Beberse de un solo trago el mundo entero y la bóveda celeste, y morir en el empeño, lleno, reventado. Tales parecen ser el objetivo último y el riesgo aparejado de las drogas de efecto instantáneo. La distancia entre la cultura y la desmesura es la que separa un vaso de buen vino de un inhalador de los llamados oxyshots, o golpes de oxígeno: unos aparatos mediante los cuales el alcohol es respirado como si de un remedio contra el asma se tratara, y penetra en los pulmones para llegar al cerebro a gran velocidad y en dosis masivas. La borrachera es inmediata, y sus distribuidores andan diciendo que no provoca resaca porque no pasa por el estómago. Pero causa estragos en el sistema respiratorio y destroza un montón de neuronas a cada chute.

Ante la proliferación del invento en las discotecas de Mallorca, la autoridad sanitaria balear ha incautado unos cuantos inhaladores: se hace lo que se puede. Por suerte, no han pedido que se arranquen viñas para evitar que se destilen espirituosos, al estilo del alcalde de Getafe, Juan Soler, que ha emprendido una guerra santa contra el estramonio, promoviendo su total erradicación, tras la muerte de dos chavales que ingirieron un brebaje con semillas de la planta.

Los naturalistas ya le han dicho que el empeño destructivo es tan desproporcionado como inútil. El estramonio es utilizado desde antiguo con fines medicinales porque, como dijo Galeno y confirman los homeópatas, no hay veneno, sino dosis. El buen vino a la dosis de pequeños sorbos es el gran socializador de nuestra historia cultural, y la religión mayoritaria lo convirtió en símbolo de alianza eterna entre el dios y su pueblo. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dice el refrán, pero más tiene el vino cuando lo consagran.

La Biblia nos cuenta que una copa de vino en una cena de sinceros camaradas sella los acuerdos que duran dos mil años, mientras que beberlo en exceso lleva a la vergonzosa borrachera de Noé. Hay un desconocimiento deseado, ya que es evitable, y un exceso suicida en la locura de llenar los pulmones con licor y en la de hacer brebajes con cualquier cosa que alguien dice que «coloca un montón», pero ignorancia y exceso son propios de la adolescencia.

Aunque los veinte y tantos son ya demasiados años para adolecer. Las discotecas y las fiestas salvajes están llenas de niños grandes que lo quieren todo aquí y ahora, que desprecian los placeres del camino y que se niegan a escuchar las feas noticias del tiempo que les ha tocado vivir. Los que sobrevivan van a tener un despertar bastante duro.