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Antonio Ariño: "El cinismo cunde por todas partes"

El sociólogo y exvicerrector analiza un tiempo de doble pandemia, política y sanitaria, y lamenta la falta de un proyecto de universidad: "Ni lo había ni lo hay"

Antonio Ariño, en la biblioteca María Moliner del campus de Tarongers de la Universitat de València

Hace casi dos meses que abandonó el vicerrectorado de Cultura de la Universitat de València. Llevaba diez años, pero asegura no estar cansado de la gestión cultural. Antonio Ariño prefiere mantener la discreción sobre su dimisión. Llegará el momento. En estas líneas analiza la pandemia y lamenta la falta de transparencia y datos. «Es grave, porque es pensar que la población no es adulta», afirma.

Es uno de esos días cada vez más habituales en que el invierno en València no significa frío. Se agradecen las ventanas abiertas en el despacho. Hace mucho que tiene su nombre en la puerta, pero hace poco que lo habita de verdad. El catedrático de Sociología recupera vida académica después de diez años como vicerrector de Cultura. Le esperan los alumnos de Trabajo Social tras la conversación. La investigación no la dejó. Lo último es un estudio sobre desigualdad y cultura, sobre las reglas mediante las que organizamos los gustos.

¿Pero hay reglas para los gustos?

Como para la alimentación. Lo que no nos gusta define mejor quiénes somos que lo que nos gusta. Se trata de delimitar cuando uno empieza a decir que una música o una literatura no le gusta. Es falso eso de que a uno le gusta todo.

Ya. ¿Y qué posibilidades hay de que volvamos a la normalidad después de este año distópico?

Los que saben del virus dicen que sabemos muy poco. Ahora mismo todas nuestras rutinas están en cuarentena. Volveremos en la medida que las vacunas tengan un grado de eficacia y haya una difusión importante en la sociedad global. 2023 y 2024 serán años en que esto habrá cambiado.

¿Pero volveremos de otra manera?

La primera lección de este virus es que formamos parte del proceso evolutivo, que no ha acabado. Por lo tanto, los virus, que fueron descubiertos hace 150 años pero que venían matando desde el origen de la humanidad, van a seguir y son una amenaza muy importante para nuestra forma de vida, que es de mucha movilidad y muchísimos contactos. Esto nos tiene que hacer cambiar. La especie humana ha de pensar de una manera diferente en relación con los virus, ha de tener sistemas sanitarios con capacidad de prevenir la aparición de nuevos y ha de desarrollar mucha más investigación sobre la virología. Sería muy ingenuo pensar que después de esta pandemia ya no habrá otra en cien años.

"La política cicatera con los datos no es útil ni democrática. Parece que es mejor que la población esté desmovilizada"

Antonio Ariño - Catedrático de Sociología. Exvicerrector de la Universitat de València

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Hay investigadores que defienden que van a ser más comunes a la vista de la frecuencia de los últimos coronavirus.

A nivel de epidemia han sido mucho más frecuentes en los últimos 50 años. Es razonable pensar que hemos de actuar por primera vez en la historia adelantándonos y no esperando.

¿Entonces frenaremos la movilidad, seremos más prudentes después de esto?

Estableceremos reglas de movilidad que nos ayudarán a ser más saludables. Cabe pensar que después de esto vendrá una ola de invención e innovación para abordar los problemas que van a formar parte de nuestra realidad cotidiana. Es difícil que en Londres, Nueva York o Tokio la gente se vaya a vivir al campo. El proceso de urbanización seguirá, pero habrá que pensar en aquello que ahora no pensamos: que el horizonte de lo posible incluya los virus.

¿Del futuro sabemos menos que nunca?

Tenemos la sensación de que sabemos menos que nunca, pero sabemos mucho más que nunca. Tenemos una incertidumbre radical, que se da cuando sabes que lo que no sabes es más grande que lo que sabes.

Y en estos períodos es cuando más afecta.

Sí. Y ese no saber sobre los virus nos va a espolear a saber más y mejor y a organizarnos de otra manera.

¿Los hábitos culturales cambiarán mucho? ¿El regreso a cines, conciertos y este tipo de espectáculos de masas va a costar o no se va a producir incluso?

Somos seres sociables y corporales. Nos gusta tocarnos. Y esa experiencia la vamos a necesitar, pero tendremos que incorporar reglas nuevas. A lo mejor determinadas formas de proximidad sí que van a tener que ajustarse. Pero la emocionalidad no es posible reprimirla: lo vemos en los grupos que se saltan las normas.

¿Somos demasiado severos con los jóvenes? ¿Estamos demonizando la juventud?

No hay ni una sola sociedad en la que no haya personas que se salten las normas. Ni en momentos de guerra. En los regímenes autoritarios este problema no existe, pero hemos pasado a un extremo en que determinados grupos consideran que esto no va con ellos y que están fuera de la norma.

¿Somos demasiado permisivos con los grupos negacionistas?

Hay momentos en que la salud pública está por encima de la libertad individual. Lo que nos encontramos no son dilemas de A o B, salud o economía, sino trilemas, más complejos. Al haber más de dos bienes en juego, la gestión política es muy compleja. Si además estamos en una situación de crispación y polarización política…

Ariño, en su despacho de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universitat de València Fernando Bustamante

Que no es por la pandemia sanitaria solo.

Es otra pandemia, porque va de Estados Unidos a Filipinas, de Austria a Brasil. Tiene que ver seguramente con la necesidad de una renovación de la democracia y hay grupos que han encontrado en personas autoritarias, líderes carismáticos y sin escrúpulos un agarradero para las incertidumbres. Esa pandemia que viene de antes está enrevesando la gestión de esta pandemia. No es al revés. La buena noticia es el cambio en Estados Unidos.

No sé si es pasarse de optimismo pensar que la pandemia sanitaria pueda acelerar la solución de la pandemia política.

No hay una relación causa-efecto, porque hay muchos factores en juego y también están la estupidez, la irracionalidad y los intereses arteros.

¿Hay también una sensación de desgobierno?

Las reglas con las que se ha actuado no han sido transparentes: a las poblaciones se les ha mentido y no siempre por buenas intenciones, como aquello de las mascarillas, de que no eran necesarias porque no tenían.

¿Con las cifras no se ha sido claro?

No. ¿Vamos a contar solo aquellos que han muerto con un diagnóstico covid? Ha muerto muchísima gente que ni siquiera pudo ir al hospital para que les diagnosticaran, pero todo parece indicar que era covid o efectos colaterales. En consecuencia, si las fuentes judiciales nos indican que son 90.000 fallecidos en España en este periodo, no nos engañen insistiendo todos los días en que son 50.000. Den todos los datos para que tengamos la comprensión del fenómeno. Esta política cicatera no es útil. Y, desde luego, no es democrática. Tengo la percepción, no sólo en España, de que parece que es mejor que la población esté desmovilizada. La logística cívica está desactivada. Es decir, las redes de asociaciones que pudieran estar colaborando. Es grave, porque es pensar que la población no es adulta. Hemos visto en Wuhan más organización en las pocas imágenes que nos han llegado que en nosotros.

Hay que tener en cuenta que la ciudadanía estaba confinada en sus casas.

Sí, pero hoy a través de la tecnología podemos organizarnos sin movernos del sitio para hacer muchas cosas conjuntamente. Olvidar las potencialidades de las nuevas tecnologías para la organización me parece una gran debilidad.

Sí que ha habido solidaridad con el hambre. En el libro que escribió con Joan Romero hablaban de «la secesión de los ricos». ¿La desigualdad va a más con esta tragedia?

Los datos indican que ha ido a más. Las distancias siguen creciendo y las grandes corporaciones vinculadas a las nuevas tecnologías se han hecho más potentes y poderosas. Vamos a salir con mayores desigualdades por muchas razones. Una que a veces no pensamos son los lazos sociales, muy importantes para encontrar trabajo y que se han erosionado. Los que ya eran frágiles saldrán más frágiles. O hay recursos sociales para esta serie de problemas o costará más incluir a esta población.

¿El colapso es posible? En el libro hablaban del magnate que promueve una ciudad flotante, algo parecido a lo que se ve en la serie «El colapso», donde unos poderosos crean una isla en el mar para salvarse.

Es una serie fantástica, pero yo el colapso ahora mismo no lo veo. Habrá revueltas, sí, pero cada vez la revolución es más difícil. La experiencia de las primaveras árabes nos muestra que una cosa es que haya una oleada de protestas y otra es que en el medio plazo consigan ser exitosas.

¿La polarización y la radicalidad es culpa de la sociedad o solo de los políticos?

Las causas están en muchos niveles. Es fácil atribuirla a los políticos y los medios de comunicación, y alguna responsabilidad tienen, porque no deberían dejarse llevar por intereses tan cortoplacistas y partidistas. Pero no es menos cierto que hay también una parte de la sociedad, y lo estamos viendo con el negacionismo, que merecería una profunda investigación sociológica. Se trataría de ver por qué surgen ciertas desafecciones y cómo se difunden.

"El poder político nunca ha tenido un proyecto de universidad en la Comunitat Valenciana. Ni lo había ni lo hay"

Antonio Ariño - Catedrático de Sociología. Exvicerrector de la Universitat de València

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Las redes sociales. ¿Las cerramos?

No parece que sea tampoco la solución, aunque alguna normativa deberá haber. El cinismo, que tiene que ver con una especie de hartazgo de algo, cunde por todas partes y de ahí las fake news: mentir descaradamente y decir que es la verdad. El triunfo de la razón cínica es un elemento importante de esta etapa. El populismo es otro. Hay pocos espacios de conversación, en los que triunfe el mejor argumento, no el más fuerte.

¿Los parlamentos no son eso?

En este momento, no. Más bien son espectáculos deleznables. Y deberían ser el principal espacio donde la argumentación fuera más relevante que el improperio.

Hemos pasado de educarnos en el idealismo a un cinismo creciente. ¿Deprimente?

Tal vez el desencanto de un idealismo extraordinariamente ingenuo acaba en el cinismo. Pero para diagnosticar hace falta un poco más de rigor y equipos amplios.

¿En qué universidad se has sentido más cómodo: en aquella que ejercía de contrapeso del poder político o la que se dedica a la formación y se pelea con los gobernantes básicamente por la financiación?

He trabajado a gusto en todas las etapas. Diría que en la Comunitat Valenciana el poder político nunca ha tenido un proyecto de universidad. Ni lo había ni lo hay. Es un elemento de incomodidad, porque la universidad necesita cambios importantes. Que al menos haya una dirección en la que tratamos de ir.

¿Estaba cansado de gestión y burocracia después de diez años en el equipo rectoral?

La gestión cultural es algo en lo que he disfrutado. No, creo que no me siento cansado.

¿Han sido otros motivos para abandonar?

[Sonríe y pide con gestos otra pregunta]

¿La falta de dirección política también se ve en la abundancia de leyes de educación en España?

Es un ejemplo más de esta polarización insensata, porque la educación necesita una mejora. El problema fundamental siguen siendo las desigualdades educativas. Una serie de publicaciones está mostrando que los grados universitarios son grados de desigualdad, pero en la sociedad no hay percepción de que es así. Me parece el principal problema en el medio y largo plazo para una sociedad justa.

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