El pasado 19 de abril tuve el privilegio de inaugurar la exposición Machado en Rocafort acompañado de Luis García Montero, el president Puig y Carmen Amoraga, personas que han desarrollado de un modo u otro su vida entre actividades relacionadas con la política o la Administración y las letras; la narrativa, el periodismo o la poesía. Durante la visita y el posterior debate se habló mucho de la relación entre política y literatura, sobre la condición de la poesía de Machado como referente de convivencia, o sobre la excepcionalidad de aquella generación que pergeñó la II República desde el espíritu de la Ilustración, en la que escritores, artistas plásticos, diseñadores, cineastas... y políticos se conjugaron para un proyecto que lamentablemente no llegó a dar sus frutos.

En la muestra que ya puede verse en Villa Amparo se recuerda, entre otras cosas, los principales actos en los que intervino Antonio Machado mientras vivió en Rocafort: la lectura del poema El crimen fue en Granada en la plaza de Emilio Castelar, dedicada al asesinato de Federico Garcia Lorca, su intervención en la conferencia de unificación de las Juventudes Socialistas y su participación en el II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, en julio de 1937, substanciada en el discurso de clausura bajo el significativo título El poeta y el pueblo. Destaco estas tres intervenciones porque son muy reveladoras de las implicaciones entre la obra literaria y el compromiso cívico y político de Machado con su pueblo, y en aquella circunstancia tan excepcional, con el Gobierno que legítimamente representaba. Así, en el poema dedicado a Lorca, la denuncia ante el fascismo es nítida. En otro de los textos menos conocidos de aquellas semanas, su compromiso antifascista es también manifiesto: «En esta trágica guerra civil, provocada por las fuerzas que representan los intereses imposibles, antiespañoles, antipopulares y de casta, se ventila el destino del espíritu, su persistencia como valor superior de la vida. Y es el pueblo quien defiende el espíritu y la cultura. (El fascismo intenta destruir el museo Del Prado)». Por su parte el discurso que clausuró el congreso de 1937 es posiblemente un ejemplo avant la lettre de lo que en mis tiempos se denominaba literatura comprometida (usábamos la palabra engagé, eran tiempos de francofilia y devoción por Camus). Y finalmente es también muy recomendable la lectura del discurso ante las Juventudes Socialistas Unificadas, en el que justamente se declaraba no marxista, lo que evidencia también su honestidad intelectual, dado el auditorio del acto.

El proyecto cultural que surja de Villa Amparo no debería, pues, en mi opinión, desestimar estas implicaciones entre la creación literaria y el activismo social o sus implicaciones políticas y deberían convertirse en uno de los ejes del contenido de las propuestas de trabajo que surjan del proyecto. Por otra parte, en una vertiente más práctica, recurro a un sentido hasta ahora no reseñado del nombre de la casa: Amparo, palabra sinónima de refugio, de cobijo. No conozco los detalles ni las dimensiones del proyecto, pero a veces he imaginado un pabellón anejo al chalé (incluso lo he imaginado como una réplica del pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París de 1937, de Sert y Lacasa) que pudiera servir de residencia temporal, (a través de un sistema de becas) a jóvenes poetas o escritoras y escritores víctimas de persecución por sus ideas, su condición étnica o sexual, o por conflictos armados en sus países. Una comunidad internacional de jóvenes creadores que pudieran programar y dinamizar la vida cultural de Villa Amparo. Una Casa de Poetas que rememore aquella Casa dels ‘Sabuts’ de la calle de la Paz, cuando València era capital de la República y de las letras.