del acta del jurado cuando le concedieron el Príncipe de Asturias de las Letras hace justo 18 años. Tenía razón la chavala del chat de Terra, a la que nunca vi, con aquella profecía autocumplida: Auster iba a ser fundamental para mí.