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Cinco historias una década después

Una decana, un abogado, una maestra y un jefe de estudios son los otros protagonistas de la primavera valenciana los que vivieron las protestas activamente pero desde un segundo plano, con historias que marcaron sus vidas.

Josep Lluís Navarro, jefe de estudios del IES Lluís Vives de València.

A Elena Grau le quedaban diez días como decana de la facultad de Historia cuando le tocó vivir un episodio que marcaría su vida. Había visto los vídeos de las cargas aquel día mientras comía, pero tenía que volver a dar clase. A las 16 horas alguien de la facultad entró al aula. «Elena, la Policía está en la puerta». «Cuando salí vi dos filas de antidisturbios, muchos furgones y un grupito de chicos de 14 años acorralados en el jardín de la entrada y gritando a la policía. La Policía quería cargar y yo salí para hablar con ellos, y cuando se levantaron la visera del casco vi una de las caras que había visto en los vídeos aquel día».

Una de las protestas de estudiantes que cortaron el centro de València. FERRÁN montenegro

Le dijo al bedel que cerrara la reja y a los antidisturbios que no podían pisar de puertas para dentro. Pero todavía tenía que convencer a unos adolescentes en ebullición que querían plantar cara. «Le pedí un poco de tiempo a los agentes y ellos me miraron incrédulos, pero me dijeron que adelante. Yo solo quería que se calmaran y entraran»., recuerda. «Eran chicos de instituto, muy jóvenes, y les decía que era ‘la directora’ porque no entendían el cargo de decana». Al final, con la promesa de que escribirían un comunicado para la prensa, logró meter a la mayoría. «Pedí que cerraran la puerta de fuera y llamé al rector Esteban Morcillo: ‘Esteban, soy Elena, me voy a encerrar en la facultad con los alumnos del Lluís Vives que están aquí’ ‘¡¿Que vas a hacer qué?!» rememora Grau imitando la voz de sorpresa del rector Morcillo ante el anuncio.

A ese día, 20 de febrero, se le conoce como «el día de la guerra» por ser la jornada con cargas más duras, con más carreras y con más caos. «Hubo muchísima violencia policial ese día. Y recuerdo que a la noche un grupo de alumnos acabó refugiándose en la universidad. Aquello fue impresionante, alumnos de secundaria ocupando la Facultad de Historia», rememora Josep Lluis Navarro, jefe de estudios del Lluís Vives en aquel momento. Navarro lo sufrió también como padre. «Mi hijo y yo nos enviábamos constantemente mensajes actualizando la situación, obviamente estaba preocupado por si le pasaba algo, uno de esos días le rompieron las gafas de un porrazo», relata.

En la facultad los ánimos se fueron rebajando, y la imagen de todo el recibidor lleno de estudiantes menores de edad resaltaba. El rector lo sabía y apoyaba a la decana, y responsables de otras facultades llamaban a Grau para preguntar si podían llevar algo para dar de cenar a los chicos. «Les dije que tranquilas, que un profesor iba al bar de al lado a por bocadillos», recuerda Grau. A lo largo de la tarde la sentada fue cambiando para acoger a estudiantes universitarios. «De verdad, eran chicas muy jóvenes, muchas se fueron porque sus padres les esperaban para cenar en casa», dice Grau. En esos días durmió poco. Se fue por la puerta a las tres de la mañana y a las 7 estaba de nuevo en el centro. Se preveían más jornadas movidas y había que descansar.

Pese a todo, aquellos días las clases siguieron. «Es difícil de describir, porque al mismo tiempo la dinámica de las asignaturas se combinaba con todo aquello. El instituto parecía una especie de ciudad autogestionada», dice Navarro. «No solamente no había problemas de disciplina, sino que a partir del día 15 las clases eran puenteadas por asambleas y reuniones para ver cómo gestionábamos todo. Los estudiantes hacían sus asambleas, pero los profesores también teníamos que ver de qué manera podíamos evitar tanta violencia policial», recuerda. De hecho, el profesorado estuvo en las protestas de los días previos, alrededor del centro, aunque Navarro les resta protagonismo: «El arrojo y la punta de lanza fueron de los estudiantes».

El abogado Agustín Arenas, en su despacho en València. JM LÓPEZ

Fueron los de segundo de Bachillerato del centro los que sirvieron de chispazo para toda la reacción posterior. Tras varias semanas protestando a la hora del almuerzo en la calle Marqués de Sotelo, decidieron dar un paso más y que estas fueran a la salida de las clases, a las 14:30 horas, cuando hay más tráfico, y en la calle Xàtiva. El detonante, cuenta Mariola, alumna de este curso, fue que en una de las reivindicaciones a la hora del patio un policía local zarandeó a una compañera y la tiró al suelo. El lunes 15 de febrero y el martes 16 cortaron la calle frente a la Estación del Norte con una sentada. No ocurrió nada. El miércoles, sin embargo, detuvieron a Andreu, de 17 años. «La policía estaba cogiendo a un amigo, lo levantaron por las piernas y los brazos y cuando estaba en el aire le pegaron un puñetazo y al ver eso mi instinto fue proteger a mi amigo y empujé a la Policía», relata. Inmediatamente después se encontraba esposado, en el furgón policial recibiendo golpes e insultos, dice.

A los antiguos estudiantes del Lluís Vives no les gusta hablar de «batalla campal» para definir las cargas que se extendieron por el centro de València. «Eso significa que hay dos fuerzas que se enfrentan, pero la realidad no fue así, nosotros solo corríamos de la Policía para que no nos pegaran, nada más que eso», recuerda Akse. No había ningún plan. No podía haberlo tratándose de jóvenes de 15 y 16 años. «Fue todo caótico, corríamos y nos refugiábamos en El Corte Inglés, en un Zara, donde pudiéramos», añade Mariola. Dicen que ya no han vuelto a participar activamente en una manifestación por lo que les marcó aquello. «No tenía sentido que la Policía estuviera cargando contra niños», denuncia Mariola. «Mis padres no pensaban que hiciera nada malo, pero recuerdo que mi abuela sí que lo recriminaba o no lo entendía, también parte de mi familia que vivía en Madrid, donde hablaban de nosotros como poco menos que terroristas», rememora Akse.

Otro de los que vivieron laquellos días de febrero de hace una década intensamente fue Agustín Arenas, abogado de muchos de los estudiantes encausados. El inicio de las protestas le pilló comiendo. El miércoles 15 de febrero de 2012 le llamaron por la detención de Andreu, un menor de 17 años que protestaba junto a sus compañeros a las puertas del instituto. Para Arenas, el derecho a la manifestación va más allá que el derecho del individuo, tiene que ver con la salud de la propia democracia: «Las protestas son como las anginas, alertan de que hay algo que no va bien».

Su participación como abogado fue más allá que la de un letrado que defiende ante un tribunal a sus clientes. «Yo cogí el maletín y estuve en las protestas porque no es lo mismo que me lo cuenten a que lo vea con mis propios ojos», dice por mucho que cueste imaginárselo con su traje, el maletín de cuero y el pelo canoso entre una multitud juvenil con vaqueros y mochilas. Pero ahí estuvo. También en el instituto, junto a la directora, impidiendo que la Policía entrase en el recinto. «Aquello era ‘ancha es Castilla ‘por parte de la Policía», rememora.

De él se acuerdan los alumnos, algunos de los que fueron amonestados o multados. «Decidió llevar mi caso gratis», recuerda uno. «Creo que la primavera valenciana para aquellos chicos significó aprender mucho, aprendieron cosas que no se enseñan en las aulas, lo que yo llamo mundología, que es tan importante como lo que se enseña y se aprende en el aula», desgrana el letrado. Entre ellas, acudir a la Ciudad de la Justicia. «Los juzgados huelen a formol, impresiona, a nadie le gusta, nosotros lo que teníamos que hacer era acompañarlos, calmarlos, darle normalidad», dice sobre su papel en los diferentes procesos judiciales.

Elena Grau, decana de la Facultad de Historia de València en el momento de las protestas. JM LÓPEZ

Otro ejemplo de aprendizaje que menciona es el de la diferencia entre comunicar o autorizar una manifestación. Aquello ocurría en los juicios; el juez preguntaba al alumnado si las manifestaciones, las concentraciones frente al instituto, estaban autorizadas por la Policía. «La pregunta era tramposa», dice el abogado, quien protestaba y recordaba (y lo sigue haciendo) que una protesta, una manifestación, por cómo se encuentra protegida en la Constitución «ha de ser comunicada, no autorizada». Ninguno de los casos que llevó fue condenado a nada. «Hubo padres que prefirieron pagar las multas para evitarse problemas, todos los casos que fueron a juicio fueron absueltos, pero claro, había que ir al juzgado y aguantar un tiempo y situaciones no del todo agradables», expresa.

María Gómez estuvo en la primavera valenciana pese a que en ese momento vivía en Madrid. «Vi las imágenes y me salió ir a proteger a los alumnos», cuenta por teléfono. Esta maestra y experta en psicopedagogía estaba de año sabático, meses atrás había participado en el 15M y cuando vio lo que ocurría en València se puso en contacto con el instituto Lluís Vives y se plantó allí. «Solo pedí si podía dormir en casa de alguna familia, aunque estaba dispuesta a haber dormido en las propias aulas, yo quería ayudar», relata. Su granito de arena aquellos días fue dar lecciones sobre cómo gestionar el estrés, la tensión y la ansiedad en momentos como los que estaban viviendo en las calles, tanto el alumnado como las familias.

«Había mucha tensión y mucho miedo, había quienes no entendían qué ocurría porque sus hijos protestaban porque no tenían calefacción y la policía cargaba contra ellos», rememora. En los talleres les insistía en la importancia de relajarse para tomar buenas decisiones, de respirar hondo, de sobrellevar la situación de estrés. «Nadie te enseña a gestionar estar en una plaza rodeado de miles de personas y que la Policía empiece a cargar, es una cosa que aprendimos en el 15M y queríamos transmitir a través de la experiencia», cuenta. Diez años después recuerda la solidaridad, la hospitalidad con la que fue recibida y las relaciones tejidas con algunas familias con las que todavía sigue teniendo relación. «Hay momentos que crean lazos muy fuertes».

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