La Ofrenda de Flores es un acto en el que se dan cita épica, lírica y dramática a partes iguales. En el que se pueden escribir todos los versos imaginables por la cantidad de emociones que se suceden y la prosa más concisa cuando pensamos que este acto es una tremenda carrera contra el tiempo. Ahora la fallera llora desconsoladamente, luego se le dice al cortejo que se dé prisa, un poco más tarde se ponen a dar saltos, se sufren no pocos dolores físicos, se recuerda a seres queridos que se han ido, o se vive la emoción más hermosa al llevar al hijo o hija recién nacido por primera vez. Es lo que hace tan especial este festejo, en el que el ánimo cambia de un minuto a otro, pero que si los falleros lo hacen y la participación no decae es porque les gusta.

A lo largo de esta primera jornada, en la que pasaron unos 50.000 desfilantes, el cortejo de falleros, falleras, niños, niñas, músicos, flores y canastillas, discurrió como un rio de caudal abundante. Con algún que otro incidente como el que relataremos un poco más adelante, pero con la preocupación de no retrasarte demasiado. Tan puntual fue el cortejo que la fallera mayor infantil tuvo que esperarse, por primera vez, a que terminara el recorrido de la calle de la Paz, cuando normalmente se suele acabar después el de la calle San Vicente. Alrededor de las 23.30 horas la calle más larga de la ciudad aparecía desierta.

Aún así, el índice de absentismo entre las filas falleras es prácticamente nulo. Los agnósticos o ateos que participan en este acto se podrían contar por cientos y ciento. Porque, al fin y al cabo, este acto supera en lo bueno y en lo malo a un simple sentimiento religioso.

En medio de todo este torrente de emociones, en el cruce de la calle San Vicente y la Paz, una multitud se avalanzó contra las vallas que protegen el recorrido. Algunas de estas cayeron sobre los carritos de niños de la comisión de Peset Aleixandre-Guillem Ferrer, que pasaba en ese momento. Los falleros intentaron volver a ponerlas en su sitio, recibiendo algunos insultos, según denunciaron miembros de la falla.

Mientras, el manto empezaba a parecer ante los ojos del público, se asomaban al recorrido miles y miles de visitantes, nuevos o habituales, incluyendo algunos más preocupados por celebrar la fiesta de San Patricio con toda la iconografía irlandesa al uso y los no pocos familiares de los desfilantes que siguen entusiasmados el paso de sus seres queridos.

Es lo que tiene la Ofrenda. Nadie está obligado a compartirla porque para eso hay decenas y decenas de miles de personas. Valga el dato: cuando alguien sólo tiene la posibilidad de venir un día en fallas, no cambian el de la ofrenda por el de la «cremà».