Si todo tuviera una cierta lógica, el masivo voto en contra en la noche de ayer por parte de los presidentes de falla a celebrar un Congreso Fallero (195 votos por tan sólo 21 a favor y once abstenciones) supone finiquitar el ciclo hasta nueva orden. No se cambiará el Reglamento, en vigor desde el año 2001. Las Fallas continuarán bajo la tutela municipal (a la hora de la verdad, el punto verdaderamente importante) y el funcionamiento seguirá siendo el mismo, pero tampoco se modificarán las imperfecciones que tiene.

Los presidentes rechazaron masivamente la celebración del macro debate después de dos años en los que la posibilidad de celebrarlo ha estado sobre la mesa, se ha reclamado, se ha movido, ha sido motivo de debates, se ha hecho campaña por la independencia (hasta se ha acuñado el término «Fallexit») y se ha hecho campaña por la no independencia. Pero el resultado de ayer deja la sensación de que nada de esto existió. También seguirá sin resolverse si las falleras de las comisiones pueden ir sin banda sin que les pase nada.

Pero tampoco deberá extrañarle a nadie que, nada más quemarse las fallas de 2018, surja nuevamente una «iniciativa parlamentaria» para celebrarse y, entonces, aprobarla. ¿Cual sería la diferencia? Que ésta surja desde los propios presidentes.

La de ayer estaba llamada al fracaso precisamente por haber sido convocada por el concejal Pere Fuset. Era el objeto principal de la célebre «hoja de ruta»: si las fallas están a disgusto, que decidan si quieren estar o no bajo la tutela municipal. La decisión ya está tomada.

El hecho, precisamente, de que el congreso se proponga «desde arriba», y tras las convulsiones de los últimos meses, lo ha acabado por desbaratar. Paradoja de las paradojas: algunos de los más acérrimos enemigos del edil habrían soñado con que se celebrara el evento y haber tratado de conseguir esa independencia para controlar la fiesta desde la «sociedad civil». Porque, de cualquier modo, esa desvinculación institucional (con sus ventajas, inconvenientes, ilusiones y riesgos, cuando no peligros) era el único tema realmente trascendente del nonato Congreso.

El resto no dejaba de ser materia de menor importancia, fácilmente debatible. Incluso el punto más coherente de todos: crear una disposición para que no fuera necesario otro congreso para cambiar, modificar o actualizar un punto del reglamento, fuera el que fuera. Pero ya en la anterior asamblea preparatoria se reiteró el argumento de que la sociedad fallera está demasiado «crispada» para meterse en el debate. Con lo que la asamblea (que tuvo una sobresaliente asistencia de 227 dirigentes) acabó con algunos de sus componentes celebrando la «victoria» sobre el poder. Por contra, otros salieron con otro ánimo: cambiar el chip y no perder más el tiempo.