“La corrida que se celebró ayer en el precioso coso de la calle de Xàtiva es de las que quedarán en la retina de los aficionados durante el resto de sus días”, así arrancó la crónica el entones crítico taurino de Levante-EMV, Pedro Toledano. “Será esa corrida que todos contarán dentro de no se sabe cuánto tiempo a amigos, hijos o nietos, con el argumento fundamental de que tres grandes matadores valencianos, tres, consiguieron llevar a los tendidos la emoción a través del arte, la entrega, la personalidad y, también, de ese otro sentimiento que es la solidaridad y el cariño”, prosigue en su texto, titulado “Emociones fuertes y sentidas”.

Era un festejo de campanillas, retransmitido por la primera cadena de TVE. A la altura de la fecha y la festividad porque el día de san José en València siempre han sido palabras mayores, aunque ahora se denueste con carteles de menos fuste. Es día de toros y Cremà. Es tarde de emociones y, por la noche, momento de fuego, color y traca. Una cascada de sensaciones contenida en un solo día.

Un lleno hasta la bandera registró el coso de la calle Xàtiva ese 19 de marzo. Dos figuras ya consagradas como José María Manzanares, que había anunciado su retirada después de veinticinco años de trayectoria profesional, y Enrique Ponce, que ya se había asentado en el cartel de una fecha tan marcada, arroparon a un joven Vicente Barrera con solo un año y medio como torero de alternativa. Se lidiaron cinco toros de Luis Algarra, desiguales de presentación y juego, con un sexto excelente, y en primer lugar saltó el sobrero de Sancho Dávila, feo y manso, que estoqueó Manzanares.

"Fue un día de los que crean afición por las emociones sentidas y sé que las personas que lo vivieron en la plaza, se engancharon al toreo de por vida"

“Ha sido la tarde más importante de mi trayectoria porque me jugaba mi carrera. Si no triunfaba, me quedaba parado. Pero logré las dos orejas del sexto y me relanzó a todas las ferias de España y América”, asegura Vicente Barrera al otro lado del teléfono. Su voz, de afectuosa palabra cada vez que se le requiere, tiembla al recordar esa faena, como si parpadeara de emoción. Esa misma que produjeron sus estatuarios iniciales, impertérrito y deslumbrante para ponerse la afición en el bolsillo desde el inicio. Así de exacto lo contó Toledano: “Lo recogió con media docena de estatuarios, en los que en los cites, el estaquillador miraba hacia la arena, y sólo cuando el toro olía la taleguilla, izaba la muleta sólo hasta la horizontalidad”. Tras recordar este párrafo, Barrera asegura que “ha sido una de las veces que mejor se ha visto torear por estatuarios en València, modestia aparte”. “Me dejaba llegar mucho al toro porque sabía que tenía nobleza”, recalca.

El toro de esa sexta faena llevaba el nombre de “Enfadado”, con el hierro de Luis Algarra Polera. Con buenas hechuras, fue bravo, noble y repetidor: “Los adjetivos que resumen su condición son la clase y el ritmo porque embistió por abajo y desarrolló profundidad en la muleta”. Barrera, antes de ser alzado en hombros junto a sus compañeros de cartel, pidió disecar la cabeza para colgársela en su casa pero, según recuerda, las autoridades exigieron este toro para el análisis post mórtem de sus astas: “Cuando el resultado salió negativo, me quejé al competente porque por esa burocracia me quedé sin el recuerdo del toro de mis primeras dos orejas como matador de toros en València”, señala.

Hundido en sí mismo y anclado en el suelo, Barrera puso en pie a los tendidos en los primeros compases de faena. Cuando dio distancia, quebró la cintura y metió los riñones cada vez que enganchaba al toro: “Fue un faena muy completa por ambos pitones, pero recuerdo que lo mejor fueron los cambios de mano porque tuvieron mucha lentitud”, rememora. Su labor fue un manantial de torería en el último toro de la feria. Y cortó las dos orejas a pesar de su estocada defectuosa y posterior utilización del verduguillo: “Si no descabello, corto el rabo porque la afición lo pidió con mucha fuerza”, puntualiza.

De ese día también cabe destacar el pulso, la expresión y el ritmo de Manzanares en el cuarto. El toreo a cámara lenta por el pitón derecho y en los pases de pecho fueron una delicia para los sentidos: “Dio la talla de su maestría”, afirma el torero valenciano.

"En el callejón no me creía la faena que estaba viendo de Ponce. Estuvo inconmensurable, de las mejores veces que lo he visto"

Asimismo, inolvidable también fue la firmeza, el valor y la entrega de Ponce en el quinto, un toro alto, cornalón y huidizo que nunca humilló. Al pitón contrario se iba el torero de Chiva para gobernar una embestida, a simple vista, ingobernable: “En el callejón no me creía la faena que estaba viendo. Estuvo inconmensurable, de las mejores veces que lo he visto”, recalca el espada que también estudió Derecho.

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Este cartel del 96 rememora la esencia creada en 1992, el primer día de san José que se logró una terna de figuras valencianas con Ponce, Manzanares y El Soro: “A partir de esta tarde se volvió a recuperar ese argumento valenciano el día 19, aunque El Soro, Ponce y Barrara nunca llegaran a torear juntos”. De hecho, Manzanares brindó el mencionado cuarto toro a su compañero ya herido Vicente Ruiz, "El Soro", quien estaba sentado en los tendidos.

Fue un día de los que crean afición por las emociones sentidas y sé que las personas que lo vivieron en la plaza, se engancharon al toreo de por vida”, concluye Vicente Barrera. Ese es el poder romántico de la fiesta taurina: emocionarse tras vivir el misterio. Un lujo en pleno siglo XXI.