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VA DE BO

Eusebio, un dios sin templo

Eusebio, en su época de jugador. | LEVANTE-EMV

Los dioses del Olimpo extrañan su ausencia. Aquel muchacho de juego bronco pero « amb molt de desperdici» llegó a Pelayo tras derrotar a Losa, un elegante jugador del pueblo de La Serranía, en el Trinquet de Sueca, la patria del legendario Danielet, rival principal del Xiquet de Simat. Se presentó en Pelayo en el invierno de 1960, con apenas 18 años. Lo hizo venciendo a Carboneret pero perdiendo posteriormente contra Gasent de Benissanó. En 1963 regresó de nuevo a la catedral, lugar donde, o se triunfaba o quedaba uno en lugares secundarios. Lo hizo a lo grande. En la Partida del Dissabte, 27 de julio de 1963, con apenas 21 años, acompañado del Xatet de Museros se impuso a Oliver y Gat por 60 a 50. Y desde entonces, José Sanvenancio Merino, aquel muchacho que empezó jugando a Raspall y Galotxa en las calles de Riola, se colocó en las cumbres de este deporte. Confirmó sus poderes derrotando en El Zurdo de Gandia, acompañado de Ruiz y Machí a Rovellet y Xatet de Museros por 60 a 55 tantos. Fue el 30 de enero de 1964. Había comenzado la era de la rivalidad entre dos grandes genios, uno en ascenso, con 22 años y el otro en plenitud, con 32 años. Poco después a Eusebio se le prohibía lanzar la primera pelota del dau a la galería y eso propició que el joven pelotari se especializase en «tallar corda». Rovellet, que había superado a Juliet tuvo que jugar con mejor «mitger» si bien nunca consistió que le diesen un tercero. Eusebio y un mitger de segunda fila se enfrentaba a los mejores tríos. Su lesión de bíceps en plena juventud le privó de gastar la «volea» pero su sobaquillo demoledor, su perfecta posición en los rebotes su notable izquierda y su juego siempre con criterio le elevaron a las cumbres. Fue el numero uno indiscutible durante una década, hasta la portentosa irrupción de Paco «Genovés» con el que se entabló la época más gloriosa que recuerdan los aficionados. Genovés y su hermano se enfrentaban a Eusebio, dos y tres tardes a la semana, en partidas que llenaban los trinquetes. La grandeza de Eusebio se resume en que se retiró con más de cuarenta años, siendo el resto más poderoso que podía enfrentarse a Paco Cabanes. Su «dau» era una delicia de perfección, su saber dirigir a los compañeros desde el resto, su facilidad para rebotear a las alturas de manera que la pelota no volviese a la cancha. Se ganó el respeto y la estima de todos los aficionados… Y a todos sorprendió que las puertas del templo de los dioses se le cerrasen en decisión que una inmensa mayoría nunca entendió.

Eusebio, un dios sin templo

A los ochenta años vive retirado y rodeado de la estima de sus amigos. Ha tenido golpes duros en su vida, mucho más difíciles que aquellos que restaba a Paco, pero nunca ha perdido la sonrisa, ni las ganas de vivir. Guarda en su memoria miles de anécdotas y de sabidurías. Su figura ha quedado grabada en la memoria de los aficionados que le vieron triunfar tantas tardes. Aquel niño que comenzó en las calles de su pueblo, merece el reconocimiento que un deporte de «cavallers» está obligado a conceder. Es deber de justicia.

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