Maya Moore (1989, 1'83 de altura) lo tenía todo. Fama, celebridad y prestigio deportivo. Con 29 años disfrutaba de la plenitud de su carrera en el baloncesto, ya considerada como toda una leyenda de la WNBA. Instalada en la cima, sin embargo, prefirió retirarse en 2019 para luchar por la libertad de Jonathan Irons, un hombre negro que llevaba 22 años encarcelado en Jefferson City, la ciudad natal de Moore, por un delito que no cometió cuando tenía 16 años y vivía en la pobreza. Maya utilizó su posición social y su prestigio deportivo (cuatro veces campeona de la WNBA, dos veces campeona del mundo, dos oros olímpicos y dos Euroligas) para atraer la atención pública sobre este caso, que ya venía denunciando públicamente desde 2016 tras las protestas por el asesinato de Michael Brown en Missouri. Con su ayuda económica, contrató un reputado abogado para Irons, cuya condena de 50 años fue finalmente revocada al no probarse evidencias tales como testigos, huellas digitales o ADN que corroborasen el delito por robo y asalto. Finalmente, este pasado miércoles abandonaba la prisión de máxima seguridad. En la puerta le esperaba Maya Moore junto a su familia. La implicación de la alero internacional ha hecho que el caso dé la vuelta al mundo.

El nombre de Maya Moore no es desconocido para los aficionados valencianos al baloncesto. El 31 de enero de 2012, con 22 años, Moore aterrizaba en el aeropuerto de Manises para convertirse en el fichaje estrella de Ros Casares. Llegaba a Europa como rookie, elegida como número uno en el draft por Minnesota Lynx, con la presión de jugar pocos meses antes de concluir su oversea con la exigencia de ganarlo todo. Su talento se impuso a su inexperiencia y contribuyó a que Ros Casares conquistase la Euroliga y la Liga. Solo se resistió la Copa de la Reina, en la que Perfumerías Avenida se impuso en la final.

Han pasado ocho años, pero la huella de Moore en España sigue visible para los técnicos y las compañeras que coincidieron con ella. El recuerdo es el de una jugadora sacrificada por el colectivo en la pista y, en contra de la norma que suele acompañar a las extranjeras de paso breve, muy empática para interesarse por la cultura, la gastronomía y la historia de València. Factores que, unidos, ayudan a entender la sensibilidad de una personalidad que le ha llevado a dejar el baloncesto para luchar contra las injusticias en su comunidad.

Así lo entiende Roberto Íñiguez, técnico de Ros Casares en la época y que guarda un «recuerdo muy agradable» de Maya Moore: «Era una jugadora muy culta que, sobre todo, quiso informarse sobre la ciudad de València. Lo quería aprender todo sobre la forma de vida del sitio en el que estaba. Cuando jugábamos fuera preguntaba por los sitios a los que íbamos. Se interesaba por todo lo que le rodeaba. Me llamó muchísimo la atención. Y más en una jugadora que venía rookie a Europa, a jugar pocos meses y con unas expectativas deportivas muy altas», señala a Levante-EMV Íñiguez, actual técnico de Perfumerías Avenida.

Congenió con compañeras de carácter extrovertido, como Esahaya Murphy, y se implicó al máximo en el beneficio colectivo del equipo, por encima de registros individuales, a pesar de su condición de estrella y de una técnica con la que emulaba a Michael Jordan, por su forma de finalizar, con una mano. Pero tanto en Minnesota como en Ekaterimburgo y China, donde fue emblema de Nike y conocida como «la Reina Invencible», su impronta no fue solo deportiva.

¿Qué puede motivar a una jugadora de ese nivel a abandonar los mejores años de su carrera para entregarse a su comunidad? La prensa norteamericana ha ahondado en las creencias religiosas de la familia Moore y en que esa convicción habría ayudado a Maya a dar el paso decisivo para involucrarse en un caso del que empezó a informarse desde 2007, cuando había empezado la universidad.

Sin conocer a fondo los detalles, Íñiguez interpreta que la mentalidad despierta y atenta a las injusticias sociales habrían acabado pesando en Moore, mientras competía en un deporte tan absorbente en tiempo y energía: «En el baloncesto femenino hay muy poco descanso. Acabas la WNBA, descansas 10 días y el equipo de Euroliga o el chino te está llamando para medio año. Son todo viajes, entrenamientos. En el caso de Maya, que encima era súper profesional, que se responsabilizaba mucho en los objetivos de sus equipos, sería complicado».

Mientras que hay jugadoras «que relativizan estos aspectos y que le da igual donde estén y se dedican a jugar, si en tu personalidad priorizas todo lo que pasa a tu alrededor y la pertenencia de clase, al final llega un momento en el que dices: o paro o no me gusta esta vida, por mucho dinero que gane». Así se entiende que Moore acabase luchando de lleno por la libertad de Irons, juzgado como adulto (con 16 años) por un jurado compuesto por blancos que lo declaró culpable de forma injusta. Si en su paso por Ros Casares aparcó el egoísmo de las marcas individuales por el éxito del equipo, en esta ocasión Moore también optó por luchar por el grupo, por la comunidad, hasta la victoria.