Buscar una solución para la Ciudad del Artista Fallero es la consecuencia inmediata de una realidad palpable: el complejo de naves fue pensado hace casi 60 años, para concentrar la producción de unas obras cuya demanda no dejaba de crecer. Y por ello, se imponía la creación de un parque artesano, excepcional en aquel momento.

Pero la realidad de 1965 es muy diferente en las Fallas. Y el complejo profesional, también. Es una de las conclusiones preliminares del estudio «Ciutat de l’Artista Faller. Bases estratégicas para la recuperación y la transformación», primer paso para la reconversión en un Distrito Creativo. Si hay voluntad y dinero para ello.

En el estudio, encargado por Cultura Festiva, se exponen los demoledores argumentos para reconocer que «constructivamente, a día de hoy, las naves de la Ciutat de l’Artista Faller deben ser consideradas arquitecturas obsoletas». Lo que eran instalaciones perfectas para las necesidades del momento están ahora al borde de su operatividad.

¿Qué las hace obsoletas? Muchos factores. Especialmente la altura de las mismas. Porque las fallas de ahora son mucho más grandes que las de 60 años atrás. «Frente a los 8 metros libres con los que se cuenta ahora, serían deseables alturas de al menos doce».

Tan sólo Manuel Algarra hace falla de Especial en Benicalap.

Tan sólo Manuel Algarra hace falla de Especial en Benicalap.

Sirva el dato: de las calles de Benicalap ya casi no salen fallas de Especial. Se mantiene Manuel Algarra como bastión junto con las municipales de Latorre y Sanz, Manolo García o Espuig y Manolo Martín.

Complicado mantenimiento

Pero hay más: «La falta de una buena envolvente térmica hace que el espacio de trabajo sea poco habitable en los momentos de calor y de frío. A los elevados costes que implican los sistemas de acondicionamiento, se suman las dificultades para el mantenimiento de las máquinas en lugares donde abundan el polvo de corcho y el serrín. Las cubiertas están envejecidas y las claraboyas deterioradas no dejan pasar bien la luz natural. Además, son de uralita, siendo delicada cualquier intervención que no sea la retirada y sustitución. La pavimentación original de las naves, en terrazo, no soporta adecuadamente los trabajos que allí se realizan. Las instalaciones de iluminación y de suministro de agua distan de ofrecer un funcionamiento eficiente. Muchas de las fachadas necesitan trabajos de mantenimiento y limpieza».

«Mejora decidida e integral»

«En suma, desde el punto de vista de la producción y de lo medioambiental, resulta indispensable contemplar la mejora del espacio de manera decidida e integral».

Otros factores para la decadencia es que el espacio no estaba protegido y que el libre mercado ha hecho estragos en los usos de las naves: talleres mecánicos, carpinterías metálicas, centro religiosos, gimnasios... que «consumen espacio sin añadir valor al conjunto del que forman parte o, en casos puntuales, provocan conflictos reflejados principalmente en el uso del espacio público. Otro aspecto a tener en cuenta es que, a medida que la Ciutat de l’Artista Faller diversifica su actividad de manera desorganizada, se desdibujan los rasgos que hicieron del enclave un lugar característico y reconocible».

Precisamente, las pocas actividades que guardan relación en materia artesana (una fábrica de marionetas o de guitarras), se destacan porque «aunque puedan tener una presencia modesta, son posibilidades a la hora de repensar el marco de usos que debería orientar el futuro distrito creativo».

Otro motivo de la decadencia es la oferta de naves, más grandes y más modernas, en otros lugares de la Comunitat Valenciana. Hace 60 años, las comunicaciones no eran las de ahora y traer una falla desde otra comarca era un verdadero problema. Ahora, con la mejora de vehículos y de las autovías de acceso a la ciudad, todo es más competitivo. Esos polígonos ofrecen, a precios competitivos, naves de gran tamaño, más adecuadas para los tiempos actuales.

El estudio proclama la necesidad de reivindicar la Ciudad del Artista Fallero por su «absoluta singularidad». Porque es «es uno de los primeros distritos artísticos y culturales de la Europa del siglo XX. Sesenta años después de su inauguración, es necesario reivindicar y reactivar su valor histórico, así como su carácter pionero».

Las naves de la Ciudad del Artista Fallero mantienen su forma original, aunque muchas de ellas han cerrado las peculiares «nayas» del piso superior. En su interior se siguen haciendo fallas, incluyendo una de Especial (la que cada año hace Manuel Algarra), pero también acogen desde un templo hindú a un taller mecánico, vulnerando el espíritu para el que fueron construidas.