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Irán: apuntes de un país a dos velocidades

Un viaje de placer sin intención periodística me permitió conocer con gran curiosidad un Irán muy distinto al que nos han vendido. Un país de contrastes entre los valores tradicionales y conservadores de la Revolución Islámica que abrazan muchos sectores y una gran parte de la juventud que reclama aperturismo.

Dos mujeres caminan por una céntrica calle de Isfahán. marc porta

Hace unos meses visité Irán durante dos semanas. Mi visita no tenía un propósito periodístico, sino de viaje de placer junto a un familiar recién jubilado. Reconozco ser un viajero empedernido y el país persa siempre me había atraído. No es para menos: cuna de civilizaciones tecnológicamente avanzadas, con un patrimonio de diferentes épocas y culturas inacabable y una historia triunfal como imperio solo en decadencia con la llegada de la colonización occidental y un turbulento siglo XX, nuevamente patrocinado por el intervencionismo occidental.

El Irán que esperaba era un país oscuro, uniforme, cerrado, con gentes temerosas del visitante europeo y sin rastro alguno de marcas americanas, que creía eliminadas por los valores de la Revolución Islámica que rige la vida política, cultural y social. Ese país que imaginaba es el del imaginario colectivo occidental moldeado por artículos de prensa y noticias en los telediarios que rara vez miran hacia Oriente Medio si no es por algún tipo de conflicto. Era el Irán que me habían contado.

Sin embargo, encontré algo distinto: una sociedad diversa, abierta al extranjero, un abismo generacional e ideológico entre diferentes capas de la sociedad y una guerra cultural olvidada con camisetas de equipos de la NBA en bazares, imitaciones de marcas de ropa y electrónica americana y juguetes del Capitán América en los mismos espacios donde cuelgan retratos de los ayatola o del comandante mártir asesinado por Estados Unidos Qasem Soleimani. También la comida rápida occidental ocupa un lugar importante en calles y centros comerciales, con hamburgueserías, pizzerías o locales de pollo frito conviviendo con otras opciones más autóctonas y tradicionales.

Un grupo de jóvenes juega al voleibol en la plaza Naqsh-e Yahán de Isfahán. marc porta

El espacio público tampoco era el que me habían contado: estaba ocupado tanto por hombres como por mujeres, en grupo o solas, realizando cualquier tipo de actividad, incluidas deportivas o de ocio. Teniendo en cuenta las leyes misóginas que rigen el país con puño de hierro y mi experiencia en otros países de la región, fue un golpe de realidad inesperado. Como el uso del hiyab, obligado por ley en Irán (uno de los pocos países del mundo donde es así) y que muchas mujeres llevaban caído o con gran parte del pelo fuera. Nuevamente un choque entre lo inicialmente esperado y lo realmente encontrado.

En mis ratos solitarios como turista paseando con mi cámara de fotos por diferentes ciudades conocí a mucha gente joven. Ya sea por la calle, donde se acercaban a compartir unas palabras rápidas en inglés o en charlas más largas en tranquilas cafeterías donde la juventud se siente más libre. En esas conversaciones, regidas por un componente de curiosidad y respeto en ambas direcciones, siempre aparecían elementos similares: preguntaban por la imagen que teníamos de ellas y ellos como pueblo, de los problemas económicos y sobre la posibilidad de emigrar: «¿Pensabas que éramos todos terroristas antes de venir?», «¿Cómo ves la economía de nuestro país?», «¿Cuál es un buen lugar para intentar emigrar?» Preguntas transcritas textualmente que dan cuenta de las inquietudes de la gente joven.

Alrededores del santuario de Fatima Masum en la ciudad santa de Qom. marc porta

Las sanciones económicas internacionales, las más importantes las de Estados Unidos (acentuadas en la era Trump), han empobrecido el país y, como pasa siempre en estos casos, quien lo acaba pagando es el ciudadano de a pie, ahogado por una alta inflación y una divisa devaluada nada competitiva internacionalmente.

En dichas conversaciones, muchas de ellas con mujeres jóvenes, se hacía latente la desconexión generacional e ideológica que comentaba anteriormente. Jóvenes que viajaban solas, con un alto nivel educativo, que en algunos casos rechazaban casarse, la presión social para tener hijos o regir su vida por la religión y anhelaban un futuro donde no temer la acción de la policía de la moral por su forma de vida, vestimenta o gustos musicales. Una juventud que no se resigna a lo establecido y tampoco a la censura de internet y que a base de VPN accede a la red de manera anónima y libre.

Las diferencias entre ciudades, algunas más religiosas y conservadoras, como la ciudad sagrada de Qom, y otras con un aire más cosmopolita y llenas de alumnado universitario, como Shiraz o Isfahán, también son importantes. Así como entre zonas rurales más remotas y las grandes urbes, donde también se acentúan las diferencias económicas.

Con Irán en los telediarios y las redes sociales llenas de vídeos de aquellas latitudes formando un rompecabezas difícilmente entendible sin una base política y cultural amplia sobre Oriente Medio, tampoco mis vivencias personales en un viaje de ocio permitirán descifrar absolutamente lo que allí pasa. Pero sí mostrar con estas líneas y fotografías un país diferente al que imaginamos. Uno repleto de contrastes, que va a dos velocidades, entre la parte más conservadora que gobierna el país y aquella que reclama aperturismo.

Y quizás con estas claves el lector podrá entender la fuerza y extensión de la revuelta de esas mujeres y jóvenes organizadas que toman las calles asumiendo un riesgo vital y exigiendo plenitud de derechos.

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