La conmemoración del segundo aniversario de la declaración de las Fallas como Patrimonio de la Humanidad no pretendía ser un espectáculo de masas y habría sido difícil que lo fuera porque las comisiones, cada vez más, van a lo suyo y la época actual está llena de compromisos por toda la ciudad. Tanto, que hasta la fallera mayor y la corte llegaron, vieron quemar la falla y se marcharon a toda prisa. Como es lo que se pretendía, y la plaza de la Santa Cruz se llenó para la «cremà», se puede considerar el expediente cumplido: una fiesta pequeña con el público necesario. «Si hubiésemos querido otra cosa habríamos hecho un piromusical aprovechando el Maratón» explicaba el concejal Pere Fuset.

«Buscábamos una recreación ayudados por las fallas del Carmen de cómo hacían la fiesta nuestros antepasados». Lo cierto es que los festejos fueron más lánguidos durante la mañana aún contando con la incondicional ayuda de los falleros del barrio, cuyos componentes se vistieron de época para la ocasión, y se fue animando de verdad durante la tarde. La plaza de la Santa Cruz se llenó, como no podía ser de otra forma. «Estuvimos barajando otros escenarios, pero éste era el correcto porque hay constancia de fallas desde mucho tiempo atrás. Y era el mejor entorno para lo que buscábamos: jugar con el contraste de lo que fue el origen y a donde hemos llegado».

La falla tenía su gracia por lo que era y aún más cuando se le prendió fuego, un poco antes de lo previsto.

Entre algún grito de «¡Muera la Banca!» en alusión a uno de los ninots se encendió el «castell de rodetes» y, como pasaría muchas veces hace 125 años, una chispa acabó en la tela de la figura de la valenciana, éste se prendió y contagió al resto de la falla. Las tres figuras superiores se carbonizaron literalmente, nada que ver con las actuales acorchadas, que se volatilizan entre humo negro mientras los personajes levantaban alborozados sus sombreros celebrando el escarnio y la banda de música interpretaba La Marsellesa, himno subversivo de la época. Asi lo refleja Blasco Ibáñez en «Arroz y Tartana», varias décadas antes de que apareciera el actual Himno de la Comunitat.

Anteriormente, los turistas (que no se adentran en una plaza tan recóndita) se asombraron con el pasacalle, la traca corrida y la estoreta. Un concierto fue el previo a una «cremà» que concluyó la jornada. Porque hubo un tiempo en el que no había carpas, verbenas, hinchables, tardeos y discomóvil. Por eso la fiesta está viva y evoluciona.